Fidel Rodríguez Ramos

  Cuando termina la Segunda Guerra Mundial en 1945, los Estados Unidos de América tuvieron miedo a una nueva forma de vida, organización que se conoce como socialismo, donde el gobierno asumía la responsabilidad para resolver todas las necesidades humanas, eso empieza a practicarse en Rusia y, rápidamente muchas naciones empiezan a declarar su intención de ser como esa nación, que además sale como vencedora en esa sangrienta guerra, donde pierden la vida veinte millones de rusos.

  Los norteamericanos rápidamente promueven al llamado Estado de Bienestar, al gobierno que primeramente tendría una alta participación en el desarrollo de la economía, debido a que los empresarios, fabricantes, hombres de negocios, ricos propietarios de tierras no tenían la capacidad económica, para hacer por ejemplo grandes sistemas de irrigación, presas, autopistas. El Estado de Bienestar estuvo en la educación, salud, vivienda, trabajo vigilando que los obreros tuvieran buenos salarios, jubilaciones, sindicatos, préstamos, vacaciones, servicio médico.

  Se cuidaba que la gente viviera bien, que sintiera que el gobierno estaba atento a sus necesidades, pero sus promotores no lo hacían por tener buen corazón, sino porque tenían temor que la gente sintiera simpatía por el socialismo, recurriendo muchas veces a las armas para llegar a esa forma de vida o gobierno. Algo de lo anterior, dramáticamente cambia, cuando antes de 1990 se da por derrotado el socialismo ; cae la Unión Soviética y los poderosos creyeron que ya no había necesidad de que existiera un estado protector, que daba empleo a millones de personas  en sus institutos, encargados por ejemplo de la educación. Se reforma la Constitución en México, con el consentimiento de todos los partidos políticos, para no dar plazas automáticas a los egresados de normales. En muchas empresas sólo se da empleo interino, con contrato de tres meses, que debe renovarse continuamente para no crear derechos.

  Si en México, el Estado ya no iba a ser promotor de la economía, no tenía caso seguir administrando Pemex, Comisión Federal de Electricidad, estar vigilando, participando en la minería. La pesca, agricultura, ganadería, silvicultura, administrar el agua ya no serían obligaciones del gobierno. Ahora todo lo promovería, con el auxilio del Estado, la iniciativa privada que exige la prohibición de sindicatos en lo que manejaría ya a su antojo. Los posibles brotes de inconformidad, se apagan entregando los llamados retiros voluntarios, millones de pesos a quienes renunciaran a su trabajo y prestaciones.

  A pesar de privatizar, desatender muchas actividades todavía en el año 2000 había un importante sistema bancario,  la mina de cobre más grande del planeta que administraba el gobierno, una gran red ferroviaria, playas paradisíacas, aeropuertos, mucha agua que se empieza a considerar como el nuevo oro blanco. Todo lo anterior se aconsejó vender, fiar, entregar como las jubilaciones a los bancos; regalar lo más que se pudiera, como el agua a las empresas Danone, Santorini, Pepsico, Corona, hasta a un banco que hoy es español BBVA. Los nuevos gobernantes del PRI y PAN hasta el 2018 sufrieron mucho para vender, privatizar todo, no se dedicaron a otra cosa, enojados se dieron cuenta que aún quedaban muchas riquezas, como el litio que alcanzaron a rasguñar, vendiendo permisos para explotarlo a ingleses.

  Al llegar en el 2018, un nuevo gobierno toda la vendimia se detiene, se revisa todo, se llama la atención a quienes abusaron de tal práctica, se les pide que devuelvan un poco de lo robado. Aparece el Covid-19 y, quienes privatizan todo en el planeta, piden muy humildemente, por los estragos que causa en todos los continentes, que se vuelva a reactivar el llamado Estado de Bienestar. Hoy nos encontramos en ese dilema: más miseria o volver a lo que hoy da título a nuestra columna.

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