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Alma Gloria Chávez.
Que yo recuerde, durante mi primera infancia para nada cuestioné las creencias inculcadas por mis mayores, sobre todo en cuanto se relacionara con la religión ancestral, rodeada de tantísimas historias fantásticas y muchas de las veces increíbles. Mi abuelita paterna, sobre todo, fue la que se encargó de contarme, a manera de relatos hilvanados con anécdotas, muchas veces familiares, episodios que más tarde encontraría en las lecturas de la Biblia o en las biografías de hombres y mujeres que en tiempos y circunstancias diversas, pasaron a ingresar al Santoral de la Iglesia Católica.
Fue hasta mi adolescencia y luego de leer diversas versiones de lo que, hasta la fecha reconozco como un bello acto de fe y tradición, logré adentrarme en la historia de esos misteriosos personajes que llegaron a ofrendar al niño llamado Jesús, nacido en la aldea de Belén, hace la friolera de 2020 años aproximados. En los Evangelios, por ejemplo, se dice que llegaron buscando al rey de los judíos y que venían de Oriente, pero no se menciona su número ni cómo eran, así como tampoco se sabe si sólo eran varones.
En algunas de las primitivas pinturas cristianas encontradas en las catacumbas romanas, donde se practicaron clandestinamente las primeras ceremonias, aparecen más de tres Reyes Magos: cuatro, seis y hasta doce de ellos, dedicados a adorar al santo niño.
No fue sino hasta el siglo V, cuando el Papa León I decretó que los Magos habían sido tres, posiblemente porque cada uno representaba a una raza de las entonces más relevantes; pues se ha reconocido que Melchor representa la raza aria, Gaspar la semita y Baltasar la camita o negra. En escritos de Beda el Venerable, eclesiástico inglés y doctor de la Iglesia (673-735 dc), relata que Melchor era un anciano de larga y poblada barba; Gaspar, joven, lampiño y rubio y Baltasar negro y de tupida barba.
Quienes han estudiado las versiones bíblicas, además de literatura histórica del Oriente, han escrito sobre la posibilidad de que estos Reyes Magos fueran unos astrólogos babilónicos (que los había en considerable cantidad en aquellas regiones) que, guiados por la Estrella de Belén (una conjunción de astros), llegaron a adorar al Niño Dios, cumpliéndose así las profecías sobre el advenimiento del “salvador del mundo”, del que habla el Salmo 31 Mesiánico: “Rey pacífico y universal” que predijo que “los reyes de Tarsis y de las Islas ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y Saba le traerán regalos y le adorarán todos los reyes, todas las naciones le servirán”.
También se sabe que los antiguos cristianos coptos, sirios, griegos y armenios, el 6 de enero bendecían las aguas de cualquier río cercano a sus lugares de asentamiento, para utilizarlas todo el año en la ceremonia del bautismo de los llamados neófitos, es decir, aquellos conversos que aceptaban la nueva religión. Y hacia la primera mitad del siglo IV, la Iglesia de Oriente tomó la decisión de festejar el nacimiento y el bautismo de Jesús el día 6 de enero (fecha que en Egipto se conmemoraba el nacimiento del dios Horus, el niño hijo de Isis y Osiris, adorado como el Sol Naciente), al que denominó por t5al causa Día de la Epifanía.
En cuanto a la Estrella de Belén, existen registros históricos de astros luminosos con las características que se le atribuyen a ésta; pudo tratarse de una “supernova” o “estrella nova”, aunque no existen referentes confiables de aquella época. Quizás la Estrella de Belén fue la conjunción, demostrada posteriormente por métodos modernos y científicos, de Júpiter y Saturno bajo el signo de Piscis… tal como pudimos apreciarla recientemente, durante el Equinoccio Invernal. Lo que se debe tomar en cuenta es que los magos que adoraron al niño Jesús, eran observadores del cielo: astrólogos consumados, que ya sabían de este fenómeno celeste que les daría una señal igualmente prevista.
Aquellos enigmáticos personajes que acudieron a adorar al Niño Jesús, fueron sin duda primicias de los gentiles que llegaron más tarde a adorar y rendir pleitesía en nombre de los pueblos paganos, al pequeño niño que vendría a iluminar el mundo entero, sacando de las tinieblas a ellos y a un pueblo corrompido por la ambición y el poderío. Un niño salvador que venía a incorporar a gentiles y plebeyos (judíos y no judíos) en un solo reino, un solo pueblo, una sola iglesia: como es el sentido filosófico cristiano. Con el nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes (de distintas razas), así como de pastores y gente del pueblo sencillo, se expresa el deseo de que desaparezca la discriminación y la presencia de todos atestigua que las puertas de la salvación están abiertas, como lo estuvo aquel pesebre en la aldea de Belén.
Para el santo cristiano Ireneo, los tres dones que los Magos ofrecieron al niño Jesús, representan los tres caracteres que dan a conocer su personalidad: la mirra alude a la carne que tomó al elegir ser hombre y que por nosotros habría de ser crucificado y sepultado; el oro le fue ofrecido como el rey que es, cuyo reinado durará eternamente, y el incienso, como al Dios que representa, que se hace conocer no sólo en Judea, sino en todo el mundo.
Tal vez, como afirman algunos historiadores, los Reyes Magos fueron más y sus regalos, cargados en caballos, camellos o elefantes (único transporte en el Oriente antiguo) fueron varios kilos de piedras preciosas, plumas de avestruz, bálsamos, especies, cofres llenos de áloe, ébano y sándalo, así como las preciadas telas de algodón y seda que valían tanto como el oro. Seguramente sus nombres fueron diferentes y variables, de acuerdo con cada región o cultura: sabemos que los etíopes los llamaban Ator, Sater y Paratoras; los hebreos los conocían como Magalath, Galhalath y Serakin; los sirios les denominaron Kagpha, Badadilma y Badakharida, y los griegos les pusieron los nombres de Apelicón, Amerín y Damascón. Y para los pueblos de ascendencia latina: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Magos, sabios, hechiceros, astrólogos, los personajes orientales encarnados en los tres Reyes Magos, que en tierras mexicanas son esperados con fervor por miles de infantes, encierran tras de sí el misterio de filosofías tan antiguas como el mazdeísmo, antigua relegión persa (hoy Irán) basada en Ahura Mazda, el mítico personaje que recogió en el Zend-Avesta, todas sus enseñanzas, basadas, como el cristianismo, en la modestia, la austeridad, la hermandad, la compasión y la bondad: lo que constituye la auténtica riqueza que lleva a la Paz, bien incuantificable que puede disfrutar cualquier mortal.
Todavía estamos muy lejos de comprender lo que estas tradiciones tan festejadas (y a menudo tan comercializadas) nos tratan de hacer presente. Tal vez algún día recuperemos su verdadero sentido e intención.