Alma Gloria Chávez.
Quienes documentan la historia de las tradiciones surgidas durante la Evangelización, ésas que dan fe del sincretismo religioso que logró enraizar sobre todo en comunidades indígenas, hablan de cómo la Pastorela encuentra su antecedente en los antiguos coloquios que sirvieron como herramientas a los evangelizadores y posteriormente llegaron a culminar como representaciones profanas, conservando los rasgos originales de contenido teológico.
Es en el teatro ritual de nuestro país donde podemos encontrar raíces precolombinas que se entrelazan con el teatro evangelizador (sobre todo franciscano) del siglo XVI, sobreviviendo varias figuras o personajes representativos del bien y del mal, según la religión católica, o entidades que resguardan tradiciones milenarias y por lo general asociadas al ciclo agrícola. En las Pastorelas, identificamos por igual a ángeles, ermitaños y pastores, enfrentándose a diablos de la envergadura de Luzbel y un séquito de diablos o “changos” menores, quienes indefectiblemente son derrotados por el Arcángel San Miguel y su flamígera espada.
Pedro Victoriano, hijo de don Juan Victoriano Cira, compositor e intérprete de Pirekuas, así como autor de Pastorelas que continúan representándose en varias comunidades de la Meseta Purépecha, menciona que la práctica de estas representaciones tradicionales de temporada invernal, encuentran en sí mismas la oportunidad de integración para los miembros de una comunidad; participar, divertirse, convivir y jugar, son actividades que permiten conocer, recuperar, promover y (mejor que adoptar) asumir dicha tradición.
También afirma que para los p’urhépechas, las pastorelas hoy en día resultan punto de encuentro entre su cultura y la cultura mestiza. En cada comunidad de la Meseta P’urhépecha, por ejemplo, a partir del 24 de diciembre hasta el 6 de enero, bajo las figuras evangélicas, los p’urhépecha recrean el Nacimiento de Jesús. Para la organización y buen desarrollo de las representaciones,, se eligen “Cargueros del Niño Dios”, participando también las autoridades tradicionales de cada lugar. En cada Pastorela, hay una profunda reflexión teológica que hace evidente el sincretismo de la cultura occidental y la cosmovisión p’urhépecha.
Durante los días en que estas representaciones se llevan a efecto, son convocadas a participar todas las personas de la comunidad, tanto hombres como mujeres; jóvenes y ancianos, resultando una fiesta de convivencia y cordialidad. Los “Cargueros” que encabezan la festividad, son quienes aportan los recursos y elementos que son música y comida para toda persona que participe en el festejo, sin distinción. Y en todas las actividades están presentes las nuevas autoridades tradicionales, quienes tomaron el cargo a partir del día 8 de diciembre.
Para la escenificación de las Pastorelas, participa un numeroso grupo de personas a quienes corresponde el papel del personaje, de acuerdo a su género y a su edad: los ángeles y los ermitaños son representados por niños/as; los “Luzbeles” son hombres adultos, mientras que los rancheros, los pastores y en ocasiones los “changos” son adolescentes y niños. Los ensayos se hacen cuatro o cinco meses antes de diciembre y en algunos lugares son los jóvenes quienes se encargan de organizarse para montar el “Nacimiento” del Niño Jesús en el templo, así como para ir a conseguir el heno y la flor de piedra con que se arreglará.
Durante la celebración de las Pastorelas, se interpretan algunas danzas características, como “Las Pastoras”, “Los Pastores”, “Danzas de Viejos”, de “Negritos” y de “Kúrpites”. Las representaciones pueden variar en horario: durante el día, por las tardes o de noche, como en Quinceo, donde además de la numerosa participación de pastores de todas las edades, los diálogos pueden durar dos o tres horas ininterrumpidas.
“En esta temporada, la tradición de colocar nacimientos en invierno, resulta oportunidad para que cada familia saque a relucir un ingenio sin límite, ya que hay nacimientos de grandes proporciones, de escenas completas de personajes del pueblo, atentos al Nacimiento. Estas “Capillas” al Niño Jesús, como se les llama en la región p’urhépecha, permanecen hasta el día dos de febrero, que se conoce como de La Candelaria y con el cual, termina el ciclo de festividades de la Navidad. En esa fecha, “se levanta” el nacimiento y se presenta la imagen del Niño Jesús en el Templo”, describió don Pedro Victoriano, en una charla ofrecida en el Museo de Artes Populares.
Y es precisamente en la comunidad de origen de los señores Juan y Pedro Victoriano: San Lorenzo Narheni, municipio de Uruapan, donde aparecen las figuras del “Kenyi” y el “prioste”, dos autoridades nombradas, el primero, por el mandón principal y el Cabildo, y el segundo, directamente por el Kenyi. Ambos eligen a jóvenes de la comunidad para ser “Uananchas”, cuya responsabilidad será cargar las imágenes religiosas femeninas en las ceremonias de todo el año, sumando 35 señoritas de los distintos barrios. Las bandas que tocan en las Pastorelas, son patrocinadas por el Kenyi y del 24 de diciembre al 1º.de enero, las Pastorelas recorrerán cada una de las casas de las Uananchas, agradeciendo a sus familias el apoyo para que sus hijas tomen el cargo de servir al templo y a las imágenes sagradas.
Las mujeres de la comunidad, por su parte, tienen una doble encomienda: preparar los alimentos para ofrecer a todos los participantes y asistir a cada uno de los eventos programados. Los alimentos que se sirven en la fiesta son: buñuelos de harina, tamales, atoles de diferentes clases y sabores, guisos de carne, charales y sin faltar el tradicional “caliente”, que es el té de nurite con un poco de alcohol, además de otros antojitos propios del lugar.
Pedro Victoriano cuenta que en el pasado, las comunidades indígenas utilizaban las Pastorelas, incluso para “limpiar el aire de los malos espíritus”, aún cuando en las postrimerías del siglo XVI y principios del siglo XVII, la Santa Inquisición prohibió este tipo de manifestaciones por su “irreligiosidad”.
Algunas de las comunidades en donde todavía se representan las Pastorelas, aparte de San Lorenzo y Quinceo, son: Urandén, Tócuaro y Santa Fe de la Laguna en la zona lacustre; y en Santo Tomás, en la Cañada de los Once Pueblos. Cabe mencionar la sencilla elegancia y el colorido que acompañan a estas representaciones, tanto en su indumentaria y “bastones” que portan Pastores y Pastoras, como en los trajes y elaboradas máscaras de diablos, que en la comunidad lacustre de Tócuaro alcanzan su máxima expresión.
Escuchando la plática entre dos mujeres de comunidades cercanas, la mayor decía convencida: “Ya verás, lueguito de la Pastorela, este mal se acabará”. Seguro refiriéndose a que, año con año invariablemente, San Miguel Arcángel derrota a Satanás. Y yo, pensé convencida: “que así sea… así será”.