Alma Gloria Chávez.

       En la historia reciente de la Humanidad, luego de décadas de industrialización, urbanización y depredación desmedida, hoy nos damos cuenta del tremendo error que se comete al atentar contra el medio ambiente y todos los recursos que le sustentan, permitiendo nuestra existencia como especie.  Entonces, la perspectiva está cambiando poco a poco, sobre todo luego de enormes catástrofes que señalan la necedad de quienes, con afanes ambiciosos, provocan la muerte de flora, fauna y vidas humanas, obligando a promover, desde los mismos gobiernos, una conciencia ambiental creciente.

      Este cambio de perspectiva se empezó a vislumbrar desde el año 1972, luego de que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el marco de la Conferencia sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo, Suecia, y con miras a hacer más profunda la conciencia universal de proteger y mejorar el medio en que vivimos, emitió la resolución número 2994, mísma que llevó al establecimiento de un programa especial para el tema de vital importancia, designando como fecha el 5 de JUNIO, como Día Mundial del Medio Ambiente.

      Veinte años después, en 1992, precisamente cuando los pueblos originarios de la tierra manifestaron su rechazo hacia los “festejos” del V Centenario del “descubrimiento” de nuestro Continente y protestaban contra la depredación, el despojo y el saqueo de sus recursos naturales, fue que la Asamblea General del organismo promotor, convocó a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, ocasión en que los gobiernos se reunieron con el objeto de adoptar las decisiones necesarias para llevar a cabo los resolutivos de la Conferencia de Estocolmo y asumir el compromiso de alcanzar un equilibrio viable y equitativo, entre el Medio Ambiente y el Desarrollo, así como un futuro sostenible para la Tierra y los seres vivos que en ella habitamos.

      “Cumbre de la Tierra”, se llamó a esta Conferencia que tantas expectativas suscitó, participando en ella alrededor de 100 Jefes de Estado y miles de Delegados, así como también miles de representantes de organizaciones sociales y civiles (indígenas y no indígenas) que abordaron los temas centrales de la Cumbre, proponiendo la articulación de los procesos de desarrollo con la conservación del planeta.

      Corrientes muy heterogéneas confluyeron en junio de 1992 en Río de Janeiro, Brasil, país sede de la Cumbre, en donde se ilustró la complejidad a la que se enfrenta la lucha ecologista y la distancia existente entre el discurso ambientalista (casi siempre gubernamental) y las medidas “prácticas” que implantan los gobiernos expertos en “discursitis” y carentes de ética.

      A partir de esa Primera Cumbre de la Tierra, lo que ha quedado muy claro es que existe el “racismo ambiental” (como lo define el economista Joan Martínez Alier) y que cada día crecen más los conflictos en la materia, porque los pobres que habitan los territorios más fértiles o sagrados, sin poder político y económico, defienden los sitios que habitan, ante la permanente expansión de la industria que busca apropiarse de los recursos naturales; de urbanizar zonas de alto riesgo; de crear consorcios comerciales o autopistas y aeropuertos, o depositar desechos en los territorios de pueblos indígenas o rurales.

       De reciente factura, La Carta de la Tierra (año 2000), en cuyo proceso participaron miles de individuos y cientos de organizaciones provenientes de todas las regiones del mundo, de diferentes culturas y distintos sectores de la sociedad, se ha venido dando a conocer (aún sin apoyo de gobiernos), con la misión de “establecer una base ética sólida para que la sociedad civil emergente cuente con un instrumento para abordar los temas ambientales, estimular el cambio de nuestra relación con la naturaleza y ayudar en la construcción de un mundo sostenible, de respeto hacia el medio ambiente, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz”.

       Y por supuesto que hasta para un documento y una propuesta absolutamente pacifistas, existen obstáculos, como lo venimos percibiendo en los últimos cuatro lustros de indiferencia gubernamental, por lo menos en este Municipio lacustre y en esta Entidad Federativa.

       Seguramente mi generación abrió los ojos al desequilibrio ecológico desde la década de los años 70, como una cuestión de fondo en las luchas sociales y políticas de aquel momento: a finales de los setenta, surge la Unión de Comuneros Emiliano Zapata de Michoacán, así como en otros estados se conforman organizaciones indígenas y campesinas que dieron vida a la Coordinadora Nacional Plan de Ayala y otras semejantes en el país, cuyo eje central de lucha giraba y gira en torno a la defensa de tierras y territorios con sus recursos naturales y al respeto de su identidad y su cultura.

       Desde entonces, con más fuerza, surgió esa conciencia ecológica: se rompió con la antigua concepción de la Tierra como recurso a ser explotado y pasó a entenderse como un gran sistema de vida, cuyo equilibrio resulta fundamental para la existencia de la especie humana.  Este cambio en el plano de la conciencia, cambió también el comportamiento social, fundamentando el cuidado y la responsabilidad hacia la Tierra y el Medio Ambiente (entidades vivas), como uno de los principios éticos para el nuevo siglo XXI.

      Actualmente, con los muchos elementos que la comunidad científica ha aportado, sabemos que el sistema económico que prevalece mundialmente, es el generador de sociedades de consumo para las que produce y vende sin parar, valiéndose de los bienes naturales del planeta que se encuentran casi agotados, porque, o se regeneran con lentitud, o no son renovables y en algún momento dejarán de existir.

       Pero eso les tiene sin cuidado.  El capitalismo es suicida, porque no consigue mantenerse sin destruir las condiciones que la humanidad necesita para sobrevivir: clima equilibrado, bienes naturales disponibles a largo plazo y seguridad alimentaria.

       Para educar en temas ambientales hoy, valiéndonos de todas estas herramientas y experiencias reconocidas en el ámbito mundial, regional o local, no bastará sólo promover una actitud de “cuidado” de la Naturaleza (no derrochar, ahorrar, calcular e integrar a partir de ahora los costos ecológicos), sino realmente redescubrir a la Naturaleza como “nuestro ámbito de pertenencia, como nuestro nicho biológico, nuestra placenta; como camino de desarrollo y camino espiritual, como algo sagrado y revelación mayor para nosotrxs mismxs”, a decir de la Pastoral Social Indígena, en un documento aparecido en la Agenda Latinoamericana Mundial –2017-.

       Como lo subraya el Manifiesto Japóndarhu (nov. 2021) que muchxs ciudadanxs de la Cuenca hemos adoptado: “Somos corresponsables del territorio que habitamos como actores sociales, asumiendo que el cuidado del ambiente y el rescate del lago empieza por el cambio en unx mismx”.

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