Alma Gloria Chávez.
Lo que a manera de título he seleccionado para esta columna, bien podría ser de las premisas importantes en la agenda política de cualquier gobierno… y en estos tiempos, de cualquier candidato o candidata realmente comprometida/o a llevar adelante un programa democrático, transparente y equitativo de “bienestar social”, o mucho mejor, de Justicia Social. La Salud Universal debería ser más importante que la ganancia de unos pocos, sobre todo en América Latina.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su Artículo 25, inciso primero, menciona que “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…” Y seguramente, para dar mayor atención al derecho que resulta la salud, es que se eligió el día 7 de abril, como la fecha dedicada a promover acciones tendientes para reflexionar en el tema, que se explica como “el estado natural de nuestro organismo y el equilibrio entre las funciones y actividades de cada persona”. En suma: “es la vivencia del equilibrio biológico, psicológico y ecológico del ser humano”.
No podemos cuestionar el hecho de que la salud es el bien más preciado. Desgraciadamente, en los amplios márgenes de nuestra sociedad, es bien sabido que una mayoría de connacionales viven en situaciones de pobreza y miseria, y su realidad, en pleno siglo XXI, se puede ubicar como de otras épocas. Con y sin estadísticas, quienes accedemos a cierta estabilidad laboral y de prestaciones, debemos aceptar que en México buena parte de la mortalidad resulta de entidades patológicas previsibles y prevenibles, y otra porción nada despreciable, emana de la miseria misma. Término clave en este problema de salud, son la inadecuada alimentación y el hambre, o bien, para no herir susceptibilidades, la desnutrición.
En una entrevista hecha a la socióloga Ana María Carrillo, participante en un ciclo organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, explicó que precisamente, la emergencia de salud que vivimos en el país, fue precedida por el adelgazamiento de los sistemas de salud públicos y el deterioro en las condiciones de vida de la población, en casi todos los países, “debido a las casi cuatro décadas de políticas neoliberales”. Y sin dejar de dar importancia a las medidas de higiene que recomienda la Organización Mundial de la Salud, para prevenir contagios, consideró que éstos resultan insuficientes ante la magnitud de los problemas estructurales que han originado la pandemia por la que globalmente estamos atravesando.
Actualmente, la mayoría de los esfuerzos que se realizan para combatir al denominado SARS COVID 19, se enfocan a la producción y aplicación de las vacunas que se han venido desarrollando en los últimos meses, pero muy poco se hace por atender y empezar a corregir esos factores estructurales que afectan a las personas y sus comunidades: la mitad de la población mundial carece de agua potable y viven en pobreza extrema 100 millones de personas. “Las epidemias –afirma la socióloga Ana María Carrillo- no afectan a las sociedades al azar; creamos un nicho ecológico que permitió que el coronavirus fuera posible. Desde finales del siglo XIX se había logrado controlar la mayoría de las enfermedades infecciosas al mejorar las condiciones de vida, las intervenciones de salud pública, las vacunas y antibióticos. Pero en décadas recientes, aumentaron las enfermedades metabólicas relacionadas con el estilo de vida, la resistencia a los antibióticos y las llamadas enfermedades emergentes, como el VIH y la influenza”.