J. Octavio Ferreyra Rodríguez

    “La ley era muy clara, ésta decía que Maximiliano de Habsburgo, el emperador europeo que fueron a traer los llamados conservadores, con la finalidad de terminar con un desorden, inestabilidad y falta de gobierno capaz que, según ellos, no podía ofrecer el indígena Juárez, debía renunciar a esa necia aventura, regresar a su país o de no ser así, sería fusilado junto con los demás traidores, sin contemplación alguna.

    El monarca ignora la disposición legal, y es acorralado en Querétaro, donde se rinde ante las fuerzas juaristas. Creía que con ello salvaría su vida, además Juárez como él militaban en la masonería, una sociedad secreta. Su esposa pide clemencia, varias voces en el mundo claman por su vida, todo es inútil, Maximiliano cae acribillado en el Cerro de Las Campanas, hoy en ese lugar se ha construido un pequeño mausoleo. Se menciona que Benito Juárez acude en la noche para estar unos momentos frente a los despojos mortales de quien creyó que el pueblo mexicano lo veneraba.

    Juárez ordena la muerte del extranjero, porque consideraba que de no cumplir con una disposición legal, pronto cualquier nación se vería tentada a hacer lo mismo que hace con nosotros España, Estados Unidos de América y Francia misma que nos invade dos ocasiones.

    En palacio nacional hay una estatua de Juárez, ésta se fabrica con varias de las piezas de artillería que les son quitados a los franceses. En ese mismo lugar emblemático, pueden visitarse los aposentos que ocupa el benemérito con su familia, en uno puede observarse la mascarilla de cera que se le toma en el momento de su muerte. Don Benito era sumamente sencillo, al ser obligado a huir a los Estados Unidos trabaja en ese lugar como obrero tabacalero, mientras su esposa en México realizaba labores de tejido para sostener a la familia, además de organizar actividades para recaudar fondos como lo hace en Puebla, organizando un concierto de saxofón.

   Juárez gustaba del baile, y en el norte durante sus largos destierros, unas damas le organizan uno, el presidente se niega a asistir, las mujeres entienden la razón, y enseguida le llevan unos zapatos nuevos que suplieran a los rotos que traía. El gran Víctor Hugo escribió: “por una parte dos imperios, por la otra un hombre. Un hombre con solo un puñado de hombres. Un hombre arrojado de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, en rancho en rancho, de bosque en bosque, amenazado por la infame fusilería de los consejos de guerra, perseguido, errante, atacado, en las cavernas como una bestia feroz, acosado en el desierto, proscrito. Por generales, algunos desesperados; por soldados, algunos desnudos. Ni dinero, ni pan, ni pólvora, ni cañones. Los matorrales por ciudades. Aquí la usurpación llamándose legitimidad; allá el derecho, llamándosele bandido…Y un día, después de cinco años de humo, de polvo y de ceguera, la nube se ha disipado y entonces se han visto dos imperios caídos por tierra. Nada de monarquía, nada de ejércitos; nada más que la enormidad de la usurpación en ruina y sobre este horroroso derrumbamiento, un hombre de pie, Juárez, y al lado de este hombre, la libertad”.

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