Alma Gloria Chávez.       

Desde tiempos remotos, el ser humano ha recurrido a las plantas y a la naturaleza, en busca de curación para sus males y alivio a sus dolores.  Esa búsqueda, le ha hecho profundizar en el conocimiento de las especies vegetales que poseen propiedades medicinales y con ello ampliar su experiencia en el empleo de los productos que de ellas se extraen.

        En el largo recorrido por la herbolaria (en todas las culturas), se han atribuido virtudes mágicas o místicas a las plantas, a veces como mero producto de la superstición, pero en la mayoría de los casos, como resultado de la necesidad de hombres y mujeres de explicarse las notables propiedades curativas que, indudablemente, habían encontrado en muchas de ellas y que no podían comprender.  Incluso ahora que conocemos muchos de los principios físicos y químicos a los que deben las plantas sus extraordinarias cualidades, para nosotrxs siguen estando envueltas en un halo de misterio y de magia, acentuado por su belleza y su variedad de formas.

       En estas últimas épocas, en las que el consumo individual de medicamentos ha aumentado tanto y que los mismos científicos y médicos están alertando sobre los daños que provoca en nuestro organismo el exceso de las sustancias químicas que se encuentran en ellas, está resurgiendo la tendencia a volver a las fuentes naturales para curar enfermedades.  Y no se trata de una moda, sino de la íntima necesidad de adoptar, en todos los aspectos, un sistema de vida más sencillo y acorde con la naturaleza.

       Quizá ningún país de América Latina muestra, como México, un trabajo tan sostenido en materia de investigación de su herbolaria medicinal.  Ello adoptando diferentes enfoques, si no complementarios en los programas y proyectos, al menos convergentes: botánicos, etnobotánicos, históricos, antropológicos, médicos, químicos, farmacológicos, toxicológicos y clínicos.  Muchos científicos hoy en día ven con respeto el conocimiento tradicional y ancestral de los denominados  “pueblos originarios”, aunque institucionalmente se pretenda ocultar, como si fuera algo reprobable.

       “Todavía se actúa  con soberbia en esos ámbitos (institucionales)”, me dijo en alguna ocasión -hace más de 20 años- un amigo antropólogo que ha dedicado muchos años de su vida profesional al estudio de prácticas chamánicas en la Huasteca Hidalguense.  “La medicina institucional -sostiene- se ha desligado del principio que encuentra en el paciente un ser compuesto por mente, cuerpo y espíritu, que sólo obtendrá un estado de “bienestar”, cuando adquiera una buena armonía en esos tres aspectos.

       Y efectivamente, la mayoría de los médicos actuales se limitan a estudiar la patología o la anatomía patológica; a pronosticar, dependiendo de signos y síntomas físicos, sin interesarse en la vida e historia del paciente, llegando incluso a menospreciar el conflicto que está provocando la enfermedad.  En cambio, quienes practican la medicina tradicional, parten del conocimiento de que el paciente es un ser integral, vinculado además con el ambiente que le rodea.

       La medicina holística o alternativa, de la que apenas se empieza con seriedad a hablar hoy, recoge esos conocimientos que en casi todas las culturas han sobrevivido, entendiendo que si nuestra mente y nuestro espíritu se encuentran en armonía, la enfermedad no puede existir.  “Nuestras intolerancias son nuestras enfermedades”, dicen mi amigo antropólogo y el doctor Edward Bach.  Ambos, reconociendo en la Naturaleza, la fuente de la salud.  Y yo he logrado comprender que así es.  “La enfermedad es el resultado de pensamientos y acciones erróneos y cesa cuando actos y pensamientos son puestos en orden.  Una vez aprendida la lección del dolor, la presencia del sufrimiento y la desgracia carecen de propósito y entonces, desaparece.”

       Tomando en cuenta ese principio, para nuestra verdadera sanación podemos recurrir a las plantas, a los masajes, al ejercicio, a la buena y correcta alimentación, a la meditación, a la práctica de disciplinas para ejercitar (sin forzar) nuestro cuerpo y nuestro organismo, o cualquiera otra terapia que elijamos, incluyendo tratamientos alópatas, no agresivos ni invasivos. 

       La recordada maestra Raquel Magdaleno (química farmacobióloga, impulsora de la medicina tradicional en el Estado de Morelos), a quien tuve oportunidad de conocer hace algunos lustros, gracias a otra reconocida maestra: Rafaela Alejo, nos decía que el ser humano es un cuerpo energético que se encuentra en armonía con planos superiores y que el desarrollo correcto y armonioso de una acción puede ser siempre descubierto en nosotrxs mismxs, mientras estemos en contacto con nuestra interioridad.  Ella nos mostró algunos secretos de las plantas, con la recomendación de utilizar preferentemente las que se encuentren en el propio lugar o entorno y respetando el conocimiento que de ellas tengan los habitantes del mismo.

       Algo de lo que también he podido darme cuenta a través de los años, es que no sólo el ser humano cae en la enfermedad, sino que somos capaces de enfermar también el medio que nos rodea: “La mayoría de lxs americanxs no nativxs de este continente, se encuentra atrapada en procesos que no comprende, a los cuales no se puede adaptar y que les destruyen espiritual y físicamente.  Se niegan a comprender que intentar controlar a la naturaleza que les contiene totalmente, no es más que una ilusión, pero en su ansia de control, llegan a provocar desequilibrio con ella”, decía el jefe de la tribu Cheyenne, Gayle High Pine.  Y lo corroboramos al estar sufriendo ya, los daños causados por la siembra excesiva de monocultivos en nuestro Estado: deforestación, contaminación de cuerpos de agua con metales pesados (como el bello Lago de Zirahuén), desertificación (ejemplo dramático, el Lago de Cuitzeo) y arrastre de azolve, además de los cambios en la temperatura y en la temporada pluvial.

       “Entre los pueblos originarios -reflexionaba el biólogo Rodolfo Sandoval, de Ucasanastakua-, toda nuestra existencia, no hace tanto tiempo, estaba hecha de reverencia.  Nuestros rituales renuevan la armonía sagrada que hay en nosotrxs.  Cada uno de nuestros actos: comer, dormir, respirar, trabajar, cultivar, hacer el amor, es una ceremonia que recuerda nuestra dependencia de la Madre Tierra y Cuerauáperi (Creación).  El pensamiento occidental separa lo espiritual de lo físico; por el contrario, para nosotrxs lo espiritual y lo físico son uno.  Estamos junto a la Madre Tierra y Cuerauáperi, por la intimidad y el calor del corazón”.

       Poco a poco va creciendo la certeza (debido también a exhaustivos estudios científicos) de que la mitad de los remedios que nos sirven para curarnos, tanto física como mentalmente, se encuentran en la Naturaleza y la otra mitad, existe en nosotrxs mismxs.

       En la Asamblea de Mujeres en defensa de la Madre Tierra, realizada a mediados del mes de junio en Cherán, escuché, en boca de una joven p’urhépecha: “La defensa de la Madre Tierra empieza, cuando nos hacemos responsables del conocimiento, aceptación y defensa de nuestro cuerpo-territorio”.  Yo así lo entiendo: somos agua, somos tierra y nos complementa el viento y el fuego.  Mi salud, nuestra salud, se encuentra en la naturaleza

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