J: Octavio F. Rodríguez
Como todo, los buenos hombres pronto se van de este mundo, tal es el caso de Francisco I Madero, un rico dueño de tierras, miembro de una acaudalada familia de Parras, Coahuila,, emprendedora, dueña de grandes negocios en minería, vinicultura.
Antes de que terminara el siglo XIX, ya era una persona preparada en escuelas norteamericanas, conocía Europa, se hace cargo de propiedades familiares, y cosa rara, ofrece a sus trabajadores, a los hijos de los labriegos escuelas, tiempo para aliviar algunas de sus necesidades. Desarrolla sistemas de riego para cultivar algodón, en fin una gente de éxito, millonario.
Ya en los inicios del siglo XX, en 1900 se da cuenta de la callada labor de personajes que después se volverían célebres, por haber tenido la osadía de pensar en la forma para enfrentar y terminar con una dictadura salvaje donde estaba al frente el laureado general Porfirio Díaz vencedor de los invasores franceses, él había puesto a la disposición de los extranjeros todos los posibles bienes de la nación, sin ninguna objeción, pues quien se atreviera a cuestionar sus medidas, conocía el “mátalos en caliente”. Díaz llevaba décadas gobernando, imponiendo gobernantes, representantes populares.
Madero sabe que la rebelión contra Porfirio Díaz estaba cerca, de ahí que pronto establece relación con los serios opositores que se coordinaban ya en varias partes del país. A ellos les ayuda con dinero para que realizaran una propaganda denunciando las arbitrariedades, injusticias porfiristas; para que siguieran clandestinamente, en secreto convenciendo a más hombres y mujeres.
Antes de que se declarara la Revolución de 1910, Madero trata de conquistar el poder por medio de las urnas, se presenta como opositor del dictador, realizando una exitosa campaña, el apoyo de millones de gentes. Díaz desesperado lo llama, le invita a declinar sin éxito alguno, enfurecido lo manda encarcelar antes de las elecciones. Madero logra huir a los Estados Unidos, adquiere con su dinero armas que envía a México, y desde allá lanza una convocatoria para, por medio de las armas, echar a Díaz del poder. Su llamado es atendido por indígenas, campesinos y gente pobre del pueblo. En poco tiempo logra una avasallante victoria al lado de Francisco Villa y Emiliano Zapata, quienes le exigen cumplir con las promesa revolucionaria de dar tierras a todos los participantes, Madero no acepta y al contrario deja intacto al ejército federal derrotado, acepta que antiguos porfiristas se unan a su figura. Los revolucionarios múltiples veces le advirtieron que era un error volver a aceptar a sus antiguos enemigos que pronto se encargarían de asesinarlo, y ello en efecto sucede un 22 de febrero de 1913, pues siendo Presidente es detenido y aprisionado en Palacio Nacional, de ahí por la noche es conducido a Lecumberri, no llega a esa prisión, pues es bajado y alevosamente es muerto a tiros, por pistoleros al servicio de Victoriano Huerta.