Fidel Rodríguez Ramos – José Octavio Ferreyra Rodríguez
Para “NINI” (Roberto Fidel González Rodríguez QEPD)
Nuestros antepasados nos dijeron que, en Pátzcuaro, en su intenso lago azul estaba la puerta de entrada al paraíso, al morir uno, un perro era el encargado de conducirnos por esas quietas aguas al lugar donde nada hacía falta.
Los niños, los jóvenes, las mujeres y hombres que se han adelantado a ese cielo, vuelven en estos días especiales de noviembre, llegan a todas las comunidades, para saber las buenas y malas nuevas.
Se establece un esperado, anhelado diálogo con quienes, a pesar de haberse ido, viven en nuestro corazón y pensamiento. Eso nos produce una inmensa sensación de tranquilidad, están nuevamente con nosotros compartiendo nuestras lágrimas, ríen cuando les reclamamos su ausencia.
Múltiples elementos se han cuidado para facilitar su llegada. Colocamos su altar, el arco con flores de fuerte color amarillo, por ahí descienden, llegan con sed, ansían volver a probar la sal; preguntan por su comida y bebida preferida, por sus frutas que con tanto contento degustaban en las fiestas y reuniones.
A la gente no se le necesita decir cuando es la celebración de las ánimas, pues todo el ambiente, en todos los lugares cambia espontáneamente; una sensación de nostalgia, recuerdo con quienes, en un cercano ayer, jugábamos, platicábamos, amábamos. Los podemos sentir en casa, en las calles, al estar con ellos nos recorre una rara sensación de ansia y alegría.
“Algo” nos impulsa a fijar, aquí en Pátzcuaro, nuestra atención hacia diversas direcciones: al pie del Estribo Grande, a la Plaza de Tata Vasco, al llano de la salida a Opopeo donde estaban los lugares de descanso de grandes personajes, incinerados con sus joyas y ricas mantas. Sus restos eran colocados en vasijas.
En la noche era la ceremonia, en procesión, con la luz de múltiples antorchas, tambores, chirimías, cascabeles se escuchaban; después todos volvían al hogar del fallecido para celebrar una comida.
De aquí, como una brisa mágica, nuestra solemne ceremonia en honor a los difuntos se traslada a Janitzio, Tzintzuntzan, Santa Fe de la Laguna, Erongarícuaro, Jarácuaro, Ihuatzio, Tingambato. Las ceremonias, ritos con sus lógicas variantes, son casi iguales; la muerte no era dolor era el natural paso a otra realidad, se moría para vivir. ¡Bienvenidos a este espacio mágico!
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