Alma Gloria Chávez

                                                                                                                            

     Después de un prolongado evento en que mi salud se encontró vulnerada, me he propuesto, cada día, afirmar que “la vida es bella… a pesar de todo”.  Encontrar la suficiente felicidad para disfrutar aún con cada tropiezo que me fortalezca, no perder la suficiente tristeza para sentir mi humanidad y la suficiente esperanza para ser feliz.

       Y ante todo, tener presente, cada día, que ésta que soy se debe a la suma de vivencias, aprendizajes y experiencias que he tenido la fortuna de incorporar a mi existencia desde el momento mismo de mi llegada a este mundo único, irrepetible, extraordinario.

       Hoy recuerdo con mucha claridad a un querido amigo del que no tengo noticias hace ya un buen tiempo.  El tuvo qué atravesar fronteras abandonando todo lo que amaba, luego de haber sobrevivido un intento de asesinato por parte de un invasor de tierras comunales aquí en Michoacán.  Durante varios años, estando fuera del país, continuó apoyando la defensa que pocos miembros de su comunidad hicieron para lograr que se les restituyera lo que estuvo en manos de particulares, pero cuando intentó regresar al lugar, volvieron a amenazarle y consideró prudente, para que la comunidad se reorganizara y fortaleciera, poner distancia y optar por rehacer su vida en otro lugar.

       Ramón es su nombre y él estaba convencido de que los pueblos indígenas tendrán que caminar por el sendero de la Autonomía, si realmente anhelan decidir su presente y su futuro basados en el derecho que les asiste, contemplado en acuerdos internacionales y que se ha definido así: “La autonomía se fundamenta en el conocimiento de una verdadera unidad nacional que tome en cuenta el derecho de los pueblos indios a decidir su presente y su futuro, y en el derecho a intervenir democráticamente con el resto de los mexicanos en las decisiones que se tomen en todos los niveles de la jurisdicción del estado”.

       A través de los años, me doy cuenta de la claridad que Ramón tenía al respecto: “¿Para construir la autonomía?… no hay receta.  Sin embargo, los compas zapatistas algo nos han mostrado de cómo ellos la han ido encontrando: a veces forzados por las circunstancias (el bloqueo, el cerco militar, la represión o la traición); a veces, al pasito, caminando hacia adelante y en ocasiones retrocediendo un poquito.  Porque de eso se trata.  Cuando estamos descubriendo algo diferente, se vale rectificar.  Lo importante es que ese aprendizaje nos lleve a sentirnos y hacernos libres de tomar las mejores decisiones: a dejar de pensar que sólo con las dádivas podemos sobrevivir.  Me parece que en esa búsqueda nos vamos sintiendo más dignos, más seguros, más solidarios y más dispuestos… sobre todo dispuestos a compartir lo que vamos aprendiendo.  Y eso incluye el no permitir que los que dicen gobernarnos intenten vernos o hacernos sentir menos.”

       En aquellos ya lejanos años (2002-2004), en territorio p’urhépecha, una compañera de Guanajuato, que había formado parte de una Comisión de varios representantes del Congreso Nacional Indígena que acudieron a entrevistarse con integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en territorio Zapatista, narró lo siguiente:  -“Nosotros/as fuimos y preguntamos a los hermanos zapatistas: ¿por qué ahora tanto silencio?  Venimos a ver qué más podemos hacer para lograr que se cumplan los Acuerdos de San Andrés y el reconocimiento de los Derechos Indígenas en todo el territorio mexicano”.

       Ellos contestaron: “¿Y por qué nos preguntan a nosotros?  Pregunten a su corazón y así sabrán lo que cada uno/a de ustedes tiene qué hacer en el lugar en donde habita, para llevar a la práctica esos acuerdos.  Ese es el verdadero reconocimiento, no cuando el mal gobierno lo decreta, sino cuando cada uno/a, en nuestra práctica, vayamos ejerciendo esos derechos que nos pertenecen.  Nosotros/as aquí estamos atendiendo lo que nuestro corazón nos dice: primero, vimos que es necesario cuidar de nuestra salud, porque sin ella no podríamos resistir.  Así que volvemos a reconocer y apoyar a nuestros/as médicos/as tradicionales que saben y enseñan a cuidarnos con sus conocimientos de las plantas y de toda la naturaleza.  Si hacemos caso de la naturaleza, es más difícil enfermar.”

        Las comunidades zapatistas han ido recuperando, poco a poco, mucho de lo que el colonialismo arrebató a los pueblos originarios.  “Estamos volviendo a cultivar en nuestras parcelas todo tipo de árboles frutales y plantas comestibles que nos habían obligado a dejar de cuidar, para ocuparnos de sembrar sólo lo que otros quieren, y luego que se produce tanto, ni nos lo quieren comprar.  Así, producimos lo que necesitamos, primero para alimentarnos, y luego también para cambiar por otros productos.  No tenemos mucho dinero, pero ¿qué no el tianguis, el intercambio, resuelve ese problema, que para quienes sólo valoran lo material es tan importante?”

       En cuanto a la atención médica y la educación que el gobierno impone y que obedece a dar cumplimiento a Acuerdos y Tratados (como el de Libre Comercio) pactados para favorecer a los grandes capitales que controlan el mundo comercial, los zapatistas compartieron: “Tampoco tenemos muchas clínicas ni escuelas hechas por el gobierno.  Nuestros/as médicos/as y maestros/as se encuentran entre nuestra misma gente, que vuelve a enseñar a todos/as por igual y así evitamos que sólo unos/as tengan el control sobre otros/as.  Todos/as juntos/as aprendemos mejor, porque sabemos que el conocimiento no debe permanecer en unos/as cuantos/as, sino que es algo que todos/as vamos haciendo.  No es propiedad de nadie.”

       “En donde hay clínicas y escuelas, estamos enseñando que se nos respete: no sólo a nuestras personas, sino a lo que pensamos, a lo que creemos, a la manera en cómo nos organizamos.  Porque muchas veces en esos lugares, que son atendidos por gente diferente a nosotros/as, se nos trata mal y hasta quieren obligarnos a ser como ellos.  Tenemos dificultades… pero ¿quién no tiene alguna dificultad para caminar por un camino que hemos dejado de andar?  Lo que nosotros/as podemos decirles, es que no desesperen y que cada quien haga su parte: decidiendo cómo y con quién convivir, organizar y construir.  Sabiendo que no estamos solos/as.”

       Una amiga de raíz p’urhé recomendó no olvidar que la mujer que conoce, vive y se alimenta de la naturaleza, es la salud de todas las mujeres.  Es una combinación del sentido común y el sentido del alma.  La intuición que se logra al entrar en contacto con la naturaleza, es como la oreja que escucha el susurro que nos dice por dónde caminar. Cada día.

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