Fidel Rodríguez Ramos

   Un negocio que tiene su sede en Nueva York, surte de mercancías a gentes de todo el planeta, para ello elabora un empaque de plástico, cubierto de burbujas que muchos gustan tronar en sus dedos, el material fácilmente daría varias vueltas, completas, a todo nuestro agredido mundo.

  Lo malo, de lo anterior, todo ese material tiene como destino nuestras costas, mares, ríos. Ya para nadie es un secreto de que las microscópicas partículas de ese novedoso producto del petróleo, se encuentra en el interior de millones de peces, ballenas, tiburones y, nosotros indirectamente los consumimos, cuando saboreamos unos ricos camarones, ostiones, pulpo.

  Los benditos plásticos están en el Everest, en los polos, en las profundidades de los mares, glaciares. Toneladas de plástico se vierten a los mares y o se quedan en la superficie, no sabemos que aquí,  en el suelo tardan cuatrocientos años, mínimo, para destruirse. Ingenuamente muchos los quemamos, junto a vasos de unicel ignorando que al arder desprenden sustancias venenosas a la atmósfera, el veneno lo volvemos a recibir cuando llueve, en los cultivos, en los mantos freáticos, los bosques, árboles también son obligados receptores.

  Hace treinta años, en una escuela, se nos pide que para un festejo llevemos platos de barro, cubiertos de metal para agasajar con comida a los visitantes, para dar fe de que verdaderamente éramos un centro educativo, no nos podíamos contradecir entre el decir y hacer. Y hace más de medio siglo, se ofrecían en vasos de cristal las gelatinas, con cucharas de metal que después eran mil veces lavadas para volver a usarse. Hoy las principales generadoras de basura plástica, empresas mundiales, sin ninguna responsabilidad tienen sucias las calles de muchos países. Muchas gentes se dedican en el mundo a reunir botellas de plástico para que sean rehusadas y, seguramente ignoran que millones de envases se envían a México para que sean lavadas, usando prácticamente gratis el agua, después esos desperdicios, ya limpios se reenvían a sus lugares de origen.

  A los grandes mercaderes no les importa que el mundo esté a un paso de la autodestrucción, miles de millones de sus autos contaminan, por todos los medios alientan para que los usemos, porque supuestamente con ello, somos “más” que nuestros semejantes, con más categoría o estatus. Esos negociantes exigen para acumular cada vez más grandes riquezas, que muchas veces tienen problemas para gastarlas o invertirlas en nuevos negocios, que cada minuto se desforeste una hectárea y media de bosques o selvas, para actividades agropecuarias y mineras. Todas sus actividades de cultivo de frutos verdes o rojos como en Michoacán, se realizan sin ningún control,  poniendo en riesgo la existencia de las futuras generaciones. El ansia de más riquezas, provoca el que los mares aumenten su temperatura, se calienten, provocando el deshielo del Ártico y Antártida; se han realizado cumbres mundiales para discutir la clara devastación del medio ambiente, desafortunadamente todo ha sido buenos discursos, promesas, intenciones sin que los más afectados vean alguna medida para aliviar su situación, que explica en gran medida su migración hacia Europa o Estados Unidos de América. Los gobiernos no pueden hacer mucho, porque las grandes empresas trasnacionales, mundiales no lo permiten. En México ya van ocho años que experimentamos un cambio del clima, más calor, que afecta al medio ambiente, presente en la falta de lluvias, inundaciones, reducidas cosechas, poca agua para millones de personas en la mayor parte de la República, ¿estaremos a tiempo de conjurar un inminente fin para todos los que vivimos en esta casa llamada Tierra?.

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