Fidel Rodríguez Ramos
Miles de mujeres y hombres han pasado por las aulas de una emblemática escuela patzcuarense, como lo es la secundaria número tres, que el próximo ocho de marzo cumplirá ochenta años de feliz existencia. Mi padre me comentaba del temor del velador, quien acostumbraba vigilar desde el tapanco las instalaciones de una gran construcción, que fuera refugio de niñas y escuela primaria. El vigilante aseguraba que en la noche claramente se escuchaba el murmullo, las voces, el trajinar de los adolescentes, claro que al principio siente temor, pero se acostumbra al hecho, que lo cree producto de su imaginación.
El acontecimiento no es arbitrario pues seguramente, aún hoy, los adobes, altos salones, donde conocimos tantas personas, maestros que definitivamente cambiaron nuestra vida, es posible que se hayan aprisionado muchas alegrías, la confesión de mucho amores, que por temor no nos atrevimos a externar, pues preferimos guardarlos en un fiel anonimato. Bella lección fue ver a compañeras, compañeros que mostraron ya en esa decisiva adolescencia, una formalidad, seriedad que los llevaría al triunfo profesional, de buena presentación ideas muy claras, sabiduría que desconcertaban a nuestros mismos maestros. Chamacos de Quiroga, como Gerardo Calvo ingeniero químico. Adolfo Estrada Hurtado médico que comían en el mercado. Aurelio Campos prisionero por defender a sus comunidad de Janitzio, cuya liberación exige el subcomandante Marcos. Marco Antonio Báez Ceja doctor. José Méndez, Luis Reyes excelente jugador de la selección de futbol múltiples veces. El chileno Waldemar Cortés hijo de un exdirector del CREFAL.
Y en ésta primera entrega les compartimos lo que nos dice Emilio Villagómez Alé: “Mis maestros me enseñaron a tomar gusto por la lectura, nos pedían consultar a varios autores. Recuerdo a Juana Muñiz en esa tarea. El maestro de matemáticas nos hacia la clase muy fácil, amena”. Otro exalumno nos confía: “Pues yo la verdad, recuerdo mucho a los maestros Granillo y Fidel, buenísimos para las bandas de guerra. Por ello ya llevo como instructor treinta años. Claro que en la escuela hubo malos momentos, como éste, y me muestra dos dedos que sufren una pequeña amputación cuando quedan atrapados en las puertas del baño.”
El doctor Marco Antonio Báez dice: “A pues recuerdo a mis maestros, excelentes. Pero lo que más lamento es la pérdida de compañeros, compañeras que ya no están con nosotros. Con algunos exalumnos hemos tratado de reunirnos sin mucho éxito. Recuerdo a Chema de Santa Clara que llega a ocupar la dirección de Derechos Humanos en Michoacán.”
Otro exalumno nos comparte: “Fíjate que de repente vi frente a mí al director Bernardino Hernández Lagunas, a mi papá quien enfurecido me dice: “Qué estás haciendo en la biblioteca infantil, ¿por qué, ya no has ido a la escuela desde hace dos meses?. Me levanté y del estante tomé un libro donde estaba escrito: “Las mejores universidades del mundo son los libros”. El exdirector muestra sorpresa y le dice a mi tutor en voz baja: “Ya nos amoló”. Muy bien muchachito me dice mi padre, pues jálale a la escuela y cuidadito con volver a faltar, tome mis cosas y de rabillo observé como el maestro Bernardino se tocaba la boca para que no viéramos su sonrisa.”