Fidel Rodríguez Ramos

   En pocos lugares de la Tierra, durante la Semana Santa, se recrea la solemne atmósfera de los días dolorosos que vive el redentor de la humanidad. Después del vía crucis, en el viernes santo entre las dos y tres de la tarde se nota en Pátzcuaro, un extraño silencio, el viento suavemente acaricia, mueve el follaje de los fresnos, el Sol envuelve  todo en un sofocante calor, curiosamente en los momento en que Jesucristo muere para después resucitar.

  Pátzcuarenses han tenido la fortuna de visitar la ciudad sagrada de Jerusalén, y seguramente conocieron ese ambiente que se adueña de nuestra ancestral ciudad. Hay una quietud en esa semana mayor, todo  confluye para experimentar nuevamente un sentimiento de humanidad, respeto y reconocimiento hacia quien no vaciló morir por los hombres, mujeres, niños, jóvenes de este planeta, el sacrificio fue terrible, atroz, perder la vida lentamente en el madero. La crueldad de los hombres hacia él es comprendida: “Perdónalos Señor no saben lo que hacen”. La agonía, los intensos dolores le hacen exclamar: “Señor ¿por qué me has abandonado?”.

   Nada de gritos, música estridente, se escucha en la antigua capital del antiguo imperio tarasco se nota, todos guardan un recogimiento, reflexionan, seguramente para reconocer tanta falta, tanto mal actuar con el corazón, de obra, pensamiento y omisión. Todos acuden a la visita de los siete templos, no se pierde en el recorrido la oportunidad de silenciosamente saludar a los conocidos antes de entrar a San Francisco, el Santuario, el Hospitalito, la Basílica, la Compañía, el Sagrario, San Juan de Dios.

   Impresionante admirar los Cristos que en procesión visitan las principales calles coloniales, traídos por los feligreses desde las colonias y comunidades del municipio, con sus niños, niñas vestidas de Magdalenas; centuriones y redentores. Viacrucis se representan en el centro de la ciudad, la peregrinación en cada estación, camino al estribo grande revive el suplicio de Cristo Jesús. Igual escenificación se realiza en la Colonia Ibarra, para después, en la noche, presentar  la  obra “La última cena”.

   Más emotividad, realce dan los recientes altares de Dolores, que comienza a poner la familia Leal. Momento único es estar presente en la procesión del Silencio por la calle de Serrato, los penitentes hacen un largo recorrido por las principales rúas del centro histórico, los habitantes engalanan el frente de sus viviendas con bellas flores; en la calle de Espejo con paciencia y amor, se realizan coloridos tapetes con motivos geométricos donde los penitentes  encapuchados ponen las plantas de sus pies.

   En la plaza de San Francisco, tradicionalmente se ponen las gentes de Pichátaro, para ofrecer los tamales de trigo y harina, los célebres chicales que muy pocos han probado, ahí mismo las hogueras se encienden para ofrecer una pequeña muestra de nuestra gastronomía purhépecha.

   El Sábado de Gloria se abre el cielo, se enciende el fuego nuevo y se bendice el agua en todos los templos. Poco a poco se va perdiendo la tradición de la quema de Judas que antes se realizaba en la Estación, hoy, que sepamos sólo se continúa haciendo en el antiguo Barrio de El Guajolote. Viviremos, primero Dios, esta experiencia gracias a la Virgen de la Salud que debió salir a darnos sus bendiciones para librarnos del Covid-19; ella y nuestros médicos, enfermeras, camilleros, a los conductores de ambulancias que detuvieron, valientemente, esa calamidad que nos impidió hacer tantas cosas.

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