Alma Gloria Chávez

       Fue hace muchísimos años (más de 20, que para mi nieto resultan “un montón”), que llegaron a mis manos una serie de artículos escritos, para mi percepción, en términos bastante innovadores, porque para entonces ya se hablaba (y buscaba) la salud integral que pudiera llevar a nuestros organismos a un estado de bienestar… sin estar sujetos, de manera permanente, a que nuestra salud dependiera de otros/as, por muy profesionales que éstos fueran.

       Seguramente hoy día muchas personas conocen algo de la vida e historia del doctor Edward Bach, quien fue un pensador y terapeuta que revolucionó la práctica curativa, transitando destacadamente por el campo de la bacteriología y luego por la homeopatía, creando en los años 30 del siglo XX, un sistema natural, eficaz y sencillo para combatir el dolor, el sufrimiento y la enfermedad.

       Bach vivió desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX y el sistema curativo creado por él y que hoy se encuentra difundido por todo el mundo, dio lugar al surgimiento de un vasto movimiento terapéutico: las “Flores de Bach”.  Este método, parte de la concepción que el doctor Bach fue descubriendo en sus investigaciones y prácticas con todo tipo de pacientes: “la enfermedad no es material en su origen y las razones de su aparición deben buscarse en el complejo mundo emocional de cada sujeto”.

       Por una amiga muy querida, que desde hace más de 20 años practica este método terapéutico que complementa con orientaciones sobre higiene y hábitos alimenticios, tuve por primera vez un acercamiento a los 38 remedios provenientes de flores, que son utilizados para los estados de ánimo que pueda experimentar un paciente: temor, incertidumbre, desinterés, soledad, hipersensibilidad, desaliento o excesiva preocupación por el bienestar ajeno.

       Por supuesto que cuando me recomendó el tratamiento personalizado, a base de microdosis, lo acepté de buen grado y, efectivamente, noté una mejoría en mi estado de ánimo que se tradujo en cierta alegría y paz interior nunca antes experimentada, además de que mi energía física mejoró notablemente.  Esto me llevó a indagar el por qué unas plantas y flores pueden lograr tales portentos, acercándome más a lo escrito por Edward Bach, quien además de profundizar en la ciencia, también lo hizo en el terreno filosófico y social.  También me permitió comprender el por qué estos conocimientos científicos no son “aceptados” dentro del mundo médico institucional comercializado y androcéntrico.

       Edward Bach explica la acción de las flores (que resulta lo más bello y sutil de toda planta) sobre la estructura energética del sujeto, indicando que “desde esa estructura, ejerce su influencia en lo psíquico y en lo físico”.  Así que la acción de estos remedios “eleva nuestras vibraciones y abre canales para la recepción del Ser Espiritual (que permanece adormecido dentro de nosotros/as),  inunda nuestra naturaleza con la virtud particular que necesitamos y borra los defectos que causan dolor”.  Curan, no atacando la enfermedad y dañando otras partes de nuestro organismo, sino inundando nuestros cuerpos con las vibraciones de nuestra naturaleza superior, en presencia de la cual, “la enfermedad se disipa como la nieve al sol”.  Pero Bach también afirmaba que “no hay curación real, a menos que haya un cambio en la perspectiva con la cual el hombre ve el mundo, que da el logro de la paz y de la felicidad interna”.

       De lo anteriormente citado, dan cuenta hoy los nuevos avances científicos que han aceptado (con muy poca humildad) que los defectos que causan los desbordes emocionales (estrés, por ejemplo) en el individuo, dan como resultado la temida enfermedad.  “Lo que conocemos como enfermedad –escribió el doctor Bach-, es el último resultado producido en el cuerpo; el producto final de fuerzas profundas y duraderas… las enfermedades son defectos como el orgullo, la crueldad, el odio, el egoísmo, la ignorancia, la inestabilidad y la codicia”.  Así que “una vez descubierto el defecto, el remedio no consiste en luchar contra él, ni en el uso de la fuerza de voluntad para suprimirlo, sino en un desarrollo firme y constante de la virtud opuesta, eliminando así de nuestra naturaleza, toda traza del transgresor”.  La emoción que causa el desequilibrio.

       Para el doctor Edward Bach, el mundo y la manera en la cual una enfermedad se manifiesta, el órgano o la función que se afecta, no debe verse como obra de la casualidad, sino de la causalidad.  Así, por ejemplo, la soledad, los diálogos internos, las ideas torturantes, tienen qué ver con el oído; los dolores son expresión de la crueldad, y la pérdida de la memoria resulta expresión de egoísmo y soberbia.

       El reconocido médico humanista contemporáneo que se ha especializado en la medicina social: Arnoldo Kraus, menciona en una de sus colaboraciones para un prestigiado informativo nacional, algo muy parecido a las afirmaciones de Edward Bach:  “Enfermar –dice-, es un asunto siempre inacabado, siempre esperanzador, con frecuencia doloroso y que deviene modificaciones: al enfermar, se vive distinto, se escucha de otra manera, se inquieren otras cosas… se contempla lo propio y lo diferente como si lo ajeno fuera propio y lo propio, más propio.  Dentro del cuerpo y del alma se nace otra vez.  Podríamos decir que el conflicto entre el alma y la personalidad, es la causa de la enfermedad y el diálogo entre ambas, es la salud”.

       El mismo médico Kraus afirma: “Las enfermedades son libros abiertos, cuyas páginas permiten buscar –al individuo o a la sociedad- formas de vida y relación distintas a las anteriores”.  De este otro médico excepcional, supe que llevaba una especie de “diario de campo” que le ayudaba a conocer la vida y personalidad de sus pacientes, porque reconocía lo mucho que podía aprender junto a ellos.  Alguna vez preguntó a un hombre mayor de edad por qué había abandonado las citas que le programaban y respondió: “Yo no puedo confiar en un médico que no sabe ni se interesa en lo que leo”. 

       Gracias a médicos como el doctor Bach y Arnoldo Kraus; a terapeutas como la amiga Luz o el querido Benjamín, llegué a comprender cabalmente que el malestar no puede ser un acontecimiento negativo, como nos lo ha hecho ver la medicina institucional, sino, por lo contrario, una oportunidad que muestra algo que funciona mal en mi persona y que debe ser corregido para obtener salud y paz.

       Termino con uno de los pensamientos reflexivos que llamaron tanto mi atención, del médico y humanista Edward Bach, tomado de sus “Escritos Florales”, que sugiere: “si sólo desarrollamos lo suficiente la cualidad de dejarnos llevar por el amor y el cuidado de quienes nos rodean, disfrutando la gloriosa aventura de adquirir conocimientos y ayudar al prójimo, nuestros pesares y sufrimientos desaparecerían rápidamente”.

       Estos tiempos de pandemia, para muchos, pueden resultar oportunos para revisar, observar, practicar y fortalecer todos esos “ingredientes” necesarios para obtener fortaleza y salud.

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