José Octavio Ferreira Rodríguez
Juárez tenía un carácter, una fortaleza de acero, pero además era sumamente sencillo. En una ocasión cuando huía de los franceses, una dama veracruzana gustosa accede a darle posada, el Presidente pide no molestarla cuando llega, y temprano decide asearse, con respeto pide a la dueña una cubeta de agua, ésta le contesta altanera: “Tome ese recipiente y vaya a la azotea ahí encontrara todo. Refunfuñando, entre dientes exclama para sí. Hasta donde llega esta chusma.”
Al entrar al comedor, uno de los acompañantes del Ejecutivo le dice a la ama de casa, permítame presentar ante usted al Presidente de la República, Juárez se pone de pie y la jarocha por poco sufre un desmayo, al recordar como lo trata previamente, sin saber quién era.
El presidente gustaba del baile, era su debilidad, las mujeres en el Norte para festejarlo le preparan uno, y apenado les dice que no asistirá. Las organizadoras se reúnen, investigan el porqué de esa actitud y entre todas le compran unos zapatos nuevos, para sustituir los acabados que traía, que con cuidado trataba de ocultar.
En una fiesta tocaba la orquesta, en la mesa de honor, Juárez y su familia, un muchacho pide a su hija bailar una pieza, ésta lo mira de arriba hacia abajo al humilde solicitante y con gracia le dice, en la próxima con mucho placer. Llega otro varón bien trajeado la hija se dispone a levantarse, pero Juárez le dice al catrín, lo siento ya está comprometida con otro mancebo.
Benito Juárez sufre la cárcel en San Juan de Ulúa, quien conozca ese terrible sitio, se sorprenderá de lo que debieron haber sufrido los reclusos en ese espantoso lugar, húmedo, enfangado, lleno de lodo, excrecencias en las paredes, oscuro. Se trataba de dormir sobre las piedras que sobresalen del suelo, en un puñado de paja, sintiendo el paso de roedores, arañas, alimañas, moscas sobre sus lacerados cuerpos.
El Presidente vivió en Palacio Nacional donde muere su esposa y él, los lugares que habitó se han convertido en un museo donde parece haberse detenido el tiempo, uno puede observar su dormitorio la sala de descanso, lectura, esparcimiento. Impresiona mirar la mascarilla que se le hizo en su lecho de muerte. A poca distancia se localiza el panteón de San Fernando donde uno rinde reconocimiento al mexicano que hace posible el derecho a la educación para el pueblo, dando libros, útiles, calzado a los escolapios; que logra terminar con los fueros, privilegios de los jerarcas militares. Con Benito Juárez nos ganamos un lugar, un RESPETO entre todas las naciones.