Fidel Rodríguez Ramos

Con poca razón, piedad se critica el trabajo de los maestros en México. Difícil siempre ha sido
para ellos su trabajo, humillante, mal pagado, con desproporcionadas exigencias, abusos
increíbles.

Hoy es difícil aceptar, que en un tiempo no muy lejano, se les cortaba las orejas a los docentes; a
las profesoras se les mutilaba en el pecho, a otros desdichados se les colgaba. Por fortuna en
algunas partes, como en la región de la tierra caliente de Pedernales, Michoacán se les aprecia,
antes de que finalizara el siglo XX, no se les quería cobrar el hospedaje y la comida.

En la meseta purhépecha, los papás y los niños ayudaban a construir salones, espacios cívicos y
deportivos. Un gobernador, Víctor Tinoco Rubí no lo creía y lo fue a constatar con su esposa. Con
los docentes siempre ha existido una gran arbitrariedad cada año, pues por lo regular se les
cambian los programas a desarrollar, sin consultarlos. En ese aspecto se les ha dañado tanto que
es un verdadero martirio planear, hacer lo que drásticamente se exige cumplir en un proyecto
oficial. Muchas veces absurdo, por ejemplo se pide enseñar la historia de Japón, la adicción a las
drogas, las partes del cuerpo, funcionamiento de los órganos, no de una manera superficial, sino
con el conocimiento, preparación que tiene un especialista en historia, un médico.

El nerviosismo acompaña cada nuevo ciclo escolar a los maestros, porque no se tiene la
posibilidad de recibir una capacitación sobre lo que van a enseñar. Con una maldad, engaño
actúan los encargados de la educación en los altos niveles, difundiendo la idea de que se tiene el
cuidado de atender todas las dudas de los profesores, de que se toman en cuenta sus sugerencias
o posibles modificaciones. Cada presidente de la República trae consigo un nuevo proyecto que
desecha su sucesor, la Secretaría de Educación Pública (SEP) sirve para todo, menos para atender
las necesidades de los educandos. ¿Qué seriedad existe hoy, cuando en el “puesto” han estado un
hombre y dos mujeres?.

Lo mencionado no es mentira, todos vemos el fracaso de los niños, adolescentes y jóvenes, sobre
todo ahora que nos deja en paz el Covid-19, miles de estudiantes no pudieron realizar su sueño,
después de dos años perdidos, de ingresar a alguna carrera del nivel superior, por ejemplo de cada
cien que deseaban estudiar medicina en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), plantel
Xochimilco sólo tres tuvieron ese privilegio. Nadie puede escapar a esos programas, pues en los
mismos se basan las autoridades para practicar cada año, un examen nacional.

Los maestros no tienen control sobre su materia de trabajo, son reprimidos cuando se deciden
por ejemplo a cultivar huertos escolares, reforestar, pintar, a sugerir no cobrar cuotas escolares.
Lo primero se prohíbe porque: “se sale del programa”. Lo segundo porque así funciona la
enseñanza, VIOLANDO el Artículo 3º Constitucional que dice que la educación debe ser gratuita.
Mucho se ha perdido en aquella escuela que enseñaba a trabajar, que se admira en el planeta, al
grado de que una Premio Nobel de Literatura de Chile, Ángela Mistral viene a conocer, a atestiguar
lo que se hace en humildes jacales que funcionan como colegios.

Desde los tiempos de Benito Juárez se quiso dar calzado, comida, ropa, útiles, libros a los educandos. Se trataba de que los profesores tuvieran las mejores condiciones para laborar, para que estuvieran con la gente en los
pueblos, atendiendo sus necesidades. En Durango fue increíble recibir alojo en la casa del
maestro, situada en la misma escuela, donde al día siguiente llegaron las mamás a platicar con
nosotros para decir el tipo de escuela que deseaban, muy lejana a la que vemos, conocemos hoy.

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