Fidel Rodríguez Ramos
Con la nueva realidad que ha rompido con muchas cosas, tenemos, sin habernos dado cuenta, una nueva mamá que se ha visto obligada a dejar la casa, pues por muchas razones debe trabajar junto a su pareja, en la calle ofertando muchas cosas, llevando a cuestas al más pequeño de sus hijos, otras se desempeñan en oficinas, o bien desde el hogar haciendo eso que tiene que ver con la labor en línea.
Hace cincuenta años, en algunas naciones altamente desarrolladas se reconoció que lo anterior además de tener un lado positivo, mostraba una cara adversa pues lo que hacia nuestra progenitora en el hogar era importante para garantizar un sano desarrollo de los hijos, un ambiente cálido en las viviendas. Ahora no, los hogares muestran mucho descuido, desorden porque falta ella. El mercado la ha obligado a cambiar en muchas cosas, desde su aspecto personal obligándola a estar siempre bien arreglada, a la altura de la moda, invitándola a disfrutar de una vida paradisíaca en lugares de visita exclusivos, pero quizás ese voraz mercado la ha convencido de dar a sus vástagos una leche artificial que hasta hoy sigue siendo una nadería, frente a la natural, insustituible que tiene todos los elementos para garantizar la formación de una perfecta persona.
Debe trabajar porque el salario de su pareja ya no permite enfrentar las necesidades cotidianas del hogar, además hay algo que no espanta a nadie, lo hace porque simplemente ha sido abandonada por quien fuera su pareja, millones de madres son al mismo tiempo papá y mamá, éste pudiera ser un elemento que pudiera explicar la desatención que muestran muchos hijos, pues imaginemos la pesada carga de trabajo a que se ve obligada a realizar diariamente, a vivir haciendo muchas cosas desde las seis de la mañana hasta las once, doce de la noche ¿cuánto descansa, cuatro, cinco horas?.
Se habla de muchas cosas sobre el Covid-19, pero no se ha señalado de cómo lo experimentaron en los peores momentos las mamás doctoras, enfermeras. Una de las primeras decía que desde el momento en que empezó a tratar a sus primeros pacientes, dejó de ir a su hogar pues debió rentar un espacio para no infectar a su familia. Ahora imaginemos el cambio que sufrieron todas las madres, ver por sus hijos, ir, estar afuera de los hospitales para saber el cómo marchaba el mal en su esposo, hermana o descendientes suyos. Y sí, la pandemia nos hizo olvidar a quienes nos trajeron a este mundo.
Todos lo vemos, su existencia ha cambiado dramáticamente, ante la desbordada violencia ellas deben buscar a los hijos que en un momento desaparecieron sin dejar rastro alguno, y lo hacen solas, si hallar auxilio alguno, imaginemos como eso ha cambiado al hogar, a la atención de sus integrantes. Esto no se puede aliviar hoy con un simple feliz día mamacita, con un regalo o ramo de flores. La vida ha cambiado a millones de ellas, quien no se puede conmover al ver a las madres centroamericanas que pasan por nuestra región huyendo de la muerte que reina en sus países, tratando de llegar a Norteamérica, empujando la carreola, tratando de proteger a su crío del sol, solicitando una ayuda para alimentarlo.
Se antoja difícil desearles el mejor de los días, sabiendo la desaparición, la muerte de miles de personas. Quizás el mejor homenaje hacia ellas pudiera ser el empezar a construir un nuevo país seguro para todas y todos, que garantice dignos trabajos y salarios, donde vuelva a existir aquella relación entre todos para garantizar una buena educación e instrucción, donde haya un compromiso colectivo para salvar también a aquella otra madre que diariamente agredimos y que es nuestra madre tierra. Reiteramos nuestro reconocimiento a la valentía, sacrificio de todas nuestras madrecitas en la región que han estado a la altura de los difíciles retos que les impone una adversa realidad. ¡Felicidades a todas en éste Diez de Mayo!.