Alma Gloria Chávez.
Apenas en este último decenio es cuando se está hablando de manera más abierta y con mayores argumentos científicos, de los abusos que sufren las mujeres embarazadas durante el acontecimiento que puede llegar a marcar su propia existencia: el parto. Que significa, traer al mundo a un ser único, irrepetible… y que desde su nacimiento puede sufrir daños irreversibles en su integridad, debido a las malas prácticas médicas, mismas que han incorporado a los servicios de salud en los terrenos de la oferta y la demanda mercantiles.
Se habla de que esos abusos que sufren las mujeres parturientas, responden a problemas estructurales, como la sobrecarga de trabajo en los servicios de salud y las deficientes condiciones laborales de médicxs y enfermerxs; además, con el agravante de un “aprendizaje” personal del maltrato y la violencia de género que se reproduce en los hospitales, lo que resulta inaceptable, éticamente hablando. Muchas mujeres sabemos que esos abusos, humillaciones y en general malos tratos que reciben las mujeres en trabajo de parto, es un problema grave y creciente en México y en América Latina.
Desde los años 80, cuando tuve oportunidad de conocer el Libro de las Mujeres de Boston, creció mi interés por saber y entender por qué nuestra salud y sobre todo en el caso de nosotras, mujeres, se encuentra en manos de médicos que por lo general son varones. A finales de esa década, ya siendo madre de un hijo, un bello libro (cuyo título no recuerdo) dedicado a las madres primerizas, documentaba: “La maternidad es una esfera vital a través de la cual se van organizando y conformando nuestras vidas. Esta condición atraviesa categorías como la edad, la clase social, la opción sexual, la etnia o las creencias religiosas. En nuestras sociedades, los procesos de embarazo, el parto y el posparto se han ido convirtiendo en procesos ajenos a las mujeres y ésto, debido al hecho de que el cuerpo de las mujeres se ha ido convirtiendo en un objeto por y para otros”. Debo aclarar que la frase anterior, la he conservado en una de las muchas “agendas” que acompañaron mis aconteceres.
En la década de los noventa, cuando conformamos un grupo de mujeres con el que contribuimos a detectar los altos índices de violencia contra mujeres en el Municipio y la Región, acompañamos nuestras charlas y talleres, con enfoque de género y especial atención a la salud integral. Esto nos llevó a reflexionar cómo, socialmente y, sobre todo para las ciencias médicas, las mujeres nos convertimos en portadoras del vientre y no en sujetxs activxs de dichos procesos. Entendimos que el parto y el posparto han sido catalogados como procesos patológicos, al extremo de que han perdido su carácter de hechos naturales, para convertirse en “eventos estrictamente médicos”… que arrebatan y controlan el poder de las mujeres.
Años después, cuando participé como Aval Ciudadano para los Servicios de Salud (como integrante de nuestra A.C. “María Luisa Martínez”) en el Hospital Regional local, realizando encuestas a pacientes y acompañantes usuarixs del servicio de urgencias, pude detectar que muchas parturientas ingresaban por este servicio para recibir a sus criaturas en este hospital, siendo canalizadas de comunidades aledañas y de otros municipios cercanos. Una de esas mañanas, logré entrevistas a familiares acompañantes de cinco mujeres parturientas. En algunos casos, aún no llegaba el alumbramiento, así que en tanto aguardaba a quien me pudiera informar acerca del tiempo de espera para ingresar al servicio, o del trato o la información recibida de quien les atendía, estuve charlando con varias mujeres de comunidades tan diferentes como Cuanajo, Felipe Tzintzún, Chapultepec, Ario de Rosales o Tócuaro. Todas, familiares de las jóvenes madres (de entre 18 y 25 años), que habiendo ingresado en diferentes horarios, se encontraban hospitalizadas desde un día antes o durante el transcurso de esa mañana.
Tres de estas mujeres ya habían sido sometidas a cesáreas, una cuarta estaba siendo preparada para el mismo procedimiento y sólo una de ellas tuvo un parto normal. Para esas fechas, yo aún no solicitaba datos del porcentaje de nacimientos por cesárea, y poco después nos enteramos (por otros medios) de que por lo menos dos de cada cinco mujeres parturientas, en esa época, se veían sometidas a esta intervención quirúrgica.