Alma Gloria Chávez.
Llegada desde el otro lado del mar, la religión católica de raíz cristiana, tuvo, en la representación de Cristo crucificado, el símbolo de una filosofía basada en el amor, el desprendimiento, la comprensión y el respeto hacia lo diferente. Sin lugar a dudas, a ese personaje que encarna en la tierra al hijo de Dios es al que debemos, literalmente, la subyugación de los pueblos originarios del Continente, que vieron en el cuerpo maltratado de un hombre crucificado, la tragedia de quienes a sangre y fuego sufrieron despojo, humillación y muerte, sólo recompensadas con la fe del que cree en una mejor vida luego de ésta.
En días que anteceden a la Cuaresma, miles de pobladores de la región lacustre acuden en peregrinación (muchos caminando) al Santuario de Carácuaro, un paraje de la tierra caliente michoacana, en donde se venera la imagen del Señor Crucificado, bella escultura de pasta de caña de maíz del siglo XVI, hecho en la ciudad de Pátzcuaro y llevado a aquellos remotos lugares por el fraile agustino Juan Bautista Moya. Algo que resalta en esta escultura de tamaño natural, es la tonalidad oscura de su piel, hecho que se atribuye precisamente, a los principios evangelizadores de las órdenes religiosas llegadas de la Europa Medieval.
Los cristos negros en América, documentan estudiosos del tema, vienen a ser la representación de un solo dios, que ha creado, a hombres y mujeres, “a su imagen y semejanza”… esto es, a tono de los pueblos conquistados. La cultura romana, por ejemplo, se ha encargado de reproducir la imagen de un nazareno de piel blanca, más parecido a la gente de esa región del mediterráneo, que a los pueblos del medio oriente, de donde provenía Jesús y su ascendencia. Sinceramente, para una servidora, que fui educada en una familia y en un medio católico, siempre me resultaron enigmáticas las representaciones que se le han dado no sólo a Jesús, sino a vírgenes y santos.
Se sabe que los cristos negros en Europa contribuyeron a la expansión del catolicismo en territorios donde la gente de color oscuro resulta predominante: norte de África, islas circundantes, pueblos colonizados del medio oriente y la misma España y sus diversas regiones, permeadas por la presencia de más de ocho siglos de dominio árabe.
Posiblemente la representación negra de Cristo tenga su origen en la influencia bizantina, ya que varias imágenes del crucificado de aquella época (de Bizancio) se recubrían con oro y ese metal va tornándose oscuro al paso del tiempo. Pero lo más certero es que fueron concebidos y manufacturados, con todo propósito, de ese tono.
Algunos cristos negros conocidos en México, del siglo XVI, recién instaurada la evangelización en estas tierras y habiéndose consumado la destrucción de Códices e imágenes de dioses precolombinos, son: el Cristo Negro de Veracruz, que, se cuenta, apareció flotando en las aguas del mar, frente a la costa, rescatándolo un grupo de pescadores, en fecha 29 de julio de 1580. La tradición cuenta que los pobladores del lugar decidieron llevarlo tierra adentro para entregarlo a los religiosos, pero que el Cristo se hizo tan pesado que fue imposible trasladarlo, por lo que se optó por levantar un altar frente al lugar donde se encontró y que hoy es la iglesia del Cristo del Buen Viaje. La escultura mide dos metros, sus rasgos son bellos y expresivos y su piel se ha ido oscureciendo más al paso del tiempo.
En la ciudad de Toluca, capital del Estado de México, se encuentra otro Cristo Negro en la iglesia de la Santa Veracruz. Dicen que este Cristo no nació negro, pero debido a que los fieles le untaban vino y mirra para “curar sus heridas”, perdió el color original. Además, le acompaña una bella leyenda: se cuenta que llegó a la población trasladado por dos jóvenes muy bellos que lo ofrecieron a un comerciante por 30 monedas y que al momento de entregarlas, los dos vendedores desaparecieron allí mismo. Desde su llegada, el Cristo obró muchos milagros, pero también se cuenta de que al paso de los años, su cuerpo se ha venido inclinando, como queriéndose separar de la cruz. Le llaman el Señor de las Limpias y se cree que cuando quede completamente inclinado, ese día será el fin del mundo.
Otro Cristo Negro afamado es el que se venera en Otatitlán, Veracruz. En ese lugar “entre otates”, según la voz náhuatl, situado en la margen derecha del Río Papaloapan, se cuenta que arribó, a finales del siglo XVI y sobre una balsa de jonote, la portentosa escultura del Cristo Negro tallada en cedro del Líbano, inspiración del escultor Juan Dornier. La historia de este Cristo se remonta a la Europa gobernada por el más poderoso y polémico de los reyes: Felipe II, quien fue identificado como perseguidor, a través de la Santa Inquisición, de los reformados que tuvieron su origen en Inglaterra. Este monarca se enfrentó al “Papa Hostil”, Paulo IV y fue protector de católicos. Rodeado de estas historias, Felipe II fue quien ordenó se tallaran tres esculturas de Cristo crucificado en color negro para ser llevadas (traídas) a las colonias de la Nueva España y utilizarlas en la evangelización.
De las tres esculturas en madera de los cristos negros, la de Otatitlán seguramente es la más portentosa por su belleza y dimensiones. Los otros cristos fueron destinados, uno al Santuario de Chalma, pero que actualmente se encuentra en la Catedral Metropolitana en la ciudad de México y que se venera como el Señor del Veneno, y el otro se ubica en el pueblo de Esquipulas, en Guatemala, cercano a la frontera con Honduras y donde se le conoce como el Señor de Esquipulas. El rey pagó por las tres esculturas 6,900 marcos (moneda usada en Europa en la Edad Media) y arribaron a la Villa de la Veracruz el 20 de abril de 1596 para ser trasladados a su destino.
Volviendo a la región lacustre de Michoacán, los miles de peregrinos que acuden anualmente a las fiestas del señor de Carácuaro, dan cuenta de historias, anécdotas y leyendas que a través de los siglos se han ido tejiendo en torno a la milagrosa y venerada imagen del Cristo Negro hecho por manos indígenas, con pasta de caña de maíz en la ciudad de Pátzcuaro, en el siglo XVI.
En la reseña escrita por el canónigo Luis Enrique Orozco, miembro de la Comisión Diocesana de Historia de Guadalajara, en el año 1970, menciona: “Más de donde haya habido el P. Fr. Juan Bautista Moya esta devota imagen de Jesús crucificado, es muy probable y casi seguro que del taller escultórico de Pátzcuaro y por lo tanto se trate de otro crucifijo elaborado con pasta de corazón de las cañejas de maíz”. Y en un párrafo final, documenta: “Este santo Cristo de Carácuaro tiene la particularidad de haber sido venerado por el héroe de la Independencia nacional, don José María Morelos y Pavón, pues consta que era párroco de Carácuaro cuando se inició el movimiento nacional y por lo mismo muchas veces oró ante él y lo ungió con sus besos de piedad”.
Las imágenes de Cristos Negros en América han sido denominados Cristos de la Luz Oscura y hoy resplandecen al ser confirmación del origen de la humanidad: el África Negra.