José Octavio Ferreyra Rodríguez

Con cuidado, desde los primeros tiempos de ésta epidemia, de Covid-19, se decía que ésta era resultado de nuestra pésima relación con nuestra Madre Tierra, el hombre llega, sin ninguna precaución, a todos los lugares de los continentes, nada escapa a su presencia, se considera que solamente un escaso 19 por ciento del mundo, ha escapado a la posibilidad de ser agredida.

    Millones de toneladas de plásticos se han vertido en los océanos, entre el Pacífico y el Índico hay seis veces más de ellos que plancton, el alimento de peces y ballenas. Sin ninguna muestra de remordimiento, se han arrasado miles de kilómetros cuadrados de bosques y selvas, acabando con especies valiosas de animales y plantas, del follaje donde se considera que hay la posibilidad para encontrar el remedio para múltiples enfermedades como el cáncer.

    Tradición en Asia, África es consumir ratas, murciélagos, antílopes, simios, serpientes, de la llamada carne de monte, eso es un elemento clave para entender el resurgimiento del coronavirus, de otras enfermedades como el SIDA que padecen miles de africanos. Pisoteamos, invadimos santuarios, lugares que debimos respetar y hoy debemos asumir, aceptar que con ello liberamos virus peligrosos que ocasionaran el día de mañana epidemias más peligrosas que causaran cientos de millones de muertos.

    No hemos aprendido muchas lecciones, sufridas por generaciones pasadas, por ejemplo cuando llegaron los españoles a América, propagaron virus de la viruela, sarampión, tifo que desaparecieron a millones de indígenas, la cifra de esta mortandad todavía está a discusión, se dice que fueron más de cincuenta millones de muertos. A principios del siglo XX la gripa española, elimina a cuarenta millones de habitantes. Hoy a las nuevas generaciones del nuevo siglo se les dice que debe cambiar nuestra relación con la naturaleza, con el planeta que ya no da para más, todo se envenena, contamina y no nos damos cuenta, por ejemplo que el plástico, poco a poco invade ya nuestras células.

   Hemos olvidado, oh no queremos aceptar que los estragos del Covid-19, de esta nueva ola Ómicron, que a decir de un experto en infecciones terminará hasta marzo de éste 2022, TAMBIEN es producto de nuestra amolada dieta alimentaria, al cuerpo lo hemos llenado con grasas, azucares, con elementos venenosos, presentes en refrescos, pizzas, carnes congeladas durante treinta o más años. Se asegura que de haber tenido una mejor alimentación, los efectos del Covid-19 no serían los que con miedo, preocupación observamos.

   Absurdamente, siguen las guerras en las fronteras de Rusia, en África, Arabia, Haití y no hay poder religioso, humano que les ponga un alto. Se prefiere gastar más de un millón de millones de dólares al año, en letales instrumentos de aniquilación humana, que bien pudieran usarse para comprar vacunas; para proyectos que cuidaran nuestra fauna y flora, como para no creer, en lo último señalado, sólo, en el mejor de los casos ¡se invierten tristes trescientos millones de dólares al año!. Estamos en peligro de muerte inminente, y todavía nos bombardean con la exigencia de seguir comprando autos, habrá nuevos coches eléctricos, pero no se nos dice que éstos necesitaran níquel, que se obtendrá talando grandes extensiones de bosques, al tamaño de Indonesia o Filipinas. Desde este pedacito del planeta, desde Quiroga digamos: ¡alto a ésta locura o tragedia!, queremos un mejor futuro para nuestros niños y adolescentes que no comprenden nuestra desidia o desinterés.    

Compartir: