Adén Castro
“Desde muy pequeño, quizás a los once años, comencé a beber alcohol, recuerdo que la primera
vez, en una licorería pedimos un vermuth, sabía dulce, creí que era algo inofensivo, y me di cuenta
con mis acompañantes del tremendo daño que produce en mi interior, pues escapa todo lo que
tenía ganas de declarar, mucho de lo que deja de ser secreto.
No me preocupé pues creí que todo había sido un inocente juego, experiencia que mis mismos
compañeros celebraban después entre risas; tras esa experiencia, me sentí en la necesidad de
dejar atrás la inocencia, visité lugares donde lo vendían, los jóvenes se asombraban que alguien a
tan temprana edad, pidiera lo mismo que ellos. Eso era una especie de escape a la realidad
cotidiana que vivía en mi hogar: abandono, infidelidad, pobreza, carencia de muchas cosas, hasta
de lo más indispensable, pero sobre todo ver el desentendimiento de quien se suponía que era el
eje, guía de mi madre y hermanos, quien atendería responsablemente todas las situaciones. Sin
desearlo pronto hice todo lo que él también realizaba bajo los efectos del alcohol, desatar una
violencia contra todo, quizás a causa de una frustración, dominio de otros sobre su persona.
Esa dejadez, creí dominarla, haciendo lo mismo que los adultos, bebiendo. Pues observaba como
en la entonces televisión quienes destacaban, quienes tenían resueltas muchas cosas de su vida:
encuentro del amor, empleo, profesión, dinero, hogar, hijos, confiada, elegantemente tomaban en
copas champan, rodeados de bellas, esbeltas mujeres, dando muestras sobre todo de un poderío y
seguridad, confianza para abordar el futuro.
Libertinaje, no libertad era la que practicaba, en la secundaria, en primero de prepa. Como sufría
un creciente abandono, nadie me preguntaba sobre qué sería de mi vida futura, empleo,
aspiraciones, oficio, respeto de las normas sociales. Por ello caí en el pandillerismo, gusto por
engañar a las chamacas en el plano de los primeros noviazgos, a causa de mi poco compromiso
con todo. En el momento más delicado de la vida, en la adolescencia he sido víctima de una
desatención que pudo haberme salvado para no perder todo, familiares, aprecio, respeto a mí
mismo. El alcohol, es la más poderosa droga, peor que el fentanilo, cocaína, mariguana, crack,
heroína, por eso el conquistador Hernán Cortés terminantemente prohibió a sus atrevidos
hombres, el consumo del alcohol, si lo hubiera permitido no habrían conquistado un extenso
continente; inteligentemente con alcohol hicieron caer a millones de indígenas, les quitaron todo
como en Manhattan, donde con unas garrafas de vino se hicieron dueños de ese espacio, ese
importante centro mundial quiere decir “donde nos emborrachamos”.

Compartir: