Alma Gloria Chávez.

       Sin duda alguna, la actual crisis bio-sanitaria en la que nos encontramos, fue precedida por distintas llamadas de alerta para las que no se dió la suficiente atención.  Nuestro país, por ejemplo, ya había sido advertido del alto riesgo para la salud de la población que representa la violencia en cualquiera de sus manifestaciones; de los altos índices de contaminación en que se encuentran nuestros cuerpos de agua; de las drásticas consecuencias que vienen luego de la pérdida de bosques, monocultivos y el uso de agentes químicos altamente agresivos (y prohibidos, como el glifosato), además del consumo de alimentos procesados y bebidas embotelladas, que nos ha llevado en pocos lustros a estar en los primeros lugares de obesidad infantil y adulta.

       Hace apenas siete años, que el entonces secretario de Salud de la Ciudad de México (entonces Distrito Federal), Armando Ahued Ortega, declaraba que “no habrá sistema de salud que pueda atender la demanda de servicios por las enfermedades derivadas de la obesidad, como la diabetes, y las cerebro-cardiovasculares”, a lo que podemos agregar la pérdida de casi diez años de esperanza de vida para quienes resulten afectados/as.

       Sin embargo y desde entonces, las grandes firmas de alimentos procesados  continúan incrementando sus ingresos (durante la pandemia, ellas mismas declaran que sus ventas son “históricas”), mientras que la afectación para quienes viven del campo está llegando a límites desesperantes.

       La pérdida de la salud en cualquier individuo, sobre todo si es alguien cercano o familiar, se puede mirar, a decir del doctor Arnoldo Kraus, como un libro abierto, que nos permite crear lenguajes y formas de convivencia o relación distintas a las anteriores y nos lleva, la mayoría de las veces a indagar por nuestra cuenta.  Así, nos llegamos a encontrar con que mucho de lo que el sentido común insinuaba, hoy lo ratifican científicos en todos los campos de la medicina: las dolencias cardíacas, el cáncer, la diabetes o la obesidad, se deben a ciertas condiciones en el útero de la madre y en los primeros meses del ser humano.

       Son esas condiciones y esos primeros meses de vida los que “programan” (literalmente) la manera en que se desarrollarán el hígado, el páncreas, el corazón y el cerebro, así como la manera en que todos esos órganos funcionarán más tarde en nuestra vida.

       Seguramente por haber permanecido cerca de mis padres en sus últimos años de vida (mamá 78, papá 98), entre mis lecturas cuento con bastantes temas relacionados con la salud… y la enfermedad, obviamente.  Algo que recuerdo y tengo muy presente, es lo que escribió un médico inglés: David Barker, respecto a sus investigaciones acerca del impacto de la nutrición fetal en la salud adulta.  El doctor Barker dirigía, en el año 2008, la Unidad de Epidemiología Ambiental en la Universidad de Southamton y por su dedicación para documentar e investigar el tema de la nutrición fetal, se le considera “padre” de la interesante teoría o hipótesis que lleva su nombre: Barker.

       Y para comprender bien la teoría de Barker, es necesario olvidar el antiguo mito de que las futuras madres lo sacrifican todo para la generación siguiente: la triste verdad, es que las adolescentes, que aún están creciendo y las mujeres desnutridas o carentes de alguna vitamina, tienen menos capacidad que sus madres para nutrir a sus fetos.  De nadie es ajeno el hecho de que la mayoría de nuestras adolescentes tienen graves problemas de desnutrición, a pesar de que su estatura y peso digan lo contrario.

       Cuando una mujer está mal nutrida, al embarazarse sufre su organismo y el feto también sufre.  Un feto desnutrido se ve obligado a desviar la sangre rica en nutrientes hacia sus órganos vitales más importantes: el cerebro y el corazón, privando a otras partes partes del alimento que necesitan.  Debido a que esos órganos se desarrollan a una velocidad diferente, el impacto varía dependiendo de cuándo y qué tipo de desnutrición ocurre.  El bebé puede nacer con un aspecto y comportamiento saludables (“llenito y vivaz”), pero con el páncreas, el hígado o los riñones afectados en una forma que se manifestará más tarde en la vida. 

       Según Barker, “cuando una mujer no goza de buena salud, puede tener dificultades para pasar nutrientes hasta su placenta, privando de ellos al bebé, aunque ella se alimente bien.  El feto y el recién nacido son muy ‘plásticos’ y se sabe muy poco sobre estos períodos de la vida, pero lo evidente es que lo que sucede en esas fases tiene mucho qué ver con la salud en la edad adulta”.

       Hoy sabemos, por estudiosos como Barker, que las enfermedades crónicas se van formando en 30 a 50 años, así que para tener una imagen clara de lo que hoy nos suceda, es necesario conocer nuestra primera infancia.  Si anteriormente se pensaba que las enfermedades degenerativas en edad adulta eran resultado de una interacción entre genes y medio ambiente, hoy se está incorporando a ese modelo una programación ambiental en la vida fetal y la infancia.

       La enfermedad ha sido inseparable en la vida y desarrollo de la humanidad.  Sin embargo, muchos/as mantenemos la esperanza de que científicos como el doctor Barker nos permitirán corregir a profundidad cualquier situación (genética o fetal) que pueda alterar nuestros “diseños interiores”, dando como resultado que cada individuo pueda asumir a cabalidad un compromiso de vida por su propia vida.  Y seguramente, individuos sanos (integralmente hablando) lograrán (lograremos) revertir los males que hoy nos aquejan.

       Por el momento, los reportes “exitosos” que las grandes industrias de alimentos procesados ofrecen, indican que la familia mexicana, en esta pandemia,  consume diariamente, además de bebidas oscuras: harinas y azúcares refinados, botanas y confitería, además de productos lácteos y cárnicos con cierto grado de conservadores.  Mientras, según datos oficiales, se han perdido alrededor de 62,800 trabajos en el campo.

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