Fidel Rodríguez Ramos

  En 1889 se declara el día internacional del trabajo, el primero de mayo, para honrar a los llamados Mártires de Chicago, a las cinco personas que fueron condenadas a morir ahorcadas en los Estados Unidos de América por haber exigido una jornada laboral de ocho horas diarias, previamente  a esa fecha, miles de obreros, jornaleros habían participado en amplias protestas, el gobierno para disolver  el descontento introduce en las filas a agentes provocadores que lanzan una bomba durante las pacíficas acciones, ese fue el motivo para eliminar y encarcelar a varios participantes.

  George Engel, Adolf Fischer, Samuel Fielden, Albert Parson y Louis Lingg entregan su sangre generosa en el patíbulo. Gracias a ellos, con otros muchos sacrificios en diversos países, los trabajadores conocen muchos derechos, como el empleo de base, vacaciones, aguinaldos, reparto de utilidades, servicio de salud, vivienda, becas, escuelas para que estudien sus hijos, días de asueto oficial. Y sobre todo la posibilidad de organizarse en sindicatos, lograr contratos colectivos.

   Sin embargo todo lo obtenido con cientos de muertes, derramamiento de sangre se fueron perdiendo en México, el gobierno con el uso de las llamadas fuerzas del orden, desde 1960 sofoca importantes movimientos como el de los médicos, maestros, ferrocarrileros que pretendían organizar direcciones democráticas honestas,  tener condiciones dignas, mejores salarios y prestaciones, contar con dirigencias que no dependieran del capricho de los gobernantes. Al Estado no le importó  pisotear la esencia del artículo 123 Constitucional, nacido con el movimiento revolucionario de 1917, lo contemplado en ese apartado llega a ser admirado en el planeta entero.

  Lo peor para toda la clase obrera, trabajadora mexicana, viene a partir de 1990, donde con más fuerza, el llamado neoliberalismo, adoptado sumisamente por los sucesivos gobiernos, corrompe a los sindicatos, a sus dirigentes, promueve la división, como en el caso de los maestros que los atomiza en treinta y dos sindicatos, además del enfrentamiento de varias corrientes internas  hizo posible la pérdida del derecho a ganar una plaza base, después de haber laborado seis meses y un día. Esto último es lo que prevalece actualmente en multitud de empresas, contratos sucesivos de tres meses para no tener ningún derecho.

  Fácilmente se logra destruir a lo que fuera un poderoso sindicato de electricistas en el corazón del país, el SME, donde militares vestidos de policías asaltan todas las instalaciones que hacían posible el servicio de luz. Los trabajadores en la Comisión Federal de Electricidad (CFE), los petroleros aglutinados en sus sindicatos hasta hoy no han podido quitarse de encima a direcciones que los entregan y traicionan. Hay en el planeta un caso único, los ferrocarrileros, muchos ya jubilados,  sin materia de trabajo deben de soportar a un eterno “secretario general” ocupado en escamotear los recursos que ahorraron durante su vida activa. Injusta es la situación con muchos mineros, como los de la sección 65 de Cananea Sonora, que llevan ya catorce largos años sin ver resuelta una huelga.

  La agresión contra la clase trabajadora ha sido descomunal, al grado de que ya muchos de nosotros creemos que es un “privilegio” tener un trabajo formal. Ese ataque ha hecho posible que en nuestra patria exista más del cincuenta por ciento de la clase laboral, desempeñándose en la calle, en la economía informal. La desunión ha hecho más fácil la virtual desaparición de una línea aérea, donde los pilotos aviadores fueron muchas veces golpeados, insultados. El Estado no se anda con pequeñeces, pues a sangre y fuego defiende los intereses de los barones del dinero, como lo hiciera Vicente Fox que trata de tomar las instalaciones de SICARTSA un veinte de abril del 2006, sin imaginar que toda la población de Lázaro Cárdenas se enfrentaría a los policías federales y estatales, lamentablemente en ese abuso mueren los mineros Héctor Álvarez Gómez y Mario Alberto Castillo Rodríguez.

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