Fidel Rodríguez Ramos

   El pasado sábado se dio a conocer la sentida muerte de una mujer excepcional, Rosario Ibarra de Piedra, en un hospital a los 95 años de edad. En los inicios de los ochenta del siglo pasado, tuvimos la enorme suerte de conocerla, después de haber participado en una gigantesca manifestación, precisamente un diez de abril, en el entonces Distrito Federal, miles de campesinos, maestros, trabajadores, amas de casa, estudiantes.

  Cada contingente llevaba sus propias demandas, los michoacanos traíamos el contento, la euforia de ver a los maestros de Morelos, con nosotros, cuando era una osadía manifestarse públicamente, exigiendo aumento salarial y democracia sindical. Los miles de participantes eran nuestra mejor protección, difícilmente se repetiría otra agresión de los llamados charros del SNTE. Quienes con chakos, cadenas, bastones de kendo fácilmente dispersaban a quien osara criticar a una cúpula servil del gobierno.

   Clarito queda en mi mente, como al terminar la manifestación, todos nos arremolinamos alrededor de una autobús, fijamos la atención hacia arriba donde una menuda mujer, enérgica, con voz clara denunciaba la desaparición de muchos y muchas mexicanas, quienes después de ser detenidos y llevados al campo militar número uno, para ser torturados, simple y sencillamente después, nada se volvía a saber de ellos. Esa mujer era Rosario Ibarra de Piedra quien en su pecho portaba un medallón con la imagen de su hijo Jesús Piedra Ibarra, perdido después de ser aprehendido por los cuerpos de seguridad del gobierno.

  Creímos que tanta decisión, arrojo, coraje para externar una pena que corroía sus entrañas, no iba a quedar nomás así. Regresamos a la ciudad de Morelia y grande fue nuestra sorpresa al día siguiente, cuando en el diario “Uno más uno” se anunciaba la toma de varias embajadas, para demandar al gobierno desde esos lugares diplomáticos claridad sobre el paradero de muchos jóvenes, mujeres acusados de ser críticos, combatientes contra un insensible sistema, más nos asombramos cuando en la imagen principal de portada aparecían dos conocidos nuestros, quienes por supuesto no nos dijeron nada cuando nos despedimos.

   Largos años dedica doña Rosario para encontrar a su vástago, acusado de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre, para ello deja todo en Monterrey, a su familia, a su esposo el doctor Piedra para venirse a vivir en el corazón del país, donde con otras mamás de desaparecidos funda “Eureka”, miles de acciones realizan, con mucho tacto logra abordar a las máximas autoridades de México para pedir justicia. Ante la sordera del gobierno se atan, inician una huelga de hambre en la catedral metropolitana. Se vincula, acepta participar en la vida partidaria, es representante en el Congreso, como diputada tuvimos la enorme satisfacción de visitarla en sus oficinas para darle a conocer diversas inquietudes, que hizo suyas pues tenía como asesor a un maestro morelense, agredido brutalmente por el SNTE para obligarle a dejar la lucha, cosa que por supuesto no hace. La señora acepta ser candidata a la presidencia junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier y como sabemos Salinas de Gortari tramposamente se roba el máximo puesto del poder ejecutivo, ella participa en esa justa electoral no por creer que iba a ganar sino porque ello era una plataforma que le permitía clamar, organizar acciones para exigir el regreso de quienes simplemente no se sabe nada; como hoy lo hacen los papás de los 43 normalistas; las decenas de madres, esposas, hermanos desde Mexicali hasta Yucatán, sin la ayuda de nadie.  

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