Alma Gloria Chávez.
Seguramente algo tiene qué ver el que se haya vinculado la fecha del 29 de septiembre, día en que la grey católica celebra a San Miguel Arcángel, con la celebración de nuestra planta milagrosa: el MAÍZ. ¿Será que para el campesino que “hace la labor del campo”, San Miguel representa el protector de todo lo que se siembra? Este Arcángel, según la tradición judeo-cristiana, es el que derrotó al mismísimo rey de los demonios… luego entonces, es seguro que mantendrá “a raya” al mal temporal y todo lo que pueda hacer daño a los cultivos.
Este día, en territorio mexicano, también se recuerdan los 25 años de lucha emprendida contra el maíz genéticamente manipulado, acción organizada por campesinos, indígenas, grupos de agrónomos, académicos, científicos y ambientalistas, denominada “SIN MAÍZ NO HAY PAÍS”, y que por esta oposición que interfiere en los planes gubernamentales-empresariales que buscan crear mayor dependencia hacia las empresas trasnacionales, enfrentan más de 90 acciones jurídicas (entre amparos y apelaciones) interpuestas por empresas promotoras de la biotecnología agrícola.
La batalla por conservar la siembra del maíz criollo en el país es por la suspensión definitiva del maíz transgénico y el caso se encuentra en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuyo Tribunal Permanente de los Pueblos (Capítulo México) pidió en un Dictamen a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, defender a México como centro de orígen del maíz y los derechos de los campesinos a su cultivo y resguardo de semillas, como tradicionalmente se ha hecho durante centurias.
En la región de la Cuenca del Lago de Pátzcuaro, se emplea el sistema de roturación para el cultivo del maíz, asociado al cultivo del frijol y calabaza, bajo un sistema agrícola de temporal que tiene más de 3,000 años de antigüedad. El aprovechamiento integral de la planta del maíz tiene una relación directa con el tipo de necesidades que el elemento puede satisfacer y con las que puede también crear. Por ejemplo, las raíces se utilizan como abono; el tallo fresco, como alimento; el tallo seco como forraje y para artesanía; sus hojas y granos, como forraje en la preparación de alimentos; el olote como combustible; sus cabellos son medicinales, sus hojas son envoltura para alimentos y son utilizadas también en la artesanía y sus granos (frescos o secos) se utilizan para una gran diversidad de alimentos; para preparar almidones, aceites, alcohol y miel.
Y también se documenta que “un propiciador de lluvia lo encontramos en las danzas de algunos pueblos, cuando los bailadores tienen el propósito de ‘hacer reír a las nubes’ y en consecuencia se espera la suficiente agua para la siembra del maíz y otros cultivos. En la fiesta del Corpus, es cuando se agradece a la tierra por los frutos obtenidos en el año y es también cuando los oficios son bendecidos; es en esta fiesta, cuando se levantan colectivamente las “pozas” dedicadas al maíz. Y la fiesta de San Isidro, se enmarca en el pedimento de un buen temporal que asegure su crecimiento.
En Michoacán existen por lo menos ocho razas y 20 variedades de maíz en las Cuencas de Pátzcuaro y Zirahuén. Destaca entre ellas la raza p’urhépecha con sus variantes, identificadas morfológica y genéticamente en el año 2005. Quienes conocemos la historia del maíz, sabemos la importancia fundamental que este grano tiene en nuestra cultura y alimentación, inseparable de quiénes somos como pueblo, nación y continente.
Y para hablar de San Miguel Arcángel, recordaré tiempos de mi niñez, transcurridos en la Calle de Ahumada, a una cuadra de la Plaza Principal o Vasco de Quiroga. Como vecina de esta calle, muy cercana a la del Doctor Cos, recuerdo la algarabía de cantos y cohetes que nos despertaba al amanecer del día 29 de septiembre, cuando familias enteras del Barrio de San Miguel pasaban rumbo a la loma del Cerro Blanco, para ir a recolectar las flores de temporada con las que adornarían la fuente que se encuentra en la esquina de las calles Doctor Cos y Juan Gómez Navarrete, en la que está pintada la imagen del arcángel que doblegó a Satán.
Muy temprano, o desde el día anterior, también se escuchaban los acordes de una o dos bandas musicales llegadas de poblados de la ribera o serranos y al tiempo que los vecinos colgaban corredizos de papel de china con los colores representativos (blanco y amarillo), o adornaban puertas y ventanas, un grupo (casi siempre de jóvenes) terminaba de cubrir la fuente con los colores de las “Santamarías”, los “mirasoles”, el “tabardillo”, el “pericón” y las frágiles “estrellas”, inundando además el ambiente con los aromas que hemos llegado a vincular tan estrechamente con la temporada y este tradicional festejo.
Por la tarde, los cohetes anunciaban la celebración de un oficio religioso, que era celebrado al aire libre, al pie de la fuente y enseguida empezaba la “comilona” o Kermess y la romería, con la participación de vecinos anfitriones que ofrecían ponches y algún guiso tradicional a amistades e invitados, además de los que se encargaban de vender diversos alimentos a todo el que acudía. Con lo obtenido de estas ventas, iban haciendo el “ahorro” para la fiesta del año siguiente. Concluía el festejo ya bien entrada la noche, luego de la quema del castillo.
Hace un poco más de tres lustros, teniendo presentes estas añoranzas, acudí al Barrio el día de San Miguel y tuve oportunidad de platicar con Edith Zamudio, amiga y vecina del lugar, quien me habló de las dificultades que cada vez más enfrentaban quienes, como ella y su familia, deseaban mantener vivas estas tradiciones que “son herencia y propician o refuerzan la buena vecindad”. Me hizo notar que en las calles que conforman el Barrio de San Miguel, ya viven muy pocas familias del lugar. “Algunos ya han vendido sus casas y se han abierto negocios, así que estos nuevos vecinos ya no participan como antes. Sí cooperan: para la banda, para los cohetes y otros gastos… pero ya no logramos obtener lo necesario para un castillo ni mucho menos logramos integrarlos para acudir a cortar las flores, para las mañanitas o para la participación en el novenario previo a la fiesta, cuando se acostumbra encender fogatas”.
Hoy recuerdo a Edith que con satisfacción me hacía partícipe de lo que iba relatando: “Mis padres llegaron a este barrio hace más de 50 años y la familia de mi esposo también tiene un arraigo de más de tres generaciones. Ellos (los mayores) nos cuentan que la tarde del día 28 se hacía una ‘cabalgata’ por las principales calles de Pátzcuaro, en la que participaban casi todos los vecinos llevando antorchas en la mano, a manera de ‘convite’. Hubo años en los que se contrataba hasta dos bandas y se quemaban castillo y ‘corredizos’. Doña Refugio Cerda fue una de las que se distinguió por su ánimo y buena organización, tanto de grupos de ‘guarecitas’ (mujeres de todas las edades portando el traje tradicional, así como de carros alegóricos, que también recorrían la ciudad acompañados de la banda, participando a todos los pobladores de esta fiesta”.
Quiero dedicar este recuerdo a la persona sencilla, modesta y laboriosa que fue Edith Zamudio, así como a todxs los que habitando este antiguo barrio, siguen ofreciendo cada día, ejemplo de buena vecindad.