Fidel Rodríguez Ramos – José Octavio Ferreyra Rodríguez

Un célebre caricaturista Eduardo del Río “Rius”, a través de una revista de circulación nacional, mostro su inconformidad hace casi cinco décadas, por el levantamiento del empedrado en las calles principales del Pátzcuaro colonial, ese hecho a nadie preocupó, quizás porque se pensó que con ese absurdo se entraba a una deseada modernidad.

A pesar de ese golpe, la ciudad del lago seguía siendo un poderoso imán para miles de turistas que deseaban conocer este sitio privilegiado por la naturaleza. Para no seguir permitiendo atropellos a la ciudad de Tata Vasco, se llegó a organizar una junta de conservación, que quizás hoy seguramente ya no existe porque se ha permitido la proliferación de letreros en inglés, anuncios que según los expertos en arquitectura representan una agresión visual.

Letreros de tiendas de conveniencia en las plazas principales, que no van de acuerdo a lo que culturalmente es Pátzcuaro, donde se establece el célebre Colegio de San Nicolas, antecedente de la Universidad Michoacana; donde los jesuitas, franciscanos fundan centros escolares. El afeamiento de NUESTRA ciudad, crece día tras día, basta con que veamos las azoteas de las señoriales mansiones del centro histórico, para ver los parches y construcciones descuidadas con materiales ajenos al adobe, madera, tejas, cantera, piedra.

Seguro que muchos visitantes se preguntarán sobre qué clase de personas, autoridades moran en este sitio que irremediablemente se va esfumando; nadie nos oponemos a las necesarias, importantes actividades comerciales, a los cafés, hoteles, restaurantes, pero debe, creemos, buscarse una armonía para preservar lo que ya es una joya en pocos lugares como el Excolegio Jesuita, el Museo de Artes Populares, la primera Catedral de Michoacán, el Sagrario, San Juan de Dios.

Peor tratamos a aquel desaparecido espejo azul, al lago, festejado por Agustín Lara, Linda Ronstandt, todas nuestras aguas negras, sin misericordia se vierten sin haberse purificado previamente en las plantas tratadoras de aguas sucias, que se construyeron con ese noble fin, las tratadoras funcionan poco o nada, porque muchos no pagamos el servicio de agua potable que ayudaría a pagar la energía que las hace funcionar.

La anarquía que permite ¿con el permiso de quién? La construcción de ostentosas casas al pie del Estribo Grande, en las faldas del Cerro Blanco es otro elemento que ayuda a destruir esa cuenca donde cada día hay menos especies de animales acuáticos y silvestres. A ese trágico panorama se une la desforestación centenaria que facilita el azolvamiento del vaso de agua, el abuso comercial de los mantos acuíferos, el poco compromiso que mantenemos en el cuidado de la naturaleza que poco a poco deja de darnos las cosas que antes a manos llenas nos proporcionaba como un invaluable regalo.

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