Alejandro Martínez Castañeda
En un mundo que se hace cada vez más interdependiente, la Educación para una Ciudadanía
Solidaria y Global (ECSG) es cada vez más importante para inspirar a los educandos de todas las
edades a contribuir positivamente con sus comunidades locales y mundiales, y para continuar
construyendo economías que se centren en las necesidades básicas de las personas, más allá de la
lógica mercantilista y consumista de la economía capitalista.
Durante siglos, las aspiraciones comunes de respeto mutuo, paz y entendimiento se reflejaron en
conceptos tradicionales de diversas culturas y civilizaciones, desde “ubuntu” (yo soy por lo que
todos somos) en la filosofía africana, hasta “sumak kawsay” (armonía dentro de las comunidades,
con nosotros mismos y con la naturaleza) en quechua, refiere la Unesco, la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
“A diferencia de la ciudadanía -derechos especiales, privilegios y responsabilidades asociados a la
“pertenencia” a una nación/estado concreto-, el concepto de ciudadanía mundial se basa en la
idea de que estamos conectados no sólo a un país, sino a una comunidad mundial más amplia. Así,
contribuyendo positivamente a ella, también podemos influir en el cambio a escala regional,
nacional y local”, destaca dicho organismo.
Y es que, económica, medioambiental, social y políticamente, estamos vinculados a otras personas
del planeta como nunca antes. Con las transformaciones que ha experimentado el mundo en las
últimas décadas -expansión de la tecnología digital, viajes y migraciones internacionales, crisis
económicas, conflictos y degradación del medio ambiente-, también debe cambiar nuestra forma
de trabajar, enseñar y aprender.
La educación para una ciudadanía solidaria y global implica lo siguiente:
Adaptar los planes de estudio y el contenido de las clases para proporcionar
conocimientos sobre el mundo y sobre la naturaleza interconectada de los retos y
amenazas contemporáneos. Entre otras cosas, una comprensión profunda de los derechos
humanos, la geografía, el medio ambiente, los sistemas de desigualdades y los
acontecimientos históricos que sustentan los desarrollos actuales;
Fomentar las capacidades cognitivas, sociales y de otro tipo para poner en práctica los
conocimientos y hacerlos pertinentes para la realidad de los alumnos. Por ejemplo, pensar
de forma crítica y plantearse preguntas sobre lo que es equitativo y justo, asumir y
comprender otras perspectivas y opiniones, resolver conflictos de forma constructiva,
trabajar en equipo e interactuar con personas de diferentes orígenes, culturas y
perspectivas;
Inculcar valores que reflejen la visión del mundo y proporcionen un propósito, como el
respeto a la diversidad, la empatía, la apertura mental, la justicia y la equidad para todos;
Adoptar comportamientos para actuar de acuerdo con sus valores y creencias: participar
activamente en la sociedad para resolver los retos mundiales, nacionales y locales y luchar
por el bien colectivo.
Esta dimensión de la educación no es una asignatura única con un plan de estudios establecido,
sino más bien un marco, un prisma a través del cual se contempla la educación. En el plano
político, los gobiernos pueden elaborar estrategias y marcos nacionales que reconozcan la
importancia de comprender los problemas locales desde una perspectiva mundial más amplia y
dar prioridad a programas educativos que reflejen esta visión.
En el aula, los profesores pueden incorporar contenidos y materiales que fomenten la
concienciación sobre los problemas mundiales y la comprensión intercultural. Fuera de la escuela,
los museos y las instituciones culturales pueden diseñar exposiciones y materiales educativos que
inspiren la ciudadanía global, entre otras estrategias.
Fuente: https://www.unesco.org/es/global-citizenship-peace-education