Fidel Rodríguez Ramos

     Algo, seguramente ha cambiado, después de que los españoles nos quitaron todo durante trescientos años, luego de que los mestizos hicieron casi lo mismo, doscientos años con nosotros, desgraciadamente, sólo con una larga lucha, nos hemos venido ganando el respeto que nos merecemos, por lo menos, a ello le hemos dedicado los últimos cuarenta y cinco años de nuestra existencia, haciendo muchas cosas, como exigir  que nos devuelvan lo que malamente nos han quitado por todos los medios y engaños, nuestras tierras, agua o bosques.

  Y no ha sido con un simple papelito, con una petición, no ello lo debemos hacer en la calle, en las carreteras, bloqueando oficinas o dependencias de gobierno, una y otra vez, con viento, sol, lluvia, frío. Muchas veces sintiendo la indiferencia, desprecio de los demás, y eso duele, más que cualquier agresión. La insurrección aborigen de Chiapas de 1994, la autonomía de Cherán, el Congreso Nacional Indigena (CNI), no surgen de milagro, fueron fruto de muchos esfuerzos, sacrificios, entrega de vidas que dieron gentes de Santa Fe de la Laguna, Janitzio, Cherán, Nahuatzen, Arantepacua, Aquila, Tzintzuntzan, Nochixtlán, Oaxaca, Venustiano Carranza, Chiapas, Martínez de la Torre, Veracruz y para no hacer menos a nadie, todos los de sangre aborigen le entramos parejo, llegamos, convivimos, decidimos luchar, junto al lado de los normalistas, de los maestros, de los verdaderos periodistas, comentaristas de radio culturales, indígenas y universitarias.

  Para lo anterior, debimos dejar todo, porque la tarea para ser reconocidos así lo exigía. Recuerdo que en muchos lugares de Michoacán a todas nuestras mujeres les llamaban “Marías”, y nadie decía nada. Se burlaban de nosotros en todos los medios de difusión, sin que nadie se atreviera a protestar. Se burlaban de nosotros, lo veían como un atraso o tontería el que prefiriéramos dejar las ciudades, a la gente de razón, para estar en las comunidades con nuestros hermanos indígenas, como médicos, licenciados o maestros.

  Cuando dieron más de cien años de cárcel al hermano Ignacio del Valle, por el enorme delito de oponerse a la construcción de un aeropuerto en tierras comunales del Estado de México, cuando gobernaba Enrique Peña Nieto, no dudamos en instalar un campamento frente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), ahí dormíamos y estábamos en guardia permanente, les dijimos a los ministros que no nos moveríamos hasta que pusieran en libertad a nuestro hermano de San Salvador Atenco. Eso también lo hace el maestro Juan Chávez Alonso de Nurío, deja todo, para ponerse al servicio del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La dignidad poco a poco, difícilmente se gana sólo con lucha, por eso obligamos al mal gobierno de que liberara a quienes defendieron a su gente de Janitzio; a los presos de Santa Fe que con sangre defendieron sus terrenos comunales.

  Que vergüenza que los españoles, nos sigan amolando, destruyeron nuestras ciudades, las dejaron en ruinas hace quinientos años. Y hoy le siguen sacando jugo a lo que destruyeron, se benefician, manejan Tulum, Playa del Carmen, Campeche, Huatulco, La Paz, Mazatlán verdaderos paraísos. Y si, como dijo alguien de Paracho, Michoacán, efectivamente sigue habiendo desprecio hacia nosotros, eso se muestra por la educación que nos exigen asimilar; por la ausencia de clínicas de salud; por el robo de nuestros bosques y agua. Por la forma, diversionista, “curiosa” en que ven nuestra cultura, tradiciones, lenguas, en muchas partes, eso puede cambiar si seguimos  los pasos de quienes se atrevieron a dar todo para que los indígenas seamos respetados, vistos con los mismos derechos que tienen unos cuantos afortunados.

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