Alma Gloria Chávez.
Una nota aparecida en cualquier diario, refiriéndose a temas de salud mental, me ha vuelto a
despertar el interés que en una época y con distintos grupos de mujeres, llegamos a abordar de
especial manera, por considerarlo esencial para la atención a la violencia intrafamiliar: la salud
emocional. En aquellos años, muchas de nuestras lecturas eran de evidente corte feminista… y no
sólo provenían de mujeres de distintas latitudes, sino igual, de varones altamente sensibles al
tema de equidad de género.
“¡Avísales, Natasha, que somos sólo un poco neuróticas y no locas de atar!” Alerta una de las
protagonistas de la novela de Marcela Serrano “El Albergue de las Mujeres Tristes”. Y me doy
cuenta de que siguen siendo las mismas problemáticas sociales (aquí y en China) las que llevan a
las mujeres a la desvalorización de su personalidad y al “padecimiento” de una serie de trastornos
emocionales y neurológicos, que luego dan como resultado auténticas y diversas enfermedades.
En todos mis años vividos, he tenido la fortuna de contar entre mis amistades a quienes se
desenvuelven en el ámbito educativo, creativo y cultural: promotorxs sociales y de lectura,
educadorxs de adultxs, escritorxs, artistas plásticxs y artesanxs. Incluso he podido participar en
diversos foros, talleres y encuentros en los que, invariablemente y previo o durante el diálogo, ha
surgido la pregunta: ¿Y cómo te fue o te ha ido al tomar la decisión de hacer lo que ahora haces?
Las historias que he escuchado, les aseguro, han resultado fascinantes. Pero… invariablemente, y
sobre todo si quienes protagonizan son mujeres, en el transcurrir de sus historias, les ha sido
aplicado el epíteto de “loca”, por la sola circunstancia de ejercer su pleno derecho a expresar su
creatividad, o “pensar diferente”.
“Inadaptadas, perturbadas, neuróticas”, han resultado palabras sinónimas de locura y se
aplican con malsano entusiasmo a mujeres que se “salen del patrón de conducta socialmente
aceptado”, confirmando lo que el antipsiquiatra Thomas Szasz asevera: “Una máquina anérgica, es
una buena máquina; un caballo enérgico, es un buen caballo y un hombre enérgico, es un buen
hombre. Pero una mujer enérgica es una mujer masculina. Así es como el lenguaje del
chauvinismo masculino refleja la realidad”.
Y no sólo sucede en el medio del arte y la cultura, ni en el medio laboral. La mujer suele ser
juzgada loca desde el mismo núcleo familiar. Tres ejemplos: una mujer trata de discutir con su
pareja acerca de sus problemas. Él, sencillamente, niega que exista problema alguno y se resiste a
hablar. Mientras más parco es él, más vehemente es ella… habla, habla, y con ello pretende
vencer una distancia que siente insoportable. Finalmente, él rompe el silencio, exasperado: “¡De
verdad que estás loca!”
Otro ejemplo: un grupo de madres y esposas de desaparecidos y asesinados políticos acampan
frente a la Cámara de Diputados. Están dispuestas a no probar alimento como presión para que
las autoridades respondan por sus hijos y compañeros. Algún transeúnte que pasa, las señala y
dice: “¡Son un montón de locas!”. Esto pasa en cualquier parte del país.
El tercero: un par de mujeres son atacadas y violadas por varios sujetos. Decididas a que el
delito no quede impune, denuncian a los agresores y hablan ante periodistas. Entre el personal
encargado de someterlas a exámenes e interrogatorios intimidatorios, se escuchan comentarios:
“En lugar de sentirse avergonzadas, arman tamaña alharaca… de veras que están locas”. Llegan
con su familia buscando apoyo y palabras de aliento y en su lugar escuchan: “Están locas de atar, si
piensan que encontrarán justicia”.
El verdadero problema -explicaba Erich Fromm- es que en la sociedad en la que vivimos
generalmente no coinciden dos perspectivas: la de la sociedad, que concibe a la persona sana
como aquella que es capaz de cumplir el papel social que ‘le toca’ desempeñar, y la perspectiva
del individuo, a partir de la cual, sana es la persona que alcanza un grado óptimo de desarrollo y
felicidad. Entonces, se tiende a considerar “normal” a quien, despojándose de su yo, se adapta a
la sociedad (aunque no sea lo que realmente desea). Y sólo algunas personas tratan de expresar
su personalidad, pero no todas logran hacerlo de una manera creadora o creativa, sino que una
parte de ellas se retrae en una vida fantasiosa, neurótica o evasiva.
Ahora, cuando han pasado más de tres lustros desde que logramos crear pequeñas colectivas
de mujeres con el propósito de contribuir a la atención de un fenómeno cada vez más creciente: la
violencia de género; cuando participamos de manera comprometida para empujar a que desde las
instituciones se hablara, reconociera y se tomaran las medidas conducentes para erradicar ese
flagelo que lastima nuestra Humanidad; cuando desde las mismas Leyes se han creado
instrumentos y mecanismos para la denuncia, la atención y la protección que nos lleve a la Justicia,
nos encontramos sumergidas en una burocracia que lastima, hiere y revictimiza a nuestro género.
Y continúan los “disuasivos” descalificativos hacia nuestras personas… hacia cualquier mujer que
ha tomado en sus manos el derecho a decidir, a ser disidente.
No resulta extraño saber que la Organización Panamericana de la Salud reporte que una
quinta parte de pacientes que acuden a los servicios generales de salud, en cualquier país,
padecen problemas fundamentalmente psicosociales y somáticos, y más del 70 por ciento de
estos pacientes son mujeres. En general, las mujeres suelen presentar más cefaleas, mareos,
nerviosismo, tensión, abatimiento y dificultad para dormir. En el caso de nuestro país, hay poca
investigación al respecto y la mayoría de los estudios que existen abarcan una población muy
reducida.
Además, debemos agregar que los distintos tipos de trabajo y la situación económica,
producen diferentes enfermedades mentales, así que las mujeres con menos ingresos
económicos, tienen más posibilidades de ser “insensatas, anormales o dementes”. Por ello la
psiquiatría democrática que surgió en Italia, propone que no sólo puede ser juzgado “insano” a un
individuo, sino también se cuestionen y atiendan las relaciones familiares y sociales que son
enfermantes… afirmando además que sólo la libertad, el respeto a la individualidad y la
redistribución del poder, pueden ser terapéuticos.
Hoy viene esta reflexión, luego de saber de la arbitraria detención de una compañera
p’urhépecha, custodia de territorio, agua y bosque de su comunidad: Ocumicho. Y precisamente,
el Día del Medio Ambiente. A Mary Paz se le pretende criminalizar por su participación en la
defensa del territorio, en medio del marcado clima de hostigamiento que viven quienes resisten la
violencia de quienes enarbolan la ambición como bandera y consideran la DIGNIDAD como locura.