Alma Gloria Chávez.

Cuando una mujer joven resulta asesinada por un amigo, su novio o su pareja sentimental, ya es suficiente motivo para una reflexión amplia, ardua, “a fondo”.  Hay que revisar el patriarcado, el colonialismo, la falsa moral, el neoliberalismo, la discriminación, el clasismo, el racismo… la violencia al interior de las familias, el silencio, el ataque a lo femenino, a lo diferente.  En México, esta reflexión supondría realizarse permanentemente, ya que desde pequeñas las niñas son discriminadas o molestadas en las escuelas; en las oficinas, jefes y compañeros se sienten con derecho de acosar al personal femenino y hasta en los espacios públicos una mujer puede ser secuestrada, manoseada o agredida.

       “Ser mujer en México hoy, significa que no hay lugar ni hora donde puedas estar segura”, afirman activistas por los derechos de mujeres y niñas a vivir una vida sin violencia. Misoginia y acoso sexual, son sólo algunos aspectos de las agresiones de género, presentes en cualquier lugar y que han sido escuela para varias generaciones.

       En materia de Derechos Humanos, Michoacán es uno de los Estados con mayor rezago y la política de igualdad de género ha sido sólo un tema discursivo para muchos actores que después acceden a puestos de representación popular y toman como una especie de broma los programas para la igualdad de oportunidades y no discriminación contra mujeres; los dedicados a prevenir y erradicar la violencia intrafamiliar y no se hable de “perspectiva o equidad de género”, porque hasta se permiten ironizar: -”Quieren igualdad? Pues que se fastidien!”

       A casi un lustro desde que Amnistía Internacional exigiera a la Secretaría de Gobernación activar la “alerta de género” en Estados del país donde un alto número de asesinatos y desapariciones de mujeres se han venido sucediendo, parece que aún no existe una respuesta efectiva en la aplicación de la legislación para prevenir y castigar la violencia contra las mujeres.  En México, como en otros países del orbe, las víctimas de violencia de género son muchas más que las personas contagiadas por Covid-19.

       Actualmente, no sólo México se encuentra sumergido en la espiral de la violencia machista; este fenómeno”cultural” resulta el problema humanitario más grave del mundo.  Los asesinatos de mujeres perpetrados por maridos, parejas (o ex-maridos y ex-parejas), concubinos, padres, hermanos, conocidos, amigos o por extraños, como los asesinatos de las mujeres jóvenes de Ciudad Juárez, o por clientes, como en el caso de crímenes contra sexoservidoras.

        De México a Estados Unidos, de Ciudad Juárez a Europa y el mundo, el fenómeno de la misoginia que lleva a hombres al asesinato de mujeres con toda la saña imaginable, hoy se reconoce con el nombre de “feminicidio”.

       Precisamente, a partir de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, es que se acuñó el término “feminicidio”, la palabra que define el odio criminal de hombres hacia las mujeres.  Y fueron las valientes madres y familiares de las víctimas, quienes lograron la tipificación jurídica y el llamado a la conciencia sociocultural, promoviendo importantes cambios en la mentalidad general, aunque la violencia machista y patriarcal no ha sido erradicada ni combatida con auténtico ahínco.

       El feminicidio, opinan especialistas en el tema, “no es una simple acción, un gesto, una palabra que hay que censurar socialmente o comprobar jurídicamente: es, primariamente, una cultura, una forma de pensar y de interpretar la realidad, que se refiere a distintos niveles, pero todo conectado: los códigos publicitarios, la mentalidad común, las actitudes de los adultos, los deseos de algunos chicos y hasta los juegos de niños y niñas.  Y también los medios electrónicos de comunicación (móviles, Internet, redes sociales, televisión)”.  En resumen: son muchas cuestiones y actitudes cotidianas que consideramos “normales”, pero que invariablemente producen daño emocional, psicológico o físico a la mujer.

       A pesar de los discursos de gobernantes y funcionarios, para quienes el feminismo es comparable al machismo, los avances jurídicos logrados para alcanzar una auténtica equidad de género, se toman como simples eslóganes de campaña y luego como “relleno” dentro de sus políticas y planes de desarrollo (por lo general asistenciales).  Viviendo y gobernando en la simulación, se niegan a concebir al auténtico feminismo que analiza y toma en cuenta para sus propuestas las relaciones económicas y sociales, políticas y culturales, con el poder, con el Estado, con los partidos políticos, con las instituciones nacionales e internacionales, además de analizar también lo que ningún partido ni sindicato tradicionales han hecho: las relaciones con nuestros padres y con nuestros hijos, tanto en la familia como fuera de ella, abordando cada uno de los temas mencionados en toda su integralidad.  Esto es: con profundo sentido de humanidad.

       En Michoacán, como en tantos otros rubros, en materia de derechos humanos se encuentra también a la zaga a pesar de los buenos propósitos de algunos gobernantes que hasta nos han heredado cuerpos de “seguridad” infiltrados (cuya sola presencia es ya violenta), arcas municipales totalmente saqueadas y con adeudos y, sobre todo, una evidente impunidad.

        Hoy todavía nos encontramos en espera de que las políticas de equidad de género sean llevadas a la práctica, a pesar de que diversos organismos de derechos humanos han urgido a los representantes de la sociedad a tomar con la seriedad que amerita el caso, esta inclusión dentro de los programas de políticas públicas.

       En Michoacán, recordemos, hace cuatro años se declaró la Alerta de Género en algunos Municipios y obedeció, precisamente, a que desde hacía veinte años atrás mujeres de organizaciones civiles vinieron alertando de que todo eso que para muchos/as parecía “normal” no era otra cosa sino prácticas misóginas, discriminatorias y humillantes, que atentan contra nuestra dignidad y al permitirlas se contribuye a generar mayor violencia.

        Las recientes manifestaciones de mujeres en Michoacán, exigiendo justicia por el asesinato de Jéssica González Villaseñor, ponen en entredicho las reiteradas afirmaciones de instituciones gubernamentales respecto a la atención de la violencia de género.  Resulta alentador contemplar a tantas mujeres de todas las edades declarar que “nos queremos vivas” y por ello gritamos ¡basta!

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