José Octavio Ferreyra Rodríguez

   “Mi madre cursaba la primaria, en un largo jacalón, eran los tiempos en que Tata Lázaro gustaba llegar de improviso, a la hora del almuerzo, a las chozas de los campesinos, para pedir un taco.

  Su maestra, toda nerviosa un día le dice: “prepárate para que le recites al Presidente”. Ordenan a todas las niñas y niños, en el patio de tierra. Serio, Cárdenas oye a mi madre, la sencilla poesía. Deja su lugar de honor, la toma en sus brazos breves momentos. Todos sus compañeritos corren a verla, para ver porque apretaba su manita, ella la abre y les muestra orgullosa un peso de plata.

   Además de eso, le gustaba el dibujo, cantar, silbar La Barca de Oro, comer helado en una hoja de higo, las flores, no se como se daba abasto para cuidar más de trescientas macetas, hierbas medicinales, atender a los animalitos que gustaba criar para tener siempre carne fresca y huevos. Además, era ejidataria, estaba al pendiente de sus cultivos de maíz, trigo, alfalfa, janamargo. Me gustaba estar en su regazo, aspirar el olor a limpio que queda grabado por siempre en mi memoria.

   Respetaba a todo mundo, jamás le oí criticar a alguien, amaba a San Martín de Porres y le daba gusto decir que era parte del Jardín Seráfico. Tantas cualidades de ella, provoca el que mi padre se desentienda de muchas obligaciones. Ella lleva a estudiar a mis hermanos a Oaxaca, Morelia, Arteaga dándoles casi siempre sólo el pasaje de ida. “Acomídanse en todo, respeten todo para que nada les haga falta”, gustaba decir, enfermedades, operaciones quirúrgicas, reparaciones, todo, absolutamente todo lo resolvía.

    Las flores eran su debilidad, nunca olvidaré la fragancia del jazmín que ella coloca frente a mi nariz. La esposa del general Francisco J. Múgica convoca a un concurso de “Patios Floridos”, el exigente jurado calificador otorga el primer lugar a mi progenitora, era un gusto abrir la puerta a los muchos visitantes que. de distintos lugares, deseaban ver una maravillosa colección de geranios, malvas, ramo de novia, rosales.

   De ahí las visitas iban a ver algo que les llamaba la atención: sus árboles de naranja, limón, chabacano, níspero, guayaba, mandarina, durazno, aguacate, higo, zapote, chirimoyo, tejocote, nuez, lima. Se sorprenden al ver fresas, chayotes cuyas guías cubren las líneas conductoras de luz, todo esto les comenta mi mamá son los seres que nos salvaron de la pobreza. Fiel, como su familia a la práctica religiosa, nos comentaba que en los llamados tiempos de la persecución su casa fue el sitio seguro para que en el más riguroso clandestinaje se dieran oficios religiosos.

    Ella sigue los pasos de sus ancestros: que un pedacito de tierra para el templo, que para la escuela, que para el necesario cementerio, que para la fiesta de San José. Nunca se niega a dar, compartir un poquito de lo que tenía. Al paso de los años fue mostrando más comprensión más hacia todos los problemas, nos pedía participar en el conocimiento, solución de los mismos, poniéndose muchas veces al frente, poco a poco fue dejando atrás aquel comportamiento de aparente desinterés, que no era gratuito pues muchos de sus familiares se involucran en serios, delicados asuntos que se resuelven con la persecución o con las armas, como su padrino que exige justicia para los llamados peones acasillados que exigen, por justicia, sus propias tierras.

    Me invitaron las mamás de una comunidad, para que celebrara con ellas su día, terminado su festival quise retirarme, “nada de que se va, comparta con nosotros este pollito en mole”. No me pude negar, en uno de los momentos en que acerqué mi cuchara a mi boca, el contenido se derrama en mi blusa, justo en ese momento mi madre expira lejos de mí. Regreso a su casa y la miro en cada una de las cosas que tanto cuidó y amó.

¡Feliz Día Madrecitas!

¡Abraza, da gracias al cielo por tener aún a tu madre contigo!”

 

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