Adén Castro
La muerte de muchas mujeres no debe ser en vano, tenemos la obligación de tratar de entender un grave problema que nos ofende como sociedad, y para ello hemos partido mal, lo creemos como algo que puede ser aliviado con la educación, pero se olvida que en un sector clave de la misma, en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), durante más de cincuenta años, y seguramente eso persiste, era algo natural el que las mujeres, por un cambio, ascenso, ingreso dentro de la Secretaría de Educación Pública (SEP), accedieran a tener relaciones sexuales con las gentes que podían influir para hacer realidad eso que, se olvida, eran plenos derechos, atropellados, ignorados por los poderosos “charros”.
Hay agresión a las mujeres, feminicidios que se desbordan en Ciudad Juárez a finales de los setenta del siglo pasado, cuando en esa línea fronteriza se establecen las llamadas maquiladoras norteamericanas, que inteligentemente, por muchas razones, prefieren la mano de obra femenina. De pronto, por la falta de empleo u oportunidades, muchos hombres deben hacerse cargo de las labores que antes hacían sus parejas, cuidar los niños, cocinar, lavar eso crea un resentimiento hacia ellas. Curiosamente empiezan decenas de muertes que hasta hoy no se han explicado plenamente, muchas cosas se conjugan como la falta de alumbrado, transporte seguro para ellas que tenían horarios las 24 horas, y sobre todo la escasa vigilancia policiaca.
Aunque se diga lo contrario, quizás por la pobreza que padece una mayoría de la población, no hay igualdad para hombres y mujeres, se prefiere por ejemplo hacer sacrificios para mandar a los hombres a las escuelas, a las mujeres no porque se comenta: ”para qué si se va a casar”. Además muchas no pueden prepararse por la dichosa trampa de un examen de evaluación donde son “reprobadas”. Muchas mujeres deben tolerar humillaciones, rebajas a su dignidad o valor, hace relativamente poco, ellas debían pedir permiso a sus esposos para trabajar. Ya se olvidó que en el Congreso de la Unión, se dio el célebre caso de las “Juanitas” propietarias de diputaciones federales, que a los pocos días renunciaban para dejar el puesto a sus suplentes.
Nos asombramos porque en Guerrero, uno de los estados más pobres del país, a pesar de que está rodeado de riqueza, las niñas, por usos y costumbres, son matrimoniadas a temprana edad. Nuevamente la miseria es la que explica eso en gran parte; olvidamos como se vive en muchas comunidades, cinturones de miseria que rodean las ciudades, donde en un solo cuarto conviven cada noche una familia entera, ahí los pequeños a una edad inadecuada, o sin información se dan cuenta de muchas cosas, que a la primera oportunidad tratan de emular.
A los medios de comunicación, a todas las instituciones sociales, políticas parece no interesarles la dramática situación de las mujeres, en una consulta a jóvenes de la región se les pregunta sobre qué remedio propondrían para terminar con la muerte de mujeres y contestan: “que las autoridades policiacas, militares, judiciales hagan su trabajo, investiguen, sancionen esos actos”. Pero ¿cuál es la realidad?, las víctimas por la ausencia de justicia prefieren dejar todo así, comerse como puedan su vergüenza.