Alma Gloria Chávez.
El Día de la Mujer Indígena, fue instituido a iniciativa del Segundo Encuentro de
Organizaciones y Movimientos de América en el año 1982. Esta conmemoración, recuerda el
brutal asesinato cometido contra Bartolina Sisa, valiente mujer aymara que a finales del siglo XVIII
encabezó las tropas quechuas-aymaras que se oponían a la invasión española en territorio del
actual Bolivia. Por ese “atrevimiento” y además por ser mujer, al ser apresada se le condenó a ser
descuartizada en vida, un día 5 de septiembre de 1782, en la región de Tihuanaco.
Un hecho brutal, sin duda, que no logró detener la fuerte resistencia ante los conquistadores,
sostenida y encabezada, sobre todo, por mujeres de territorios del sur del Continente nombrado
Ab-Ya Yala. Y por este acontecimiento registrado en la historia colonial de nuestra América, hoy
podemos reflexionar, cada 5 de septiembre, las aportaciones de las mujeres indígenas en la
historia que todavía se niega a reconocer la riqueza y colorido de lenguas, pensamientos y
acciones con las que ellas construyen su pensar, su ser diferente y complementario, a pesar de
todo.
Entrado ya el siglo XXI, nuestras hermanas indígenas siguen insistiendo que en los libros se
hable de su historia, de sus pueblos, de sus luchas. Sin embargo, algo importante en muchas de
ellas ha cambiado: saben que con su participación ya hacen historia y también entienden que
cuando sus pueblos exigen reconocer su autonomía, ellas quieren una autonomía que tenga voz,
rostro y conciencia de mujer, para poder reconstruir la mitad femenina de la comunidad que ha
sido olvidada.
“Las mujeres somos la mayoría de los habitantes de nuestros pueblos y hoy no queremos
seguir siendo la sombra de lo que hacen los hombres…” dijo con su voz fuerte una mujer
participante en el Encuentro Nacional de Mujeres de la ANIPA (Asamblea Nacional Indígena por la
Autonomía), realizado en el año 1995 en el Estado de Chiapas. Sus palabras también se refirieron
a cómo, cuando se habla del mundo indígena, muchxs no indígenas sólo traemos a la mente
imágenes que van, desde la majestuosidad de sitios arqueológicos, festividades, ceremonias
comunitarias y misteriosos rituales, hasta danzas, artesanías o indumentarias tan bellas y
elaboradas, que portan orgullosamente hombres y mujeres en ocasiones especiales. Pero sólo en
contadas ocasiones, pensamos en esa gente de carne y hueso que lucha día a día para sobrevivir,
manteniendo sus culturas ancestrales aún en situaciones adversas y hasta dramáticas.
La escritora Irma Pineda Santiago, en su columna “La Flor de la Palabra” (21 jul. 2024). Refiere:
“Hace algunos años, en un encuentro de mujeres indígenas en el norte de Veracruz, Martina, una
señora del pueblo nahua, nos platicó que ella no tuvo la posibilidad de ir a la escuela (no existía
ninguna en su comunidad y no tuvo permiso para ir a una en otro poblado), por lo que no sabía
leer los signos en el papel. Luego, con una amplia sonrisa y la barbilla hacia arriba, nos dijo: ‘Pero
sé leer la tierra”. ¡Cuánta luz había en la cabeza de esa mujer! No sabía leer en el papel, pero muy
iluminado era su pensamiento. Para los binnizá, la inteligencia y el conocimiento, son la luz
adentro de la cabeza”.
Sin duda, la vida resulta difícil para las diversas etnias del país, que invariablemente enfrentan
situaciones de marginalidad y el constante deterioro de su entorno ecológico, que se ven en la

necesidad de emigrar en busca de “mejores condiciones de vida” y en esa búsqueda, se van
alejando o perdiendo gradualmente sus tradiciones e idiosincrasias: su propia forma de construir
la vida y el mundo. No hay nada nuevo en esta reflexión, sólo que nos lleva al siguiente
cuestionamiento: si lxs indígenas forman parte de culturas diferentes al resto de la sociedad… si
esas expresiones culturales llegan a ser “motivo de orgullo” para ser mostradas a quienes viajan
por nuestro territorio… ¿por qué entonces la mayor diferencia está dada por las condiciones tan
graves de injusticia y discriminación en que viven? Y además se les acosa, amenaza y agrede por
defender lo que para sus culturas es lo más valioso y sagrado: la tierra, los bosques, el agua.
Hoy recuerdo con nostalgia y gratitud a un amigo p’urhépecha que me obsequió la siguiente
reflexión, que me ayudó a descifrar y entender la actitud de quien se autodefine como
descendiente de un pueblo y una cultura originarios: “La forma de andar por la vida, la ayuda
mútua, el servicio, la participación en fiestas, ceremonias, creencias y costumbres propias, que son
considerados como riqueza que debe ser cuidada, transmitida, heredada… es lo que defendemos,
conservamos -sin llegar a pensar que debemos imponer a nadie- y es lo que nos caracteriza… sin
andar con “dobleces”.
Y no sólo se refería a quienes en este territorio se reconocen como nahuas, ñañúes, pirindas,
mazahuas o p’urhépechaa, sino a todxs quienes durante durante siglos han aceptado la
denominación “indio” o “indígena”. “El indígena (cita el antropólogo peruano Carlos Guzmán B.)
no separa la religión de la vida; el indio no se realiza sin la tierra y sin creencia. Somos gente de la
tierra y gente del Gran Espíritu (como en nuestra lengua le nombremos). Siempre creemos en un
Ser Superior, creador de la vida. El indio verdadero es muy sensible a las necesidades de lxs demás
y tiene la capacidad de encontrar solución para las situaciones difíciles.” Lo anterior, resulta
similar para las mujeres indígenas, quienes en esta región, contribuyen mayormente a reforzar en
todo niño o niña la denominada “Kaxhumbekua”.
Amigas de raíz p’urhépecha, en un taller dedicado a “diagnosticar” la problemática social y
ambiental en la región, nos regalaron las siguientes reflexiones, que siendo parte de experiencias
de vida, llegan a impregnar o influir en las experiencias propias: “La mujer que conoce, vive y se
alimenta de la naturaleza, es la salud de todas las mujeres. Es una combinación del sentido común
y el sentido del alma. La intuición que se logra al entrar en contacto con la naturaleza, es como la
oreja que escucha más allá del oído humano; es como el susurro que nos indica por dónde ir.
Nosotras lo conocemos muy bien; es el sentido que solamente nosotras tenemos. Por eso, cuando
se viene perdiendo el contacto con esa naturaleza, vivimos en un estado próximo a la destrucción
y dichas facultades no se pueden desarrollar. Eso nos enferma”. Adelaida recomendó no callar lo
que una siente, pues “el callar nos afecta a lo largo de nuestra vida. Pero la forma en que nos
comunicamos, también es importante. Debemos estar dispuestas a escuchar, para poder ser
escuchadas”.
Sin embargo… nos damos cuenta de que sólo mediante las luchas y resistencias, las
comunidades indígenas logran presencia en la historia contemporánea. “Nada se consigue desde
arriba”, siempre tendremos qué actuar “desde abajo”, menciona una mujer participante en la
Quinta Asamblea Nacional por el Agua y la Vida, realizada en la ciudad de México, a mediados del
mes de agosto. La presencia de mujeres en defensa de Agua, Bosque y Territorio, nos dignifica.

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