Alma Gloria Chávez
La historia de lo que a nivel mundial muchas mujeres conmemoramos cada 25 de noviembre, comenzó en la República Dominicana, durante la dictadura de Leónidas Trujillo, en el año 1960. Las protagonistas, tres hermanas: Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes por su activa oposición a ese gobierno que privilegiaba sólo los intereses de quienes controlaban las riquezas del país, fueron asesinadas a golpes, junto al chofer que las conducía a visitar a sus esposos encarcelados, pretendiendo hacer parecer el hecho como un accidente, porque el auto y los cuerpos fueron arrojados a un barranco. Nadie lo creyó, ya que resultaba evidente que las Mirabal (o “Las Mariposas”, como también se les conocía), representaban una amenaza para el régimen Trujillista.
En 1981, durante el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Bogotá, Colombia, coincidiendo con la fecha del 25 de noviembre, se declara como el Día Internacional en contra de la Violencia hacia las Mujeres, “para que este día tenga un carácter simbólico en memoria de las hermanas Mirabal”.
La lucha por la erradicación de la violencia en contra de las mujeres, hoy forma parte de un proceso histórico reconocido por los gobiernos del mundo y resulta necesario que las mujeres entendamos que no han sido los gobiernos quienes han “otorgado” leyes y normas para garantizar la vida libre de violencia hacia mujeres y niñas, sino que ha sido logro de las propias mujeres y la comunidad internacional, conseguir el derecho a vivir sin discriminación, sin coerción y violencia.
Sin embargo, a pesar de los años transcurridos y en un mundo que, desde la ley –en la mayoría de las naciones- consagra los derechos de la mujer en igualdad con los del varón, el peso abrumador de las cifras muestran cómo la fuerza de la discriminación en contra del género femenino continúa incidiendo en todos los ámbitos públicos y privados, donde se toman decisiones. Prueba de ello, los últimos cambios legislativos en materia de violencia política contra las mujeres, en razón de género.
En el Informe Mundial sobre Violencia y Salud, del año 2003, se menciona cómo en el ámbito internacional se ha llegado a reconocer que la violencia contra la mujer, es “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”. Abarca también, sin carácter imitativo, “la violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales que atentan contra la vida y dignidad de la mujer; la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia relacionada con la explotación; la violencia física, sexual y psicológica en el ámbito laboral y en el ámbito de la comunidad en general, incluidas las violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento, la intimidación sexual en el trabajo, en instituciones educativas y en otros ámbitos; el tráfico de mujeres y la prostitución forzada y la violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado (y por cualquier orden de gobierno), dondequiera que ocurra”.
Los gobiernos, entre ellos el de México, se han adherido a acuerdos internacionales y se han hecho algunos progresos, tanto en la promulgación de leyes contra la violencia hacia las mujeres, como en el desarrollo de estrategias y planes para la prevención y erradicación de ésta. Sin embargo, balances recientes de la situación de la violencia contra las mujeres en México, así como otras fuentes de información, pone en entredicho la voluntad política para prevenir y erradicar este tipo de violencia, que como otras formas de violencia, tiene especificidades que es necesario profundizar. La aplicación de las leyes no ha tomado en cuenta que es un fenómeno complejo y con muchas aristas, por lo que resulta necesario analizar permanentemente sus diversas manifestaciones en los diferentes contextos de la sociedad… tomando en cuenta el acompañamiento de grupos de la sociedad civil con experiencia en el tema.
Esta negligencia que responde no sólo a la falta de análisis, sino por lo general a un acto deliberado para no obstaculizar el ejercicio del poder que tradicionalmente ejercen los hombres sobre sus parejas y su prole, deriva en la persistencia de indicadores que nos muestran inclusive retrocesos, en términos de lo que el movimiento de mujeres había logrado en este terreno.
Se ha reconocido que la violencia contra las mujeres también es un problema de salud pública. A finales de los años 90 del siglo XX, se pudo detectar que 48% de los casos de homicidios de mujeres en la ciudad de México habían sido provocados por violencia doméstica, 36% ocurrieron en el hogar de la víctima y de éstos 87% fueron ocasionados por su pareja. Otra observación se hizo con mujeres que buscaron atención en centros de salud en el país en 1999 y se encontró que 42% habían recibido maltrato psicológico, físico o sexual y durante el embarazo.
Y a pesar de la obligatoriedad de la Norma Oficial Mexicana, Prestación de servicios de salud: criterios para la atención médica de la violencia familiar, publicada en marzo del 2000, no se ha logrado la suficiente coordinación, concertación y capacitación de los profesionales de la salud para su cumplimiento, lo que en parte ha sido provocado por falta de sensibilización del personal médico involucrado, de manera especial en lo que se refiere a la canalización de los casos de violencia hacia el Ministerio Público, hecho que también se dificulta por la inseguridad que sienten las víctimas, por la forma en que son atendidas en esta instancia.
Para nosotras, mujeres, dentro de los problemas que se generan a partir de la violencia, quizás el más peligroso es precisamente aceptarla en pequeñas dosis: pasar por alto, simular, callar. Suma de pequeñas violencias, escondernos detrás de justificaciones y aceptarla como lógica y hasta necesaria. Y ésto, en el hogar, en la calle, en la escuela, en el trabajo.
En una sociedad donde por lo general se premia la corrupción y la ineficiencia; donde se reprime y obstaculiza la creatividad y las lúcidas conciencias, resulta todavía inverosímil el que existan mujeres que se atrevan a denunciar hechos de violencia, contra sí o contra sus semejantes… Pero existen. Y denuncian, y levantan su voz contra cualquier injusticia, aún con riesgo de perder la propia vida.
Mujeres de todos los tiempos, sobre todo las que persiguiendo ideales fueron ajusticiadas, nos han hecho entender que, como generadoras de vida, tenemos la responsabilidad de cuestionar los elementos culturales que nos rodean y que provocan violencia: autoritarismo, sexismo, clasismo, discriminación y explotación del hombre y la naturaleza. Trabajar de manera complementaria: hombre y mujer, hombro a hombro, para lograr una sociedad libre de todo tipo de violencia.