El primero es de quienes creemos que no sucede nada, que todo está bien, como en una isla bella, pacifica, lejos de todo mal, donde ni el coronavirus puede llegar.
El otro México es el robado a más no poder, donde a todo se le puede sacar una ganancia, nada se ha salvado, ni los mares, selvas, suelos.
Caso cruel es el atraco de nuestro subsuelo, por ingleses, quienes, a cambio del oro, plata envenenan mantos freáticos, manantiales. Acaban con la flora y fauna. Los muy cínicos se llevan esos recursos dando una cuota simbólica, migajas miserables que son una ofensa para todos.
El señor Felipe Calderón Hinojosa les permitió “legalmente” saquear diez millones de hectáreas. Hoy es un misterio saber quién consciente a canadienses y chinos explotar una riqueza inigualable, el litio, que sirve para hacer baterías de autos, pinturas para los mismos, pilas, celulares, fabricar acero, proporcionar aire acondicionado, esmaltes, lubricantes.
El litio no podrá acabarse ni en cien años, para beneficio de ladrones extranjeros. Pues se considera que en este país acostumbrado al saqueo sistemático ¡nadie dirá nada!
¿Cómo es posible que continuemos regalando agua a los gringos después de que nos quitaron un México igual en extensión al que tenemos hoy? ¿Quién firmo esa barbaridad en 1944?
Por el conflicto del agua acaba de ser asesinada la esposa de un labriego chihuahuense, en este México donde unos periodistas gritan al cielo exclamando su descontento porque otros criticamos que los españoles vengan a sacar ganancias millonarias explotando el aire, el sol para obtener energía eléctrica.
Basta de que las productoras de veneno negro embotellado se sigan robando nuestra agua. De que la misma se siga usando para producir aguacate, frutas, ajos, fresas, lechugas, brócoli, melones que tienen como destino “privilegiado” los supermercados gringos que exigen calidad, sanidad mientras el agua es entregada gratis en esos productos.