Fidel Rodríguez Ramos

Una gran fiesta, una unión de muchas gentes en el Día Ocho, nuestra ciudad era tomada por rancheros, niños, jóvenes, mujeres de las islas, adultos provenientes de los cuatro puntos cardinales de la región.

El tren, las flechas, los carros no daban abasto para traer y llevar visitantes. Una oportunidad para hacer muchas cosas, actividades a un costado de la Basílica, al frente había los llamados “stands”, los espacios para para mostrar las artesanías, nuestra ropa, los telares donde se hacían gabanes ante la presencia del respetable.

Todo mundo se animaba, las escuelas, clubes no podían faltar, mostraban lo que hacían los maestros con sus alumnos, se pulían para hacer actos culturales en el modesto teatro del pueblo, donde llegaron a participar celebridades como los Sonor’s y la orquesta de Paracho, Los Erandi que llevaron su música hasta China.

Industriales, ganaderos participaban y mostraban ejemplares selectos a las autoridades que desde Morelia venían a cortar el listón de inauguración. Entonces los juegos mecánicos no estorbaban: la ola, el martillo, las sillas voladoras, los caballitos, la rueda de la fortuna que brindaba una vista maravillosa de esta urbe que celebraba a la Santísima Virgen de la Salud.

Con envidia veíamos prepararse a mucha gente para dormir en los portales, en petates y con gruesas cobijas, ellos, serían privilegiados al llevar las mañanitas a la patrona del lago. En medio del estruendo de los cuetes, de la sencilla música aparecían las clásicas mogigangas que a muchos asustaban o sorprendían, los niños se preguntaban ¿dónde vivirán? ¿cómo comerán? Ver a un gigante barbado de Asia con una Luna en su cabeza no era cualquier cosa, se asegura que esa tradición centenaria era obra de Tata Vasco.

Las calles principales se inundaban con puestos de cacahuates, mandarinas, jícamas, ´papas rojas, cañas, naranjas; la ropa, los juguetes de hojalata, las inolvidables monitas de cartón, caballitos del mismo material, cascos, cornetas, máscaras de cartón piedra.

Guanajuato, Estado de México no faltaban en esta fecha, trayendo cosas maravillosas. Un comerciante exponía un mar de productos populares, invitaba con su reiterado: “Y métale la mano que todo vale dos, ah dos”. La celebración empezó a decaer por los comentarios de mucha gente: “No ya no somos un pueblito”. Las familias del primer cuadro se empezaron a quejar de muchas molestias “ya me andaba matando por pisar una chirimoya que alguien tiró”. “Dejan mucha basura. Es un ruidaso infernal, los juegos, la lotería, los futbolitos, el tiro al blanco, la casa de los espantos”.

 Y luego para acabarla de amolar, los inspectores sangrando a diestra y siniestra a los mercaderes foráneos, que venían a darles una gran parte de sus ganancias, después de rogarles a los de mercados: “un pedacito hombre no sea malo”, clamaban. Esa fiesta debemos rescatarla, porque era la gran oportunidad para preservar nuestra cultura, costumbres, lazos familiares, de volver a encontrarnos con los ausentes. ¡Qué viva nuestra hermosísima Virgen de la Salud! ¡Apiádate de nosotros, sálvanos de esta terrible epidemia que no tiene alivio todavía! ¡Sólo tú puedes con ese mal siniestro!

Compartir: