Alma Gloria Chávez.

              Durante esta particular etapa en nuestra historia reciente, marcada por la presencia de un virus del que se desconoce tanto, han ido en aumento todo tipo de abusos: desde los que se viven con desconcierto, llegados de los diferentes actores y grupos políticos, en su permanente lucha por mantener control y “poder”, hasta los que cotidianamente llevan a la práctica un alto porcentaje de  personas de todos los niveles sociales, que de una manera u otra, han vivido sucesos traumáticos derivados de lo que la OMS ya ha declarado “endémico”: el SARS COV-19.

       Y no sucede sólo en México.  Además de la política neoliberal (de por sí, generadora de violencia), el aumento del denominado “estrés” entre la población de cualquier país, ha llegado a niveles bastante altos; pero de ello, poco se habla…  excepto en algunos círculos especializados de la salud mental.  Lo más grave del asunto, es que toda esa carga emocional agresiva, venga de quien venga, por lo general recae en mujeres e infantes.

       El ambiente actual que nos rodea, se encuentra bastante viciado.  Lo que hace pocas décadas resultaba excepcional, hoy se contabiliza de manera cotidiana y hasta ha recibido un nombre que hoy resulta familiar para cualquiera: el bullyng, tras el que se escudan la violencia y la agresividad en las escuelas, lugar que se suponía educador por antonomasia… antes de la pandemia.

       Ya sabemos que la violencia no es privativa de ninguna clase social.  Aún en países donde las necesidades básicas parecen resueltas, también ocurren hechos de violencia que nos sorprenden al leer los diarios y escuchar o ver los noticiarios.  En Europa Central están resurgiendo el nazismo entre la juventud; los países que pertenecieron al bloque soviético, se encuentran invadidos por redes de tráfico humano, de armas y de drogas; y si antes de la pandemia se habían elevado los índices de violencia familiar en países como España, hoy se encuentran rebasados por el aumento en   los porcentajes en países europeos y latinoamericanos.

       En cuanto a la discriminación: bastante podemos comentar, pero mencionemos el ejemplo más cercano, que es Estados Unidos y sus problemas raciales, aumentados cada vez más hacia los latinos.

       En este “regreso a clases”, con el aumento de la agresividad y la violencia entre educandos de todas las edades, todo docente tendrá como premisa no soslayar que en las aulas se encuentra la verdadera posibilidad de contribuir en la construcción de una cultura para la paz, fomentando valores y principios fundamentales para la buena y sana convivencia, así como ofreciendo la orientación necesaria para hacerles copartícipes de la responsabilidad que tenemos todxs para hacer a un lado la violencia en nuestras vidas.

       Tomando como herramientas la comunicación y la prevención, la comunidad educativa toda deberá estar preparada para poder diferenciar cuándo un acto pasa de ser violento a delictivo, teniendo en estos casos, la obligación de denunciarlos ante autoridades competentes… máxime si llega a ser el caso de que el agresor fuese un maestro o maestra.

       Como sociedad, no podemos ni debemos callar que en muchísimas escuelas, de todos los niveles, existen casos graves de violencia y agresión contra niños, niñas y jóvenes.  Luego de dos años de confinamiento, cualquier educando se encuentra en un estado de alta vulnerabilidad.  De

Ahí la importancia de extremar nuestra atención y exhortación a todxs esxs docentes comprometidos con las más altas normas de la pedagogía y de la ética, para implementar una campaña permanente de información que ayude a desalentar cualquier acto de abuso y delictivo, dentro y fuera de los recintos escolares, tomando en cuenta de que “somos lxs adultxs lxs encargadxs de proteger a niños y niñas”.

       Las relaciones abusivas pueden darse en cualquier momento y lugar.  Quien abusa puede ser, tanto una persona extraña, como alguien allegadx al niño o a la niña y suele desarrollar estrategias para que su víctima mantenga “el secreto”, lo que lleva al o a la menor a adquirir sentimientos de miedo, vergüenza y culpa, entre otros, y suele resultarle muy difícil “romper el silencio”.

       Cualquier adultx puede intervenir ante la mínima sospecha de que un niño, niña o adolescente pueda ser víctima de abuso sexual o agresiones físicas y emocionales.  No dudemos de acudir a las instituciones que tienen obligación de ocuparse de estos delitos y asegurémonos de que alguna instancia no gubernamental tenga conocimiento de cómo se va procediendo legalmente.  Tengamos presente de que la Procuraduría de la Defensa del Menor y la Familia puede dar seguimiento al caso.

       Recordemos que guardar silencio ante cualquier vejación cometida en contra de niños, niñas y adolescentes, tendrá como consecuencia que la violencia crezca… y seguramente, en el corazón de quienes fueron agredidos/as y no recibieron ayuda oportuna, crecerá y traerá, tarde que temprano, consecuencias sociales.

       Desde el tipo de vista emocional, las agresiones y abuso que afectan la seguridad que sienten niños y niñas respecto a lxs adultxs que les rodean, pueden marcarles de por vida. Si no obtienen ayuda emocional, crecerán teniendo a la desconfianza y la agresividad como aliadas.

       El mejor regalo que podemos ofrecer a nuestra niñez, es brindarles la seguridad de que creemos en ellxs y les respetamos.  Enseñándoles a cuidar y respetar su cuerpo; prestándoles mucha atención, especialmente si los notamos comportándose de manera diferente a la que ya conocemos.  Haciéndoles sentir que en todo momento estaremos dispuestxs a brindarles protección, ayuda y acompañamiento.  Resulta algo mínimo, después de tan prolongado distanciamiento.

Compartir: