Fidel Rodríguez Ramos

    Contábamos con trece años de edad, cuando un 19 de octubre de 1970, la nación entera, se entristece al saber de la muerte de un gran hombre como lo fue Lázaro Cárdenas del Río, quien por algo se le bautiza en nuestras tierras como el segundo “Tata”, con el que lo igualan, a la altura del primero que recibe tal reconocimiento Tata Vasco.

  Año antes, en la primaria entonábamos el Corrido del Petróleo, claro que no entendíamos muy bien el contenido de esa composición, pero no importaba pues en las páginas de los libros venía su imagen junto a una refinería, carros que transportaban el llamado oro negro, portando en la parte trasera el charrito Pemex, nomás entendíamos que consigue ese recurso natural para beneficio del país.

   En ese día, la televisión comercial, difunde imágenes durante un largo tiempo, de la gente que llegaba a su casa donde era velado, miles de personas, de todas las condiciones sociales, sin exagerar fue un día de luto nacional. La magnitud, importancia del michoacana la creímos muy grande, un hombre entero, cabal, igual a nosotros, que sentía lo que experimentábamos, sobre todo las injusticias. Así cuando los norteamericanos invaden Cuba, se trepa al toldo de un coche, para en improvisado mitin callejero, condena el hecho y lo insólito, invita a la gente para que se sume a la defensa de la soberanía, independencia de La Habana.

  Cárdenas es una persona íntegra, con grandes principios, que entrega su existencia para hacer realidad la justicia que se merecían los pobladores de éste país. Así, desde joven se suma a la Revolución. Después, queda para siempre grabada en su mente la ofensa que le hacen en el Golfo de México donde guardias blancas, al servicio de compañía extranjeras le impiden pasar por lo que consideraban eran sus “propiedades”, a él y a otro michoacano Francisco J. Múgica se les atribuye el plan, los planteamientos que hacen posible la nacionalización del petróleo en 1938, no fue simple cosa recuperarlo de quienes lo gozaban, ilegítimamente, empresarios holandeses, yanquis e ingleses. Por si fuera poco, también nacionaliza los ferrocarriles.

     Don José Vélez, durante décadas cuida de las propiedades que el general tenía en las cercanías del lago de Pátzcuaro, mismas que en un desprendimiento de generosidad las regala para hacer un centro internacional de educación, su famosa quinta “Eréndira”. En una entrevista el fiel vigilante nos comenta, que le extrañó como un día, antes de su fallecimiento, pide le lleve a recorrer en la noche la ciudad del lago, observa como Cárdenas desde la ventanilla del auto no perdía ningún detalle de cada callejuela, edificio colonial. Regresan del paseo nocturno, platican un rato, mientras el revolucionario se distrae con una figurita de barro que muestra un indígena en cuclillas, con la cabeza hacia abajo. Después de su muerte, siente curiosidad por tal figura don José, la voltea y descubre en la base ésta leyenda que el Tata escribiera: “Levántate y anda”.

Compartir: