Alma Gloria Chávez

      Como muchas ciudades coloniales, Pátzcuaro, a través del tiempo, ha venido reconstruyendo una historia que durante centurias transcurrió paralelamente a la “historiografía oficial”, ésa que suele ser dictada y escrita para complacencia de quienes tratan de imponer su manera de ser, de hacer y de controlar los ideales libertarios surgidos de mentes claras y justas, fundamentados en la consciencia de vivir en respeto, honradez, equidad, solidaridad y paz, con justicia y dignidad para todxs.

       Este año, cuando celebramos el 484 aniversario de que el Abogado de la Segunda Audiencia, Vasco de Quiroga obtuvo para el lugar el título de “Ciudad de Mechoacan”, es de celebrar igualmente que cada vez sea mayor el número de docentes, profesionistas y ciudadanxs interesadxs en recuperar esa otra mitad de nuestra historia, aún desconocida por muchxs, y que hoy representa la invaluable oportunidad para jóvenes generaciones que tienen ante sí el reto de rectificar el rumbo de tantos planes y proyectos, que carentes de bases histórico-humanistas, han contribuído a agudizar problemas sociales y ambientales en el entorno, en el Estado y en la Nación.

       Es el miércoles 28 de septiembre, cuando recordaremos al hombre visionario que fue Vasco de Quiroga (nombrado por sus afanes pacificadores Primer Obispo de Michoacán) quien clavó su mirada en el sitio que encontró devastado por las atrocidades de Nuño de Guzmán, entendiendo la importancia de repoblar un lugar considerado sagrado para quienes habitaban y custodiaban este territorio de gente noble, laboriosa, creativa… y de probada religiosidad.

       Seguramente una de las principales contribuciones de estos festejos para la ciudad, es el reconocimiento de ser un lugar con más de 800 años de historia, de fuerte impronta indígena y marcada interculturalidad.  Si bien la importancia de Pátzcuaro se vio acrecentada con los privilegios que le concedió el emperador Carlos V al otorgarle el título de “Muy Noble y Leal Ciudad”, mediante Real Cédula expedida en Palencia (España). El año de 1534, la historia más antigua ofrece testimonio de que este sitio, como parte de la Cuenca lacustre (Japóndarhu), contaba con las características de una metrópoli: lugar de culto religioso, de comercio, de intercambio, de encuentro.

       El noble Curátame le llamó “Petatzécuaro”, que significa “lugar de cimientos” o “lugar de cuatro cúes”, pues cuentan que él interpretó como los puntos cardinales, cuatro grandes piedras que encontró aquí y que serían el asiento o cimiento de los adoratorios para los dioses.  Según la Relación de Michoacán, el nombre original de Pátzcuaro fu el de Tzacapu-Hamacutin Pazcuaro, que se ha traducido como “lugar en donde está la piedra que señala la entrada al paraíso”, o sea, la entrada al Tlalocan purépecha.

       Aquí fue el centro religioso donde se encontraba el templo mayor dedicado a Cuerauaperi (Creación); donde residían el Gran Petámuti y las Huanancha (jóvenes doncellas dedicadas al culto a los dioses); lugar de descanso y recreo para la nobleza indígena y el centro de intercambio y comercio de mayor importancia en la comarca, pues resulta punto de convergencia entre la tierra caliente y la tierra fría.  También fue el último baluarte de resistencia a la conquista: el sitio fue defendido de las atrocidades de Nuño de Guzmán por un puñado de valientes al mando del noble cacique Timas y su gentil hija Eréndira, quienes no pudieron evitar la destrucción y el saqueo de que fue objeto esta ciudad sagrada.

       Reducido a la tristeza y abandono, lo encontró el abogado Vasco de Quiroga en 1533, cuando visitó Michoacán por primera vez; y después, para repoblarlo, en el año 1540 trajo 30 mil indígenas y 28 familias españolas, al trasladar su obispado de Tzintzúntzan a Pátzcuaro, en donde iniciaría la edificación de su famosa iglesia Catedral de cinco naves, cuyo plano ha quedado plasmado en nuestro Escudo de Armas.

       Durante la Colonia, Pátzcuaro fue importante sitio de aduana para las mercancías llegadas del Oriente en la Nao de China.  Añejas casonas atestiguan el movimiento comercial que atrajo a numerosas familias llegadas de diversos lugares del país y del extranjero, algunas cuyas descendientes (muy pocos) contribuyeron con generosidad y honestidad a dar realce a la historia local.  Durante la Independencia, fueron varios los personajes que participaron en la gesta libertaria, distinguiéndose dos mujeres sencillas y valerosas: la señora María Gertrudis Bocanegra Mendoza de Lazo de la Vega y doña Antonia “La Correo”: ambas sacrificadas por el ejército realista.

       Y si el porfiriato nos dejó marcas profundas, no sólo en el aspecto arquitectónico, sino también en ciertas costumbres e intolerancias adoptadas, que pusieron en riesgo muchas de las ceremonias y festejos indígenas, fue el Cardenismo de la tercera década del siglo XX el que propició que Pátzcuaro y la región lacustre fuesen señalados como destino turístico, poniendo en especial lugar las manifestaciones culturales de los pueblos originarios, situación que nos ha dado oportunidad de apreciar la diversidad cultural que nos rodea y reforzar lo propio como sinónimo de identidad.

       No podemos hablar de Pátzcuaro sin pensar en su lago y en las demás poblaciones con las que ha compartido una historia de muchísimas centurias.  Fusión de paisajes y rincones cargados de nostalgia, la región que ocupa Pátzcuaro es marco y motivo, donde el tiempo se afirma y el trabajo cotidiano reitera valores que actualizan y dan continuidad al desarrollo creativo de un pueblo portador de su destino histórico.

       Sitio de culto a Cuerauáperi, a Nana Yurixhe o Señora de la Salud, de indudable raíz indígena, hoy, como antaño, Pátzcuaro y sus alrededores albergan una diversa y rica gama cultural entre la que prevalece el interés por conservar el carácter y la personalidad que le han llevado a trascender fronteras y que en su magia continúa planteando grandes interrogantes a propios y extraños.

       Tenemos mucho para compartir con quienes nos visitan: paisajes naturales, vestigios arqueológicos, casonas y edificios coloniales, barrios de calles y callejones modelados de acuerdo a la conformación del terreno; artesanía variada, gastronomía, ceremonias y fiestas tradicionales que durante generaciones se han venido heredando, además de un clima envidiable de montaña.

       Pero sin duda y lo más importante: contamos con la presencia cada vez más viva de esa raíz indígena cuya dignidad permea un gran porcentaje de nuestro legado patrimonial.  Hoy reconocemos a aquellos ancestros que eligieron este lugar para dialogar con dioses y naturaleza; para vivir, honrar, agradecer y festejar.  488 años de ciudad colonial y más de 800 años de una historia que cada vez más se reconoce y resignifica.

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