Alma Gloria Chávez
En los últimos lustros, muchas mujeres vemos con satisfacción, cómo crece el número de mujeres y también de algunos varones, que llevan a la práctica el verbo “disentir”, que, recordemos, es el que se refiere a “no pensar ni sentir como otro/a”. Me parece que ello da pie a que en nuestras sociedades, todos/as nos sintamos comprometidos a hacer a un lado los absolutismos, las imposiciones, las unidirecciones, los controles y rigideces que se han venido creando, a partir de prácticas culturales viciadas por siglos de androcentrismo.
Yo tengo presente, por ejemplo, el recuerdo de alguna de mis primeras reuniones de trabajo que como sindicados federales se llevaban a efecto cada “de vez en cuando” para cumplir en parte con lo que nuestras obligaciones “como servidores públicos” se exige. No olvido el revuelo que causaron mis palabras, cuando al consensar alguna actividad (no marcada en nuestras Condiciones Generales de Trabajo) y percibir que alguien pretendía imponerla, yo “me atreví” a expresar que “disentía del compañero”. Simplemente, me hicieron a un lado y hasta lo consideraron una ofensa. Sin embargo, luego pude informarme de que algunos/as más si tomaron en cuenta mi “pensar diferente” y además de votar en contra, poco a poco aceptaron que con frecuencia se aprobaban situaciones que no eran del todo justas, pero al aceptar “no causaban molestia”. Y algo más: una compañera me confió de que el compañero que pretendía imponer la actividad, consideró la palabra “disentir” como una ofensa.
Aquí traigo a la memoria lo que el antropólogo español Antonio Oriol Anguera, sensible a la equidad de género (inusual en los años 80) escribió en su libro “Para una Antropología de la Mujer”. Cito texto: “Resulta necesario abandonar la razón de la fuerza, para que llegue el día de reconocer la fuerza de la razón”. Por supuesto que llevar a la práctica algo que supone cambios, resulta verdaderamente difícil en sociedades tan patriarcales como la nuestra. El correr de los años así nos lo ha mostrado.
“Piensa y actúa de manera diferente a lo socialmente permitido y encontrarás, inmediatamente, quienes te enjuicien, condenen, discriminen y ataquen”; me lo dijo con elementos probatorios y contundentes, una mujer muy querida y cercana, quien también añadía: “…y no por eso, nuestro interés por crear mejores condiciones de vida, basadas en la equidad, el respeto y la no discriminación, dejará de ser antepuesto a nuestra existencia”. Por lo que he sabido, le llevó años “sanar heridas”, sin dejar su compromiso social… al que sólo antepone hoy, el compromiso que adquirió para con ella misma, después de tanta experiencia.
Cuando buscamos a la mujer en la historia de México, necesitamos admitir que existen múltiples desconocimientos. Y lo mismo sucede en la historia universal. Sin embargo, por lo poco que conocemos, gracias a escritores/as y estudiosos/as de la situación de género en la historia nacional, sabemos que han existido muchas, muchísimas mujeres que han disentido del cómo se va construyendo la historia, omitiendo la voz y el pensamiento de nosotras.
La escritora Virginia Woolf decía al respecto: “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre, dos veces agrandada, (ya que)… los espejos son esenciales a toda acción violenta y heroica”. Esto es, nuestro papel en la historia se ha distorsionado por el espejo que significa la historiografía”, escrita sobre todo desde la óptica masculina.
El principal modelo que se nos ha ofrecido a las mujeres en todas las etapas de la vida del país (sobre todo desde el siglo XVI), es un “deber ser” que enajena nuestras realidades y nuestras opciones. Lo femenino de asocia a la “naturaleza” y virtudes como la emoción, el instinto y la intuición. En tanto, lo masculino, susceptible de cambio, se vincula con el pensamiento, el “hacer cultura”, el crear. Con este modelo lo que se ha conseguido es levantar barreras infranqueables entre el “ser mujer” y “ser varón” y nos ha llevado, desafortunadamente, a tantos desencuentros, no exentos de violencia.
A pesar de todo, sabemos, por los pocos ejemplos de mujeres que se mencionan en las páginas históricas, que los anhelos libertarios nos han acompañado desde siempre. Existen muchas, muchísimas mujeres que disienten. Que piensan distinto a lo que comúnmente nos hacen creer resulta inevitable “para que todo se conduzca en orden”. Actualmente, por ejemplo, todavía se piensa en que la fuerza es lo que nos llevará a los cambios necesarios y urgentes para la sociedad. Las mujeres apostamos a la educación, la ciencia, la cultura, las humanidades, para lograr un verdadero cambio en la consciencia. Y sobre todo: apostar nuestros mejores esfuerzos para crear un nuevo pacto Naturaleza-Humanidad. Porque sabemos que las principales crisis que hoy nos aquejan vienen de la sobreexplotación del hombre y de la Naturaleza, en la lógica de una guerra que hemos permitido declarar contra todo lo que nos da vida.
En estas fechas, en la ciudad de Pátzcuaro, conmemoramos el natalicio de una mujer que en su época (1765) resultó ejemplo, por su oposición a la violencia de clase, de raza y de género. Su nombre: Gertrudis Bocanegra de Lazo de la Vega, quien se alió a quienes se lanzaron a la lucha independentista que había cobrado un giro importante, luego de la muerte de quienes la iniciaron. Ella fue pasada por las armas, luego de perder a su esposo y dos hijos en la lucha libertaria, en el año de 1817.
Otros ejemplos de mujeres que han disentido o disienten: La Malinche, nuestra Eréndira, doña María Luisa Martínez, de Erongarícuaro, doña Antonia, “La Correo” de Pátzcuaro, Josefa Ortiz de Domínguez, Sor Juana Inés de la Cruz; en épocas más recientes: Rosario Castellanos, Benita Galeana, Rosario Ibarra, la Comandanta Ramona y las mujeres Zapatistas; la abogada agraria Evita Castañeda, Digna Ochoa, Lidia Cacho y muchas más a las que reconocemos como “luchadoras sociales”… o “buscadoras de vida”.
Para ninguna de las aquí mencionadas, podemos asegurar, la vida ha resultado sendero fácil. Ardua tarea significó y significa aún “deconstruir” gastados e intolerantes esquemas sociales y proponer nuevas relaciones basadas en la no discriminación, no explotación ni autoritarismo. Libres de todo tipo de violencia.
Como un modestísimo homenaje a nuestra Gertrudis, la mujer disidente, es que hoy reconozco también a cientos, a miles de mujeres de ideales libres y libertarios; que hacen de sus vidas experiencias dignas y ejemplos a seguir. Convocando por igual: a hombres y mujeres, a dar un paso adelante y atrevernos a romper las servidumbres creadas, a liberarnos de las confusiones de la mente, del intelecto y del corazón… para que nuestro disenso resulte verdaderamente transformador.