Alma Gloria Chávez.
Sin duda alguna la pandemia de Covid-19 ha venido a revelar (entre otras muchas cosas) las otras realidades del Turismo, denominado en tiempos muy recientes “industria sin chimeneas”. La carencia en materia sanitaria para los trabajadores del sector o empresas carentes de solvencia financiera y protección social, así como turistas carentes de responsabilidad en cuanto a las actuales medidas sanitarias, despreocupados por las aglomeraciones, son algunas de ellas.
En los últimos tres lustros, el turismo, uno de los fenómenos mundiales de mayor trascendencia en la época moderna, ha alcanzado dimensiones insospechadas, sobre todo el que es respaldado por empresas capitalistas, que produce afectaciones drásticas en los territorios que ocupa, ya que las necesidades de los pobladores locales son relegadas a lo que los turistas quieren ver y disfrutar. En algunos sitios en especial, el turismo llega a alcanzar proporciones masivas, poniendo en riesgo el entorno natural y patrimonial del lugar… como se empezaba a percibir en poblaciones como Pátzcuaro.
Venecia y Ámsterdam son ejemplos europeos de cómo las derramas económicas dejadas por los cientos de miles de visitantes, no alcanzan para recuperar el daño ocasionado al patrimonio y en cambio sí afecta a terceros: la propia población, que se ve sometida al aumento del costo de servicios, productos de primera necesidad, bienes muebles e inmuebles, etcétera. Cuando no se preveé y se regula la especulación que mueve al sector “ prestador de servicios”, la vida de la comunidad se encarece y los pobladores terminan por no poder habitar el lugar que han venido habitando por generaciones.
En el año 1995, Federico Mayor, Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), propuso que todos los países firmantes de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural adoptada por la Conferencia General de la UNESCO en 1972 (México incluído), implementaran medidas urgentes en cuanto al patrimonio, creando conciencia y sensibilidad entre todas las personas que poseen, promueven o recorren lugares denominados “turísticos”, en el sentido de que “al no protegerlos debidamente, pueden terminar por dañar, modificar o hacer desaparecer irremediablemente ese bien patrimonial”… como ha venido sucediendo en la Cuenca del Lago de Pátzcuaro.
“Los sitios del Patrimonio Mundial siempre se han situado entre los puntos de mayor atracción para el viajero -decía en sus declaraciones Federico Mayor-. Las obras maestras del hombre y de la naturaleza generan en nosotros un sentimiento de admiración que constituye, en sí mismo, una suprema forma de transportación. Sin embargo, el turismo desenfrenado y el desarrollo turístico pobremente planificado, pueden resultar en daños físicos y sociales irreparables, y no sólo a los sitios, sino también a las comunidades circundantes”. Lo que podría suceder con proyectos como el Tren Maya, si no se toma en cuenta la participación auténtica de las comunidades involucradas.
Las advertencias del entonces Director General de la UNESCO caben perfectamente en el contexto de nuestra entidad, por el hecho de que Michoacán posee una ciudad cuyo Centro Histórico ha sido incluido en el listado de Patrimonio de la Humanidad; varios Pueblos Mágicos y Áreas Naturales que aún sin tener declaratoria oficial, se encuentran consideradas “santuarios” para distintas especies de la fauna y de la flora del planeta.
El rápido desarrollo de la tecnología del transporte, un mejor estándar de vida, las prolongadas vacaciones pagadas y mayor tiempo libre, han contribuido a que las personas actualmente viajen con mayor frecuencia y a lugares más distantes. Muchas se abocan al constante descubrimiento de nuevos lugares de interés, sobre todo las que habitan las grandes ciudades, que optan por el turismo a sitios de gran belleza natural, así como a pequeñas poblaciones, acuñando el término, para esta actividad, de “ecoturismo”, “turismo de aventura” o “etnoturismo”. En tanto, el turismo cultural se encuentra relacionado con la visita a lugares que poseen un patrimonio diverso, material e inmaterial.
Sin embargo, el turismo, que suele estar vinculado al desarrollo, puesto que proporciona empleo y generalmente representa una importante vía de ingreso de divisas, por lo general no desarrolla ni toma en cuenta proyectos que ofrezcan sustentabilidad y mejoras para la población, por lo contrario, sus proyectos sólo toman en cuenta a empresas de servicios muchas veces ajenas al lugar, que sólo hacen uso de su infraestructura y que actúan como “aspiradoras”, llevándose las mejores ganancias. En Pátzcuaro tenemos como ejemplo el “Cantoya Fest”.
A muchos sitios que ingresaron al proyecto denominado “Pueblos Mágicos”, no les fué nada bien: se alteró la fisonomía del lugar; se encarecieron los servicios (en cambio, los salarios siguieron siendo menos que mínimos); se desatendieron la periferia, las colonias y las demás poblaciones del Municipio; aumentó el comercio informal; se atendieron y saturaron algunos pocos espacios dedicados al espectáculo, sacrificando eventos culturales de la propia población; se deforestaron grandes extensiones para dar cabida a nuevos fraccionamientos; la inseguridad aumentó… ante la mirada complaciente de los promotores beneficiados por la declaratoria.
Hoy nos damos cuenta de cómo el turismo puede ser portador de efectos adversos cuando no se planifican o prevén situaciones tan elementales como calcular qué tanto puede dañar determinada cantidad de visitantes a un sitio; cuánto puede alterar al medio ambiente la apertura de carreteras para llegar a otro lugar; cuánto puede ser el daño a la arquitectura con el tránsito excesivo o los eventos masivos. Y en el caso de los residuos sólidos (basura) que suelen dejarnos los visitantes, debemos tomar en cuenta que todavía no existe ningún proyecto que ataque integralmente el problema… en la mayoría de nuestras poblaciones en el país. Además de que el problema de escasés del agua potable va en aumento.
La contingencia que hoy vivimos nos obliga a replantear proyectos turísticos de aspiración colectiva, fudamentados en un equilibrio entre el crecimiento económico y el desarrollo social; entre el uso de los recursos del patrimonio natural y cultural y la nueva relación, basada en el respeto, de los seres humanos para con ellos.