Alma Gloria Chávez.
Invisibilizado: no porque “no se vea”, sino porque no lo queremos ver. Y me refiero a ese
trabajo al que todavía se le denomina “doméstico”, como si todo lo que se refiera al hogar, fuera
resultado de una domesticación. Así las cosas.
Ese trabajo “llamado doméstico, que mayoritariamente realizan las mujeres, tiene un valor
equivalente a aquel que realiza el hombre: ambos (mujeres y varones), contribuyen a generar la
economía familiar”… declara la Organización Internacional del Trabajo. Y resulta poco conocido,
para muchas personas hoy día, que en la prehistoria de la Humanidad, algunas sociedades fueron
más igualitarias y pacíficas; que llegaron a considerar el principio materno como un motivo de
veneración y asociaban la sexualidad de la mujer con el poder femenino y no con la falta de él. En
esas sociedades, la política y la economía de género parecen haber sido bastante diferentes a lo
que ahora damos por sentado.
Todo eso cambió cuando se impuso el sistema dominador, surgido de la guerra y la violencia,
que obligó a mujeres, hijos e hijas, a considerarse propiedad masculina: “Del amo y señor”.
Alentado este sistema también por algunas religiones androcéntricas, la paternidad tuvo mayor
importancia social y económica, y las mujeres debieron dedicar su vida al cuidado de los hombres
y a lxs hijxs de éstos, sólo a cambio de comida, ropa y techo.
La noción de que los servicios reproductivos y productivos de las mujeres son propiedad
masculina, fue impuesta, primero, mediante la fuerza, y luego, gradualmente, mediante sutilezas
como las religiones, las leyes, la economía, la política, la educación y las costumbres. Y a tal grado
llegó todo esto a influirnos, que las propias mujeres llegamos a considerar esa situación no sólo
inevitable, sino deseable.
Esta es parte de la historia de cómo, mediante la fuerza y la persuasión, las mujeres
empezamos a asumir como obligatorias (no compartidas, cual debe ser) las tareas del hogar y
aprendemos a desvalorizar ese trabajo, permitiendo el control de dinero y otros recursos a los
hombres. Hoy todavía es bastante frecuente escuchar a mujeres afirmar que “no trabajan” y se
autodefinen como “amas de casa”. También persisten resabios de aquellas leyes (aún vigentes en
algunos estados del país) que niegan el libre acceso de las mujeres al mercado de trabajo si no
cuentan con el permiso de su esposo. Y cuando lo obtienen, es él quien va a cobrar el sueldo o
exige administrarlo.
Aquí en provincia, no sorprende que entre muchas parejas de la clase media se considere
inapropiado que la mujer trabaje fuera del hogar. ¿Las razones?: el marido puede aparecer ante la
opinión de lxs demás, como un mal proveedor, o se siente amenazado por la independencia de la
esposa, que es como perder el control del territorio conquistado. Así se perpetúa aún más la
dependencia económica de la mujer y se refuerza la idea de que el trabajo que tradicionalmente (y
necesariamente) se realiza en casa, no es un verdadero trabajo y, por lo tanto, no tiene valor
económico real. Además, se transmite al resto de la familia (hijos e hijas) el desprecio por tareas
tan elementales, obligando a pensar y hacer sentir a las mujeres como “mantenidas”, por no
recibir remuneración económica alguna.

Resulta importantísimo, si deseamos construir relaciones equitativas y respetuosas, además
de mejorar la calidad del ambiente y de la vida de todxs en familia, entender que sin el trabajo que
se realiza en el hogar, no se podría generar un salario suficiente en la mayoría de las familias.
Cuando en una familia se reconoce el valor del trabajo en el hogar, las relaciones entre sus
miembros (padres e hijxs) resultan más solidarias y respetuosas: la pareja decide en común cómo
se administra el salario, hijos e hijas colaboran en las diversas tareas y suele existir una mejor
comunicación.
En países industrializados, donde son comunes las parejas que trabajan, la mayoría de las
mujeres aún gana mucho menos que los hombres. Y el cuidado de hijos e hijas sigue
considerándose principalmente responsabilidad de la mujer, a pesar de que ese niño o niña
ingresará a la sociedad como entidad productiva, o como elemento pasivo no productivo.
Cuenta la fotógrafa Frida Hartz, que cuando fue invitada por Conapred (Consejo Nacional para
prevenir la Discriminación) para escribir algo sobre el trabajo del hogar en el libro que el Consejo
editó en el año 2012 (Dos Mundos bajo el mismo Techo), “La primera imagen que encontré, tanto
en mi mente como físicamente, fue la silueta de una mujer limpiando el piso. Después recordé un
trabajo de investigación que me acercó al denominado trabajo doméstico, acerca del cual tenía
por lo menos conocimiento de su contexto de discriminación e invisibilidad -de que existe
invisibilidad social, cultural y jurídica- por ser mujeres, ser pobres, ser indígenas y trabajar en una
actividad que social y culturalmente se considera de las más bajas en términos de estatus”. Para
esta fotógrafa, resultó una verdadera proeza fotografiar a mujeres desarrollando una labor
considerada social y culturalmente “ínfima”.
Fue apenas durante la Década de la Mujer (1975-1985), convocada por Nacionaes Unidas, que
se dedicó el 22 de julio como día para visibilizar el trabajo del hogar y en ese contexto, se
conocieron los siguientes datos: “Globalmente, las mujeres contribuyen con dos tercios de cada
hora de trabajo realizado en el mundo, por los cuales ganan sólo una décima parte de lo que
ganan los hombres, y poseen sólo una centésima parte de las propiedades que ellos poseen”. Así
es la naturaleza desequilibrada, injusta y verdaderamente peculiar de las características contables
de la economía dominadora.
Cuando se nos hace creer que un trabajo es bien remunerado o no, dependiendo de las leyes
de la oferta y la demanda, es que se pretende engañarnos: en realidad, los economistas socialistas
y las economistas feministas, han demostrado que es un asunto de poder y, por consecuencia, es
un asunto de valores y de política, no sólo de economía.
La buena noticia, es que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aprobó una norma
conocida como Convenio 189, que establece que las/os trabajadoras/es domésticas/os tienen los
mismos derechos básicos que cualquier otro trabajador/a; que tienen derecho a jornadas de
trabajo razonables y descanso semanal de al menos 24 horas consecutivas; a información clara
sobre las condiciones del empleo, a la cobertura básica de seguridad social, y al respeto de los
derechos laborales fundamentales, recibiendo trato digno y respetuoso. Y lo más importante: al
revalorar y visibilizar nuestro trabajo en el hogar, contribuimos a transformar nuestra sociedad.

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