Alma Gloria Chávez.
Desde el año 1999, cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la No Violencia hacia Mujeres y Niñas, que recuerda el brutal asesinato de las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirabal, que en el año 1960 fueran torturadas hasta morir, por oponerse y manifestarse contra la dictadura militar de Leónidas Trujillo, en la República Dominicana.
La violencia hacia nosotras, por lo general, tiene su origen en la organización genérica de la sociedad, pues es ahí donde se ubica al hombre como el sujeto que se apropia de la mujer, de sus bienes, de su trabajo y de sus vástagos, mediante relaciones de adhesión personal y servil en las que ellos son normadores y directores. A esto es lo que llamamos cultura masculina.
Pero no sólo en el hombre recae exclusivamente la responsabilidad de esos vicios. Nosotras, en buena medida, contribuimos también a fomentarlos y reproducirlos mediante la crianza y educación en los hijos e hijas, en una cadena que es necesario romper. En México, se sabe que la violencia en la familia afecta a más de un 70% de los hogares.
Contrario a lo que muchos políticos y funcionarios (de ambos sexos), así como algunas personas completamente desentendidas del tema afirman, la violencia hacia las mujeres continúa viento en popa, sin que a las autoridades encargadas de tomar medidas al respecto les importe mucho, excepto para ofrecer cifras y estadísticas de “casos atendidos”, como sucede aquí en Pátzcuaro, donde recientemente realizamos indagaciones para saber del número de feminicidios… sin encontrar respuesta.
Todavía hoy, a pesar de existir más “instancias de atención” para la mujer y la familia, que las existentes hace 27 años, por ejemplo, las mujeres que piden ayuda para salir de alguna situación violenta, no encuentran la respuesta inmediata ni esperada, pues las marañas burocráticas terminan por desalentar a cualquiera; y para quienes van a presentar una denuncia, después viene la revictimización por parte de quienes, se supone, están para aplicar las leyes.
Especialistas en el tema de violencia de género, afirman que la violencia del Estado penal ha convertido a las cárceles en un negocio en donde se criminaliza la pobreza, convirtiendo a las mujeres presas en mano de obra barata para las maquilas que se han instalado en prisiones mexicanas, lo que ha contribuido a acuñar el término de “violencia del estado patriarcal”. La desaparición forzada es la forma más evidente de violencia patriarcal de la que el Estado mexicano es responsable no sólo por omisión, sino por la participación directa de sus fuerzas de seguridad.
En noviembre de 2018, la escritora-narradora colombiana Laura Restrepo, escribió un libro que tituló “Los Divinos”, luego de conocer el asesinato de una niña… dándose cuenta de que estos actos aberrantes se repiten en todo el mundo, con mujeres de todas las edades. Crímenes que llevan el nombre de feminicidios, que al igual que la desaparición forzada de personas, o el asesinato de periodistas, o de ambientalistas, resultan tema habitual en las noticias. En la entrevista que concedió para un diario nacional, durante la presentación de su libro, Laura Restrepo afirmó: “El fascismo es terriblemente machista, de una gente que se siente superior y tiene que agredir a los demás como un motivo de identidad. No desvinculo fenómenos políticos como el de un Bolsonaro, o en Austria una ultraderecha fascista. Por toda Europa (y en algunos lugares de América) está resurgiendo (el fascismo) con una energía aterradora”.
Bibiana Camacho, en su columna semanal de “Milenio” (7 marzo 2020) opina que existe un código de silencio tácito que rige nuestra sociedad. “Hay temas que simplemente no se abordan, desde el alcoholismo de la abuela, hasta la homosexualidad evidente del tío y los abusos sexuales entre hermanos. Tal parece que en las familias es más importante mantener una imagen ante la sociedad, que afrontar desde la raíz situaciones graves, incluso criminales. Ese código de silencio se extiende a los demás ámbitos de la vida. La mujer no se queja del maestro que pide favores sexuales, del marido abusivo, del desconocido que se masturba, tampoco del jefe confianzudo, ni de un salario más bajo que el de su compañero. Las mujeres, en esta sociedad, somos educadas para guardar silencio.”
“Personalmente, no me considero enemiga de los hombres, porque no creo que sean los enemigos. Es el sistema el que ha enemistado a hombres y mujeres, pero hay muchos individuos que se sienten cómodos y confiados en él porque así se sienten seguros y temen perder sus privilegios. Tal vez un día se den cuenta (o nunca) de que este sistema, el que alimenta a la sociedad patriarcal, resulta ya intolerable porque genera y alimenta una violencia cruel y dolorosa que nos alcanza a todos/as”, menciona Bibiana.
De las indagaciones realizadas por la joven antropóloga Mayra en el Municipio de Pátzcuaro, apenas logró encontrar dos notas periodísticas de este año, que daban cuenta de lo que, a todas luces, eran feminicidios. Luego de ampliar la búsqueda, esto es lo que encontró: “En apenas 14 días de entre los meses de septiembre y de octubre, la violencia contra las mujeres ha dejado 6 muertas en Michoacán. 25 de septiembre: Jéssica González Villaseñor. En esa misma fecha: Beatriz G., en Tangancícuaro. En Zamora, el martes 2 de octubre: Ana Rosa H. El mismo 2 de octubre: Xitlali Elizabeth Ballesteros, encontrada sin vida en Valle de Santiago, tras ser asesinada en Morelia. El 5 de octubre, María Fernanda, de 19 años, encontrada muerta en Morelia. El 7 de octubre, la joven Celene Yuritzi O., fue encontrada en la morgue de Morelia, después de que desapareció en Pátzcuaro desde el 12 de junio de este mismo año.
Hace apenas 20 años, casi no existía documentación de casos ni observatorio de números. Y tampoco se llamaba feminicidio al hecho de matar a una mujer por ser mujer. El movimiento de las mujeres lo consiguió y mucho debemos a las madres y familiares de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, que lograron tipificarlo. Hoy resulta vergonzoso reconocer que en muchos lugares de México no hay espacio donde no peligre su integridad física o moral. Las mujeres y las niñas son susceptibles de sufrir inseguridad en la calle, en el trabajo, en su hogar y hasta en el ciberespacio.
Justo resulta reconocer que hoy muchas mujeres y hombres se han unido a la propuesta de erradicar toda forma de violencia contra mujeres y niñas, y que al no existir aún el interés suficiente por parte de autoridades de cualquier tipo para crear auténticas políticas públicas al respecto, nuestro deber en continuar dando batallas por la vida y por la paz, teniendo presentes a las numerosas víctimas de esta sociedad patriarcal.