Alma Gloria Chávez.
Ante la indiferencia de una sociedad poco informada y con muy escasa participación frente a
los grandes problemas sociales, el Derecho a la Salud y en particular el de la mujer, en cualquier
etapa de su vida, literalmente ha quedado “secuestrado” por un sistema médico obsoleto,
mecanizado y dependiente de la gran industria farmacéutica, que se ha encargado de alejarnos del
conocimiento de nuestro propio organismo, de nuestro propio ser, para someter nuestra
integridad a un “control”, en el que sólo se nos “ofrece” lo que el sistema determina.
Y la práctica ha llegado a resultar tan generalizada, que los procesos de embarazo, el parto y el
posparto, se han ido convirtiendo en procesos ajenos a las mujeres y como consecuencia, de algo
que consideramos “normal”: a través del tiempo, el cuerpo femenino se ha venido convirtiendo en
un objeto de y para otros. Nuestro cuerpo nos ha sido arrebatado socialmente y, sobre todo, para
las ciencias médicas, que lo han llegado a ver como un portador de vientres, sin tomar en cuenta
la integralidad de cada mujer como sujeto activo de dichos procesos.
La medicina contemporánea ha catalogado al parto y al posparto como procesos patológicos,
al extremo que les han llevado a perder su carácter de hechos completamente naturales, para
convertirlos en eventos estrictamente médicos. Y se llegan a utilizar diferentes ritos en torno a
ellos, a los que llaman “nuevas alternativas”, pero que dejan casi al margen la participación activa
de la parturienta, así como la de su pareja.
Cada vez resulta menos frecuente encontrar entre nosotrxs a médicas tradicionales y parteras,
de ésas que conservan y llevan a la práctica conocimientos heredados de abuelas convencidas de
que cada persona es responsable del cuidado de su propio cuerpo y tratándose de embarazadas,
del ser que se gesta en su vientre y se alimenta de sus nutrientes.
En cualquier hospital, podemos darnos cuenta de que en los partos “normales” se están
utilizando más medicamentos y tecnologías, además de que van en aumento los casos de
cesáreas. Al reflexionar cómo es que hemos llegado a perder la capacidad que posee toda mujer
para conocer la fortaleza del ser físico y la confianza en él, caemos en la cuenta de que el enfoque
que hoy se da al parto se inserta en un clima de duda y desconfianza.
De hecho, la creación del clima de duda ha sido un proceso de muchos años. Y resulta
conveniente recordar parte de esa historia que nos llevó a las mujeres, a entregar materialmente
nuestros cuerpos a los médicos y a la ciencia. La obstetricia se inició como una especialidad
quirúrgica practicada por hombres y ello refleja, en parte, el deseo de sojuzgar, conquistar y
controlar la naturaleza. El sistema actual de salud nació y se formó por la competencia entre los
curanderos y las curanderas. Muchas de nuestras propias actitudes actuales y de las actitudes de
los médicos, se originaron en el siglo XIX. Desde entonces, los médicos gradualmente se
apoderaron del parto entre las clases medias y altas, en un control que representó un triunfo
político y económico, más que una necesidad científica.
De manera deliberada y sistemática, desde la época de la naciente industrialización, se excluyó
a las mujeres de la instrucción médica, pues se temía, y no sin razón, que si se admitía a las

mujeres en la profesión, las pacientes femeninas preferirían acudir a personas de su propio sexo,
sobre todo para el parto.
Aunque en la década de los 30 y los 40 del siglo XIX un movimiento popular de base llevaba a
cabo campañas en contra del elitismo médico y a la vez florecían métodos alternativos de
curación, los clientes asiduos a los médicos -hombres de la clase media y alta- ganaron la batalla
por su influencia política, permitiendo además el florecimiento de la industria farmacéutica.
Por esa misma época, los médicos practicaban cirugías experimentales muy crueles en muchas
mujeres, sobre todo en mujeres pobres, en nombre de la ciencia. Estos experimentos persisten en
la ginecología y la obstetricia actuales. De esta experimentación temprana, nacieron “curas” de
condiciones ginecológicas, muchas de las cuales fueron de hecho, creadas por las bárbaras
prácticas de parto de la era victoriana.
Cada vez que escucho una historia de parto “normal” o por cesárea, sobre todo contada por
alguna joven primeriza, vienen a mi mente las palabras y experiencias de amigas parteras que
afirmaban que los partos dolorosos (y quirúrgicos) están íntimamente relacionados con la falta de
confianza de las mujeres. Ellas me decían que las abuelas parteras, todavía hace poco, preparaban
a la madre, no para sufrir, sino para vivir una experiencia de lo más hermosa, que permitía el
reconocimiento del propio organismo y todas sus posibilidades naturales.
Además de su profundo sentido de espiritualidad, las abuelas parteras (de las que actualmente
muy pocas sobreviven) eran especialmente sensibles para comprender las necesidades
emocionales, sociales y psicológicas de las mujeres. Las parteras, por ejemplo, con frecuencia
atendían a la misma familia durante generaciones y su papel comunitario incluía también el de
consejeras para las enfermedades infantiles y los problemas de salud de las mujeres. A las
parteras que mantienen las expresiones culturales en torno al parto, también se les reconoce
como especialistas en rituales… que tienen mucho qué ver con nuestro mundo emocional y
espiritual.
Por lo general, resulta impredecible cómo serán los resultados de un embarazo. Y con
frecuencia, las actitudes y las prácticas de los médicos alópatas (educados en escuelas de medicina
rígidas) estimulan esos temores e incluso necesitan de ellos para ejercer cierto control sobre la
mujer que se pone en sus manos para traer al mundo a un nuevo ser.
Las prácticas de las abuelas parteras, registradas en historias y testimonios (y muy pocos
libros), contienen grandes dosis de sensibilidad: saben que cada parto tiene su propio ritmo y se
toma su propio tiempo. No le ponen límites arbitrarios a la duración de cada fase, más bien usan
diferentes enfoques y técnicas para facilitar el parto en determinados momentos.
Afortunadamente, hoy que entendemos como un grave problema de salud el incremento de
nacimientos por cesárea, porque sabemos lo que acarrea una agresión de estas características en
cuerpos de mujeres de cualquier edad, el movimiento mundial de mujeres está logrando
(apelando a los principios éticos de la medicina) que muchos médicos varones, recuperen o
incorporen en su práctica, conocimientos tradicionales que habían quedado de lado y que
permitieron el control de nuestros cuerpos a las grandes industrias que alimentan al mundo de la
medicina y la “salud”. De vital importancia resulta la promoción de Derechos Sexuales y
Reproductivos entre nuestrxs jóvenes, como sinónimo de libre elección y autonomía.

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