Alma Gloria Chávez.
Durante el decenio dedicado a los pueblos indios del mundo, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, reunida en diciembre de 1994, emitió su Resolución 49/214,en la que instaba a la comunidad internacional a dedicar un día especial para reflexionar acerca de las aportaciones que las poblaciones indígenas hacen cotidianamente, no sólo en el contexto cultural (mediante la riqueza de sus lenguas, tradiciones y formas de concebir la vida), sino también en el cuidado y protección del medio ambiente y todos sus recursos naturales. La fecha elegida: cada 9 de agosto.
“La guerra de exterminio planteada contra los pueblos y comunidades desde la colonización de nuestras tierras, fragmentó y desarticuló muchos espacios. Sin embargo, no nos han podido exterminar. Nos han golpeado, pero aquí estamos, aquí seguimos. Aquí nos reunimos y juntamos las palabras y las historias de muchos, para gritarle al poder, a las empresas, a la clase política, que no nos van a vencer. Nuestra luz está viva…”, dijo la voz del Congreso Nacional reunido en Nurío, Michoacán, ocasión que con emoción recuerdo.
Rechazando las “ayudas” que algunos gobiernos ofrecen para poder tenerles sujetos o asimilados; rebelándose para no servir de atracción turística mientras se les despoja de tierras y recursos naturales; resistiéndose a firmar documentos amañados que acabarán privatizando territorios, los pueblos indígenas de América siguen siendo despojados por la ambición de quienes explotan y degradan territorios que fueron sagrados: presas, minas a cielo abierto, autopistas, campos de golf o pistas aéreas… fraccionamientos de lujo, centros comerciales y todo tipo de tugurios denominados “resorts”, expulsan, mediante presiones económicas, compra o asesinato de líderes, a poblaciones que se reconocen como indígenas.
En reciente artículo (29 de julio) aparecido en conocido medio de circulación nacional, Angélica Enciso ofrece datos de Global Witness: “Al menos 212 defensores ambientales han sido asesinados en 2019”, dice el encabezado, para luego detallar: “En medio del deterioro ambiental, donde la temperatura va en aumento y las comunidades se enfrentan a industrias extractivas que dañan los ecosistemas, en 2019 se presentó el mayor número de defensores ambientales asesinados en el mundo, con 212 homicidios. México ocupa el cuarto lugar, con 18 casos, precedido de Colombia, Filipinas y Brasil,” Obviamente, estas muertes, en mayor porcentaje, pertenecen a ciudadanos indígenas.
En las poblaciones indígenas habitan los descendientes de pueblos precolombinos que una vez fueron los únicos habitantes de la región. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce, mediante su Convenio de 1989, a las Poblaciones Indígenas y Tribales y a la fecha encontramos diversos procesos políticos bajo el liderazgo indígena y con una cada vez más creciente alianza con otros sectores de la sociedad. Algunos pretenden ampliar los marcos normativos constitucionales, otros, alcanzar la ratificación del Convenio 169 de la OIT, o bien, avanzar en la reglamentación a través de legislaciones secundarias. Y en México, muchas poblaciones indígenas buscan la ratificación y respeto de los Acuerdos de San Andrés.
Durante la Cumbre de Acción Climática realizada en la sede de las Naciones Unidas en el mes de septiembre de 2019, los pueblos originarios aseguraron que trabajarán, a pesar de los obstáculos que el gran capital impone, para “abordar el cambio climático con un enfoque basado en derechos humanos” y se comprometieron a “liderar la implementación de planes holísticos para proteger nuestra diversidad biocultural, asegurando la inclusión especialmente de los sectores marginalizados, y a desarrollar acciones que aseguren nuestros derechos a las tierras, territorios y recursos, a la libre determinación y al consentimiento libre, previo e informado de todo proyecto que se pretenda realizar en nuestros territorios”. Poco después de estas declaraciones, iniciando el mes de diciembre (2019), Pedro Uc Be, activista de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya, denunció que recibió, junto con su familia, amenazas de muerte después de que se llevó a cabo la consulta sobre el Tren Maya en la región sureste.
A manera de reconocimiento y respeto hacia todas esas poblaciones indígenas que en todo el orbe continúan resistiendo el avance de formas de convivencia contrarias a la existencia hermanada que constituye su manera de concebir la vida, reproduzco un fragmento de la “Declaración de Ab’ya Yala”, que cerró el IV Curso Taller de Líderes Indígenas de México y Centroamérica (1999), convocado por la Academia Mexicana de Derechos Humanos:
“Con el permiso de El Corazón del Cielo y El Corazón de la Tierra; recordando la memoria de nuestros abuelos y abuelas, madres y padres; agradeciendo la gratitud de la madre tierra: los Pueblos Indígenas de Ab’ya Yala, en el ámbito de nuestra más noble y profunda tradición, con claridad, inspiración espiritual y en el ejercicio de la continuidad de nuestras existencias individuales y colectivas, expresamos, con todo el significado y fuerza creativa, la percepción trascendental de nuestros pueblos indígenas, para fortalecer nuestra energía, alumbrar nuestro camino y dejar constancia de nuestra práctica y nuestra existencia.
“Los Pueblos Indígenas que convivimos en Ab’ya Yala manifestamos que nuestras identidades y culturas permanecen vivas, dinámicas y creativas, así como nuestro pleno convencimiento de que ha llegado el momento de forjar la voluntad de vivir en hermandad diferenciada y lograr en los hechos el reconocimiento a la vida y al desarrollo.
“A las puertas del Tercer Milenio es importante enfatizar que la vida y el desarrollo de los Pueblos Indígenas de Ab’ya Yala sigue condicionada y dominada por distintas formas colonialistas de opresión: política, económica y sociocultural, A pesar de ello, nuestros pueblos han construido, con mucho esfuerzo, senderos que buscan la consolidación de un desarrollo pluralista y de autogestión, esfuerzos que nos llevan a reconquistar nuestro legítimo derecho de disponer de nuestro porvenir, de orientar, dirigir y trabajar para lograr nuestro auténtico desarrollo, dentro de nuestros propios parámetros históricos, ecológicos y culturales…”
En los tiempos que corren y desde el corazón de nuestros pueblos, sigue elevándose la voz indígena que busca su pleno reconocimiento, de manera firme, digna y pacífica.