Fidel Rodríguez Ramos

   Dificultad, seguramente para todos, ha representado el ubicarse en éstos últimos tres años, donde tuvimos que convivir con un hecho, epidemia desconocida que nos provoca el miedo de perder la vida en un instante, quizás por ello hoy no deseamos creer en su rebrote.

    La experiencia, el temor que conocen nuestros antepasados, hace quinientos años, por el contacto con los conquistadores españoles, quienes trajeron epidemias devastadoras la volvimos a sentir angustiosamente. El mundo no estaba preparado a finales del 2019, no había información, mucho menos algún recurso  para  atenuar el Coronavirus. Ese mal nos hizo pensar en muchas cosas para explicar su origen, como creer que era un inhumano proyecto para eliminar a nuestra gente de más edad. En Europa no se considera que una pequeña bacteria fuera capaz de detener el trabajo fabril, se sigue en ello y se conoce la muerte fulminante de decenas de personas.

   El fenómeno, sin embargo, a pesar de la muerte de millones de semejantes, no fue capaz de unificar a la humanidad. Los países más desarrollados pronto acapararon la vacuna salvadora, dejando en el abandono a  personas, gobiernos pobres que debieron conformarse con antídotos que ya no se ocuparon. Todo cambio dramáticamente, el Covid-19 nos hizo reflexionar sobre nuestra fragilidad, el tiempo corrió veloz, perdimos el control sobre el mismo, pues quien iba a pensar en el mismo cuando no se sabía si la vida nos daría la oportunidad de conocer un nuevo día.

 En medio de esa tragedia, nuevamente nuestros semejantes en México jugaron un papel importante, como asegurar la existencia de muchos profesionistas de edad que tuvieron la necesidad de retirarse, atender presencialmente los servicios de salud y educación. Otros millones, menos afortunados, debieron salir a la calle para conseguir el pan cotidiano, para ellos no hubo nada.  Desde ese 2019 hasta hoy, fue imposible que desde los diversos cargos de gobierno se pudiera hacer algo para impulsar el desarrollo, se detuvo la industria turística, el trabajo artesanal, los servicios de diversión, comida. Hasta la misma  violencia conoce de una tregua.

   Pero quizás ese golpe mortal afecta principalmente a la infancia y juventud, que les arrebata años de verdadera atención escolar, una tragedia que no se ha deseado tratar en nuestro país, pues se cree que a ese sector la pandemia no les afectó en lo más mínimo, a pesar de quedar sin un papá o mamá. Aun así, en las universidades, centros de enseñanza superior, con el cuento de los exámenes rigurosos de ingreso, millones de chamacos fueron rechazados, les rompieron sus ilusiones para prepararse, ignorando la obligación que se tenía en esos institutos de regularizarlos, cubrir sus deficiencias, gracias a que se tienen profesionistas, docentes altamente capacitados, ¿dónde quedó el humanismo que debe prevalecer en la educación?. Reinó la codicia,  el egoísmo, el más feroz individualismo.

   Infortunado país, lo anterior, ni siquiera en lo más mínimo se considera en la llamada clase política, en los partidos que siguieron en lo suyo, en el absurdo de seguir deseando a toda costa, usando los más criticables métodos el poder, enfrentándose entre ellos, ¡haciendo mítines! cuando era obligatorio evitar concentraciones para detener la propagación del virus,  cuando nuestra casa se incendiaba, cuando lo principal era conjurar ese peligro. De nada sirve la lección que derrumba a más trescientos mil familias que vieron perder a un ser querido, se sigue pensando hoy en lo mismo, en el enfrentamiento, en las próximas elecciones, en la supuesta inutilidad de un gobierno central que enfrenta la más grande calamidad que conocen las naciones en el nuevo siglo XXI. En éstos tres años fue difícil decir de pensamiento y corazón: ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!, hoy la vida, el esfuerzo de quienes dieron todo por detener ese mal me da la oportunidad de desearlo a tod@s mis semejantes. ¡Gracias doctor Li Wenlinang!

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