Fidel Rodríguez Ramos
Los españoles llegaron a la tierra de los pescados, a Michoacán con la ansiedad de recibir oro, de buscarlo sin que les importara profanar la tierra donde estaban las sepulturas de nuestros dignatarios, en Pátzcuaro, Ihuatzio y Tzintzuntzan. En la primera ciudad excavaron en la falda del estribo grande, por creer que ahí se habían inhumado, a altas autoridades.
Hernán Cortes para compensar los sacrificios de sus hombres les entrega pueblos, hombres, mujeres, niños y jóvenes, así a Francisco de Villegas le da las tierras de Uruapan con siete barrios, cuatrocientas treinta y dos casas y dos mil ciento ochenta y nueve personas. Estas gentes le daban a Villegas, por sus buenos servicios, consistente tal vez en aperrear y matar indios, noventa pesos cada ochenta días: doce indios de servicio diariamente, que le sembraban una sementara de trigo de cien brazas en cuadro y otra de maíz de trescientas, además cada año le daban diez fanegas de ají (chile), diez de frijoles y diez marquetas de sal. Al encargado de sus bienes, administrador o calpixque había que darle diariamente dos gallinas, media fanega de maíz, dos cargas de leña y dos de pastura para sus caballos. Cuando el señor Villegas se encontraba en Uruapan, había que darle a él otro tanto.
En Purenchecuaro a Juan de Infante le entregaban cinco marcos de plata cada ochenta días y mantas torcidas.
El presidente de la primera Audiencia, Nuño de Guzmán envió propio al Cazonci, llamándolo a Méshico. Temeroso y todavía digno Tanganxhuan II no acudió al llamado. Mandó en su lugar a un “nahuatlato” llamado Coinechi, que era portador de un regio presente para Nuño: platones y rodelas de plata y joyas de oro por valor de cien marcos de plata, y tazas y joyas diversas por valor de otro tanto, amén de seiscientos marcos de oro. Coinechi cumplió con felicidad su cometido, (que exacerbó la codicia de Nuño), y torno a Michoacán portador de apremiante mensaje para que el Cazonci fuera a Méshico porque Guzmán lo quería ver, y que llevara plata, ¡mucha plata! y oro ¡mucho oro!.
El mensaje no sólo instaba. Amenazaba también. El asustado purépecha se resolvió a obedecer, marchó a Tenoshtitlán llevando consigo grandes riquezas conque esperaba aplacar a la fiera: doscientos marcos de plata, y mil pesos de oro en joyas a más de buena cantidad de plata en pasta. Las joyas eran de lo más perfecto que labraban los maravillosos orífices purépechas, que sabían secretos de su arte hoy totalmente ignorados, el Cazonci apartó del conjunto dos platos primorosos que con sus propias manos entregó a Nuño como obra maestra digna de su grandeza. Más no era la de Guzmán alma capaz de ver en el oro el material sublime por la belleza plasmada. Para él, aquellos platos eran simples tejos, posibilidades de lujos, de poder, de orgias, que recibió impaciente y entregó luego a su mozo ordenándole que los pasara por metal con las demás piezas.
El mismo Nuño en su aventura de conquista hacia el occidente exige a Tangaxhuan, después de aprisionarlo ochocientos tejuelos de oro de medio marco cada uno y mil de plata de un marco. Le obliga a acompañarle después de quemarle las plantas de los pies, le ahorca y lo envuelve en un petate que es arrastrado por un corcel, es quemado y sus cenizas lanzadas a un río. Ninguna población se salva de una rapiña desmedida, en Janicho descubren ocho arcas de rodelas (escudos) y mitras de plata llamadas angaruti; cien rodelas y cien mitras en cada caja y cuatrocientas tortillas de plata. Extrajeron de las islas de Urendani otro tesoro de oro en joyas y de Apupato un tesoro de plata. De la isla de Pacanda sacaron cuatro arcas de rodelas de plata; cien rodelas en cada caja y veinte de oro repartidas en cada caja. Ésta práctica los españoles, fielmente, la han seguido quinientos años, ellos cada vez más ricos, nosotros cada vez más pobres.