Alma Gloria Chávez

       Hoy, como no se había vivido en la historia reciente, muchos seres humanos se encuentran sin la capacidad biológica, psicológica y espiritual, para afrontar la crisis biosanitaria por la que atraviesa nuestro planeta.  Al dar lectura a las “Recomendaciones para familiares en duelo durante la pandemia de COVID-19”, emitidas por el Gobierno de México, he tenido la certeza de que estas medidas pueden ser adoptadas por cualquier persona, en cualquier lugar y aún no habiendo sufrido la pérdida de algún familiar, porque: ¿a quién en algún momento de esta prolongada etapa de nuestra existencia, no ha llegado a doler la pérdida de la libertad, de la salud, del trabajo, de posesiones, del encuentro con los/as demás, de algún conocido o de un ser querido?  De duelo, me parece, nos encontramos muchas, muchos… y a menudo, aún sin saberlo o reconocerlo.

       Podemos afirmar que cualquier persona, en alguna etapa de la vida, nos hemos encontrado en contacto con diferentes emociones traumáticas que, si no las manejamos adecuadamente, pueden desencadenar un desequilibrio en nuestro organismo, en lo emocional y en lo espiritual y llevarnos a la enfermedad.

       Desde hace varias décadas denominamos a esos contínuos estados de alteración que se manifiestan como cansancio, irritabilidad, ansiedad o agobio: “estrés” y clínicamente han estado llamando la atención de los médicos, porque se han llegado a identificar como detonantes de serias transformaciones físicas en todo el organismo, las cuales ocurren sin nuestro conocimiento y van, por ejemplo, desde una variación en el rango de pulsaciones de la presión sanguínea, hasta la paralización del proceso de digestión y el aumento de los jugos gástricos.

       Nuestra cultura nos ha enseñado que los sentimientos, por lo general, son negativos (nos hacen vulnerables) y peligrosos; que debemos controlarlos (sobre todo los hombres) con el propósito de ser racionales y lógicos.  Esta enseñanza ha contribuido con la enorme dificultad que tenemos (hombres y mujeres) para reconocer e identificar nuestras propias emociones.  De ahí que este permanente estado de incertidumbre por el que atravesamos, esté llevando a muchas personas  hacia estados depresivos.

       Así, entendemos que al negar nuestros sentimiento, nos alejamos de nuestro propio ser y cuando dejamos de estar en contacto con ellos, o bien cuando no los aceptamos como una expresión sólida de experiencia, empezamos también a carecer de palabras para describirlos, volviendo la espalda a nuestra naturaleza y entonces, nos hacemos vulnerables.  La Organización Panamericana de la Salud, describe así al estrés:

       “Todo comienza cuando nos apropiamos con nuestros sentidos del mundo que nos rodea (interior o exterior a nosotros mismos), lo que cobra sentido por medio de la corteza cerebral, e interpretamos la situación como amenazante o desbordante de nuestras capacidades y que pone en riesgo nuestro bienestar.  Cuando estamos en medio de una situación alarmante, necesitamos más irrigación sanguínea en aquellas regiones del cuerpo como lo son los músculos esqueléticos, que nos permiten huir o luchar frente a dicha situación.  Por esta razón, se produce un aumento en el trabajo cardíaco: el corazón late con más fuerza e inclusive, hay vasodilatación de los vasos cercanos a los músculos y el organismo tiene experiencia de taquicardia.  Dado que no necesitamos grandes cantidades de sangre en la piel, los capilares bajo ésta se cierran y la persona se pone pálida y se le enfrían sus manos y pies.

       “Y no es todo: con la liberación de la adrenalina, se llevan a cabo varios procesos, entre los que se destacan los llamados ‘glicólisis’ y ‘lipólisis’, para producir la energía biológica necesaria que nos permita enfrentar el desafío, ya que el aumento de energía se deriva en una liberación de azúcar (glicólisis) y ácidos grasos (lipólisis) en la sangre.  Si la tensión continúa y se han agotado el azúcar y los ácidos grasos, el cuerpo busca una nueva fuente de energía: las proteínas.  Los episodios repetitivos de tensión pueden eventualmente por lo tanto, llegar a ser tan dañinos, ya que se desgasta la capacidad del organismo para su funcionamiento habitual.”

        También sabemos que el estrés no causa las enfermedades –o por lo menos no se ha determinado con precisión dicho evento-, pero los cambios producidos por él alteran nuestro sistema inmunológico y por tanto, estamos más predispuestos a experimentar problemas físicos.  Algo que, lamentablemente, estamos comprobando hoy día con la presencia de un enemigo invisible que está atacando con más rigor a personas con sistema inmunológico “comprometido”.

       Cuidar y tener buen manejo de nuestras emociones durante esta pandemia, resulta de vital importancia.  En la parte física: comer sano y mantenernos bien hidratadas; dormir bien, manteniendo un horario y desconectándonos de la tecnología por lo menos una hora antes de ir a la cama; realizar ejercicio físico en algún espacio de casa y procurar actividades físicas creativas como cocinar, cuidar plantas, manualidades, pintura; evitemos fumar y beber alcohol.  Busquemos un lugar soleado cada vez que sea posible.  Y por favor, cuidemos de nuestro aspecto, como si fuésemos a recibir algún invitado/a especial. 

       Para el cuidado mental: evitemos todo lo que contamine nuestra mente, ruidos y experiencias desagradables.  Propongamos objetivos a corto plazo: tanto por algún duelo, como por la situación de incertidumbre en la que nos encontramos, intentemos vivir día a día con objetivos sencillos que nos ayuden a tener una estructura y coherencia.  Mantengamos una rutina diaria con horarios respecto a tareas de casa, ejercicio físico, tiempos de TV o lectura, descanso, etc.  Y evitemos  tomar decisiones importantes hasta que haya mejorado toda esta incertidumbre social y económica provocada por el virus.

       En el plano espiritual, podemos crear un espacio especial donde poner recuerdos de nuestros seres queridos, que simbolice el espacio destinado a “no olvidar”.  Es recomendable realizar una práctica de silencio diariamente, porque ello nos ayuda a tener más conciencia de nosotras/os, de nuestras emociones; esto permitirá aliviar síntomas como angustia, ansiedad, miedos, etc.  Podemos buscar música, literatura, pintura, actividades creativas que nos nutran espiritualmente. Sencillamente, observar algún paisaje, el vuelo de las aves, un amanecer, un crepúsculo, logran crear una sensación de paz…  Y, por qué no empezar a practicar la meditación? 

       Entendemos que no existen recetas específicas para manejar nuestras emociones, porque cada quien las experimentamos de distinta manera; pero sí ayuda el expresarlas abiertamente y de manera honesta.  Lo mismo que la naturaleza necesita equilibrio, nosotras/os también lo necesitamos.  Necesitamos alimentarnos bien (en todos los aspectos) y necesitamos tiempo para digerir los alimentos del cuerpo, de la mente y del alma.  Hagamos el esfuerzo para lograr un buen manejo (no un control) de nuestras emociones… hoy el tiempo nos lo impone.

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