Alma Gloria Chávez.

       Resulta que en esta temporada invernal, sobre todo en estas latitudes, nuestro organismo se ve sometido a una especie de “estrés”, derivado, naturalmente, de los intensos fríos que obligan al sistema inmunológico a trabajar al máximo, en su intento de adaptación.  Quienes saben del asunto, afirman que por lo general nuestro sistema se “deprime”.  Muchas personas muestran cambios de humor en su conducta y se hacen presentes recuerdos dolorosos que provocan distintos tipos de depresión, que suelen además ir acompañados de malestares físicos o francas dolencias.  Por charlas entre conocidxs y amistades, traigo a la memoria lo aprendido y compartido en uno de los talleres que organizamos hace varios años, con mujeres de Pátzcuaro y otras comunidades de municipios aledaños.

       Ha pasado más de una década, pero ya saben: “lo que bien se aprende…”  sobre todo llevando lo aprendido a una práctica que, en este caso, resulta cotidiana.  Primeramente, resulta necesario tomar en cuenta de que vivimos en una cultura que nos ha enseñado que los sentimientos pueden ser negativos y peligrosos y que debemos controlarlos con el propósito de hacer que parezcan racionales y lógicos.  Así que esta enseñanza ha contribuido con la enorme dificultad que tenemos las personas en general para reconocer e identificar nuestras propias emociones.

       Los sentimientos son parte de la naturaleza humana y constituyen un sistema natural de información de nuestro mundo interno y la realidad que nos rodea.  Por ejemplo, el dolor nos alerta del peligro; el amor nos conecta con nosotrxs mismxs y con lxs demás; la ternura nos lleva a la protección de lxs seres vulnerables y el enojo nos confronta con la injusticia.  Sin embargo, nuestras ideas o mapa mental aprendido socialmente, puede llevarnos a interpretaciones confusas o distorsionadas acerca de nuestras emociones y de las maneras correctas o incorrectas de expresarlas.

       Casi todxs, en nuestra historia, hemos podido escuchar frases como: “El enojo es malo… y te hace ver fea/o”.  O también: “Las mujeres buenas no se enojan”.  “Los hombres tiernos, parecen afeminados”;  “No le demuestres amor”.  “Si quieres tener éxito, controla tus sentimientos”;  “Es de mal gusto reírse demasiado”; “No tienes por qué estar triste”… Y ahí vamos por la vida, controlando nuestras emociones y sentimientos, como una olla vaporera.

       Obviamente, cuando negamos nuestros sentimientos, nos alejamos de nuestro propio ser, ya que cuando no aceptamos que ellos son parte de la naturaleza humana, fijamos nuestra meta en el ideal de un ser distinto, no humano, y cuando dejamos de estar en contacto con nuestros sentimientos, o bien, cuando no los aceptamos como una expresión sólida de experiencia, empezamos también a carecer de palabras para describirlos:  “Siento que me voy a volver loca!” escuchamos con frecuencia decir a mujeres de todas las edades.  Efectivamente, cuando damos la espalda a nuestra naturaleza, nos hacemos vulnerables.

        Seguramente porque me encuentro en una etapa especial de mi vida, me he propuesto revisar, reafirmar y llevar a una práctica consecuente los valiosos aprendizajes y experiencias compartidas en espacios formativos (sobre todo con mujeres) y que hoy me resultan de lo más valioso, porque puedo transmitirlos con la honestidad y seguridad de quien lo ha experimentado. Con la advertencia, claro está, de que cada quien los adaptará a su especial manera de ser.

      Aunque las emociones se identifiquen preferentemente con el género femenino y haya mayor aceptación social para la expresión de nuestros sentimientos, las mujeres y los hombres debemos aprender que no hay una verdadera libertad, sino más bien, un código de conducta en torno a ellos.  A los varones, muchas veces se les exige el enojo y la ira, sentimientos que, sin embargo, se argumenta son incompatibles con nuestra naturaleza femenina.  A las mujeres, además, se nos obliga a la moderación en la vivencia y la expresión de los sentimientos que sí son “apropiados”.  ¿Será porque vivir y expresar con intensidad nuestros sentimientos, nos vuelve ingobernables?

       Otra razón para descalificarlos, es porque se piensa que los sentimientos son peligrosos.  Específicamente, a partir de experiencias familiares, aprendemos a identificar un sentimiento con una determinada conducta.  Sin embargo, la emoción y el comportamiento son distintos entre ellos; el pensamiento ejerce la mediación que los distingue.

       Pero seguramente lo que más pesa entre las razones para descalificar el mundo de las emociones, es que en nuestra cultura se rinde culto al pensamiento racional y la racionalidad es una característica asociada a la masculinidad; y a su vez, lo masculino es prototipo y norma de lo humano (por lo tanto, del progreso, la ciencia, la política y el “éxito”).  Y las mujeres, desde ese punto de vista, pueden ser emotivas y sensibles, pero dichas características son consideradas una desviación… que se utiliza para considerar “normal” el machismo.

       Existe un poder enorme del pensamiento en la dirección de las conductas; de esta manera, si queremos cambiar conductas, debemos revisar y transformar el pensamiento que las justifica.

       Y como también hemos aprendido a evitar los sentimientos dolorosos, lo único que logramos es evadir nuestras emociones.  Además, al negar el dolor, nos alejamos de las experiencias que nos lo proporcionan y perdemos la oportunidad de explorar y dirigir nuestra vida por un camino diferente.  Lo peligroso de reconocer y vivir el sufrimiento, es quizá porque nos obliga a realizar cambios sustanciales en el sistema de relaciones humanas.

       Negar la posibilidad de sentir el dolor y la tristeza, puede conducir al uso de anestésicos artificiales, tales como las drogas, el alcohol… y actualmente, la dependencia de anestésicos cibernéticos como los móviles, las computadoras y similares artilugios con los que se llega a la depresión y dependencia crónica.

       Resulta entonces mucho más saludable ponernos en contacto con nuestros sentimientos, mirando constantemente hacia nuestro interior y validando cualquier emoción que estemos experimentando en ese momento, en el aquí y en el ahora.  Porque es precisamente la disociación, la negación del sentimiento, lo que nos lleva a vivir muchas veces en el pasado, repitiendo las emociones dolorosas… poniendo el dedo en la llaga.  En la medida en que no confrontemos nuestra propia existencia, vamos acumulando tristeza, miedo, enojo o impotencia y aquello que queremos olvidar, se seguirá manifestando constantemente por medio de nuestras reacciones físicas y emocionales.

       Por muy intensa que sea la emoción, no temamos perder el control de nosotrxs mismxs, ni la reacción de lxs demás.  “La conciencia de unx mismx, el reconocer un sentimiento mientras ocurre, es la clave de la inteligencia emocional…” afirma Daniel Goleman.  Y yo puedo asegurar que llevar esto a la práctica, resulta una experiencia liberadora.

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