Alejandro Martínez Castañeda

La democracia constituye un principio fundamental para los fines que persiguen las cooperativas,
particularmente la democratización de la economía. La aplicación práctica de este principio por
parte de los socios y de las socias de las cooperativas permite el desarrollo de empresas eficientes,
competitivas y solidarias con las personas que las componen y con el entorno en el que operan.

El Segundo Principio de este tipo de empresas sociales es el “Control democrático de los
miembros”. Las cooperativas son organizaciones democráticas controladas por sus miembros
quienes participan activamente en la definición de las políticas y en la toma de decisiones. Los
hombres y mujeres elegidos para representar a su cooperativa, responden ante los miembros.

En las cooperativas de base los miembros tienen igual derecho de voto (un miembro, un voto),
mientras en las cooperativas de otros niveles también se organizan con procedimientos
democráticos.

Líderes cooperativistas destacan que los tres elementos de la gestión democrática y de una buena
gobernanza de las cooperativas son “la efectiva y real participación de los socio/as, la
representación (presencia de todos los colectivos asociados) y la experticia. Hay muchos factores
que contribuyen al éxito de una cooperativa, pero probablemente, el más importante sea la
calidad del consejo y su capacidad estratégica para gobernar eficazmente”.

De acuerdo con el catedrático Javier Divar Garteiz-Aurrecoa, resulta muy evidente que en las
sociedades avanzadas los valores económicos no son precisamente valores humanistas, sino
principios materialistas muy alejados de los valores sociales solidarios, lo que termina provocando
como natural resultancia una cultura social también materialista e insolidaria.

“Por ello está extendido en las sociedades avanzadas que los valores realmente constatables son
los contables y que todo está sometido al éxito económico que es la medida de todas las cosas,
menospreciándose lo no rentable económicamente como inútil. La sana competencia se ha visto
alterada por una feroz competitividad, que causa como resultado derivado el individualismo,

productor de efectos psicosociales de alejamiento del prójimo, que no es un próximo, sino un
adversario competidor, como educa la cultura mercantil”.

Frente a la cultura materialista predominante, el cooperativismo es una opción económica
probada, donde las cooperativas, por su naturaleza, practican la democracia participativa
procurando que sus beneficios se destinen en favor de todos sus miembros y de la sociedad en su
conjunto. Significa hacer conciencia de que que las empresas y la economía en general deben
estar al servicio de la sociedad y no solo de intereses particulares.

“Tal transformación sería el resultado de una educación en los valores de la participación
empresarial y de la economía solidaria, de modo que se produzca paulatinamente un cambio de la
cultura social a favor de esa alternativa”, advierte Javier Divar Garteiz-Aurrecoa.

En tanto, el investigador Alejandro Martínez Charterina pondera que la gestión democrática es el
principio que permite diferenciar de forma radical la empresa cooperativa de la capitalista. En la
cooperativa deciden las personas toda vez que cada socio tiene un voto. En la empresa capitalista,
en cambio, decide el capital. Cada persona tiene tantos votos como el número de acciones o
partes del capital que posea, es decir, el número de votos según sea su aportación al capital de la
empresa.

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